Escultura de Murat en la fachada del palacio de Nápoles |
Todo el mundo conoce el
trágico final de Joaquín Murat cuando, queriendo emular a su cuñado Napoleón,
regresa a Nápoles con la intención de recuperar su trono. Hay diversas memorias
y obras que relatan como terminó su aventura, pero en el archivo de los duque
de Osuna, fondo del duque del Infantado, hay un conjunto de documentos remitidos por el apoderado y
administrador de las propiedades del Duque en Pizzo (Italia) donde relata la
captura de Murat, su encarcelamiento y el juicio que terminó con su
fusilamiento. En las cartas, Francisco Alcalá, declara que él es la persona que
en principio captura a Murat, además de la posterior relación que mantiene con
el prisionero al estar encarcelado en el castillo que el duque del Infantado
tiene en Pizzo.
Es una documentación muy
interesante, acompañada de diversos documentos que remite al secretario del
Duque.
Pizzo 10 de octubre de
1815
Sr. Don Felipe Sainz de
Baranda
Muy señor mío: Aunque a
el arribo de ésta ya habrá leído en los papeles públicos el arresto efectuado
en esta ciudad de Joaquín Murat y sus secuaces, creo sin embargo que no le será
desagradable saber algunas circunstancias de este famoso acontecimiento, en el
cual me he encontrado presente, habiendo principalmente contribuido a su buen
suceso.
Antes de ayer día 8 de
este mes de octubre, a las 9 de la mañana, oí un grande alboroto en la Marina.
Entra en el momento en mi cuarto un criado todo asustado y me dice: ¿oye usted
estos gritos? dicen ¡Viva el Rey Joaquín! ¿Cómo es posible? le respondo y me
encamino al balcón que asoma a la rada. Entran en ese intervalo otras gentes
atemorizadas diciendo ¿No oye usted que dicen viva el Rey Joaquín? vi entonces
con el anteojo, que de una lancha y un barco de unas 20 toneladas, que tenían
la proa en la arena, saltaban a tierra varios soldados y oficiales con uniforme
francés. Que sucesivamente se iban encaminando para subir a esta ciudad
gritando del mismo modo, cuyo número me pareció como de unos 50 porque estaban
mezclados con los marineros. Continúan su marcha gritando del mismo modo hasta
la plaza, donde llegaron en breves minutos. Allí principió a gritar con los
brazos abiertos el mismo Murat - ¿No conocéis vuestro Rey Joaquín? Patriotas
seguidme todos. En un instante no quedó un alma en la plaza, las tiendas y
casas se cerraron todas. Este palacio de su excelencia se llenó de gentes
atemorizados todos sin saber que hacerse. Murat y su gente se dirigieron a pie
por el camino de Monteleón. Luego que vi la poca tropa que lo seguía, y conocí
la buena disposición de estos habitantes, me armé de un fusil y me encaminé
hacia la plaza, seguido del pueblo que se me andaba reuniendo por las calles
donde pasaba. Me refirieron que el capitán de gendarmería don Gregorio
Trantacapilli (Gentil Hombre de esta ciudad, cuya familia ha sido aniquilada en
la época pasada) se había dirigido con algunas gentes del pueblo por la parte
superior de la ciudad para salirle al encuentro. Con efecto, a 400 pasos
distantes de las últimas casas, se le presentó y le intimó de rendirse en
nombre del rey Fernando. Tomándolo de un brazo le dijo Murat: ¿Me conoces? Yo
soy Joaquín Murat, tu Rey; a que replicó el Capitán de Gendarmería
–Mi soberano es Fernando
IV, que está en Nápoles. Si no te rindes eres muerto.
En este contraste llega
uno de sus generales, y presentándole dos pistolas lo obligó a dejarlo, no
teniendo el citado Capitán otra arma que su espada y estando todavía distantes
algunas gentes armadas de fusil, no pudo retenerlo. Murat continuó su camino
hacia Monteleón. Entonces ordenó de hacer fuego el Capitán de Gendarmería, y a
los primeros tiros oí gritar ¡A la Marina! ¡A la Marina!. Corro hacia esta
parte, seguido de un pueblo innumerable para impedirle el embarco. Murat con
los suyos se precipitaba por una cuesta y yo me dirigía con mi gente según el
ruido y humo de los fusiles que se tiraban de una y otra parte, a causa de un
olivar que impedía verlos. Al fin nos encontramos al mismo tiempo en la orilla
del mar, sus dos barcos se habían apartado a una milla y media de tierra, y
viéndose perdido, trataba de desencallar un barquillo de pesca, que acaso se
encontraba en aquel sitio, pero una descarga de fusilazos, y el verse rodeado
por todas partes, les hizo desistir de la empresa y echaron mano de sus sables
que casi no tuvieron el tiempo de levantar en alto y cayeron en nuestro poder.
En aquel momento de furor, me vi en el mayor apuro para poder salvar la vida a
Murat, pues como iba llegando el pueblo, quién tiraba de una parte, quién de
otra, apuntándole fusiles, pistolas y las armas que cada uno tenía. Finalmente,
en aquella confusión, pude hacerles entender que matándolo perderían todo el
honor que se habían adquirido con su arresto, y que semejante acción sería muy
disgustosa para el Rey, a quién solamente estaba reservado el disponer de la
vida del usurpador de su trono y perturbador de sus dominios. Sosegado el
primer furor, puse un poco de orden en la gente y lo coloqué en medio de los
menos enfurecidos, encaminándonos de este modo hace la ciudad. A poca distancia
nos encontró el capitán Trantacapilli, que no pudo correr con la velocidad de
los fugitivos, y a quien lo entregué para conducirlo a este castillo, como
efectuó. Así terminó en una hora la famosa y desesperada expedición, que a
imitación de su digno cuñado, había emprendido Joaquín Murat. El número de toda
su gente era de 29 individuos, entre generales, oficiales, criados y soldados
(según se adjunta nota).
Partieron de Ajaccio,
donde estaban ocultos, el 28 de septiembre y los conducía un tal Barbará,
maltés de nación, que he conocido al principio de la invasión de los franceses,
capitán de un miserable Corsario y últimamente tenía la graduación de Capitán
de Fragata.
Pasé después al castillo
para ajustar la custodia de los prisioneros, de concierto con el Capitán de
Gendarmería, el cual se encargó de quedar allí con guardias a la vista. Con
este motivo vi el estado deplorable en que estaban todos los prisioneros: Murat
solamente no había recibido heridas, pero le faltaba medio uniforme, que con el
tirar de una parte y otra se rasgó en el momento de la confusión. Los demás
estaban unos en camisa, otros con pedazos de uniforme y cubiertos de sangre de
pies a cabeza. No podía hablar de la sed y del cansancio. Hice llamar un
cirujano para curarlos, y les envié dos sábanas de mi cama para vendas, algunas
botellas de vino, cerveza y agua fresca. No esperando este refrigerio, después
de lo que acababa de suceder, lo agradecieron mucho y se consolaron, pues
temían que se les quitase la vida. Como oyeron nombrarme Gobernador, se
figuraron (según cuenta el inimitable Miguel de Cervantes en su célebre
historia del Ingenioso Hidalgo) que esta pequeña torre que sirve de cárcel
fuese un gran castillo, y yo su Gobernador; pues Murat dijo a un centinela (que
era un aprendiz de zapatero) :
– Suplico al señor
Gobernador de incomodarse en oír dos palabras.
Sin embargo, del
aturdimiento y sobresalto en que me hallaba, como puede usted imaginar, casi me
hizo disparar de risa. Fui a las rejas de su prisión y después de haberme
expresado su infinito agradecimiento por haber recomendado para que el pueblo
no atentase contra su vida y las de sus gentes, me dijo en Francés:
-Señor Gobernador ¿parece a usted
que este sitio en que me ha puesto el Capitán de Gendarmería es próspero para
guardar al rey Joaquín? Le suplico de hacerme pasar a otra prisión más decente
con mis criados.
Yo le respondo en estos
términos en presencia del Capitán expresado:
-General (bajó la cabeza
disgustado) yo no soy autoridad del país, soy un particular español que resido
en esta ciudad con el encargo de Administrador General de su Excelencia el
duque del Infantado. Me llaman Gobernador porque éste era el título que tenía
antes de que el sistema francés lo privase de la jurisdicción; más puedo
asegurarle que en esta torre no hay otro sitio más decente que la cárcel en que
se encuentra. Esta noche llegará el general Nunziante, Comandante de las
Calabrias, y dará las disposiciones convenientes. Por lo que hace a su vida,
puede estar sosegado, pues los momentos críticos se han superado. Ahora es
menester pensar en curar a los heridos y refocilarse todos.
En esto llegó una comida
bastante decente que les había programado y varios vestidos, camisas, pañuelos,
etc y entre ellos uno de exquisito paño bleu que solamente me ponía cuatro o
cinco veces al año, para Murat. Hice entrar a mi criado para servirles la
comida y hacer la distribución de estos efectos, y dije a Murat, que estaba
observando sin hablar palabra:
-General, espero que
atendido el estado en que se encuentra con sus gentes, le será agradable esta
pequeña atención. Esta es la mayor parte de mi guardarropa y he pensado para
todos, pero si falta alguna cosa me puede avisar.
Cubriéndose entonces la
cara con las manos, se apoyó a la pared sin proferir palabra, y de allí a un
instante se volvió a mí cayéndosele las lágrimas y prorrumpiendo en
exclamaciones de agradecimiento, a la francesa me dijo:
-Soy más sensible a las
expresiones que usted me hace que a la desgracia que acabo de pasar.
Y continuó repetidos
agradecimientos que interrumpí diciéndole:
-Yo no exijo alguna
especie de agradecimiento, pues me basta de haber acreditado la generosidad de
los españoles con los enemigos que se han rendido, pero si cuenta alguna vez
estas pequeñas atenciones que le he dado, puede decir de haberlas recibido de
un criado del duque del Infantado.
Me vino entonces a la
memoria los estragos que este hombre hizo en Madrid en el año de 1808 y lo que
he padecido por su causa en estos seis últimos años.
A las 8 de la noche del
mismo día llegó el mariscal de Campo Nunziante, Comandante General de las dos
Calabrias, a quien hice relación de todo lo ocurrido hasta su arribo, y como ha
querido quedar al lado del prisionero, le envié la cena y mi cama, y otra para
Murat.
Imágenes de las celdas en la actualidad. El castillo está abierto al público. Fuente: https://www.castellomurat.it/galleria/ |
Es de notar hasta qué
punto llega el fanatismo de Murat pues sin embargo del estado a que se ve
reducido, en una infame cárcel en que apenas pueden caber doce personas, se
hace dar el tratamiento de Rey por sus gentes, mientras que a un palmo de
distancia se oye llamar Revolucionario, Usurpador, Ladrón
y de los más moderados: Murat y General que es el tratamiento que le da el
Comandante de la Provincia. No hay refrán español que no sea verdadero: Cada
loco con su tema y yo con la mía.
A propósito de esto, voy
a contar a usted lo que sucedió esta mañana y concluiré mi carta por no
cansarle más. Me envió una nota pidiéndome algunos efectos que necesitaban (que
originalmente incluyo a usted para satisfacer su curiosidad) como se hallaba en
esta ciudad el Comandante de la Provincia me pareció que podría disgustarle que
no se dirigiesen a él los prisioneros, como era regular, y pensé de enviarle la
citada nota para que la aprobase. Me la restituyó diciendo que podía enviarles
todo lo que pedían pero que no la firmaba porque en la expresada nota le daba
su edecán el título de Rey, que no reconocía. La envié de nuevo a Murat con
recado para que la reformase en otros términos, y me la devolvió con haber
borrado los títulos y tratamiento de Rey, como puede usted observar en la
misma. Este edecán parece que sabe el refrán español: De lo que no cuesta
dinero, buen recado a todos. Habrá usted advertido que en la citada nota me da
también a mí el tratamiento de Excelencia. Si yo hubiera caído en poder de esta
gente, estoy persuadido que no me hubieran dado de aquella hermandad con que
han sido tratados.
CARTA QUE MANDA MURAT SOLICITANDO ROPA |
Espero que cuanto he
practicado en esta ocasión encuentre la aprobación de su Excelencia el señor
Duque nuestro amo, lo que sería para mí de la mayor satisfacción.
Queda entretanto a la
disposición de usted su más atento servidor
Francisco Alcalá
-------------------------------------------------
Pizzo 21 de octubre de
1815
Sr. D. Felipe Sainz de
Baranda
Muy señor mío: No he
podido hasta ahora continuar a usted la relación de la temeraria y trágica
expedición de Murat a causa de haber estado algunos días en cama con fuertes
dolores en toda la musculatura de resultas de la carrera y fatigas del día 8
que me han tenido baldado de pies y manos, y de que gracias a Dios me he
librado a fuerza de paños calientes.
El día 11 y 12 no hubo
novedad y según he oído decir a algunos oficiales y especialmente al Capitán de
Navío inglés Robinson, que ha comido un día con Murat, parece que había
olvidado la situación en que se encontraba, pues en las varias conversaciones
que han tenido con él, no hablaba más que de sus hazañas, política y de su buen
gobierno en este Reino, dándose siempre el aire de Rey.
NOTA DONDE MURAT FACILITA SU VERSIÓN SOBRE COMO HA IDO A PARAR A PIZZO |
Incluyo a usted dos
borradores, uno de la carta que escribió al embajador inglés, y el otro de la
que con el mayor descaro escribió al rey Fernando llamándolo: Señor mi hermano,
como usted verá en ellos. Todo esto tiene alguna semejanza con muchos pasos de
la historia de D. Quijote.
Me envió a pedir otras
varias cosas y entre ellas algunos libros. A falta de libros franceses, de que
no me ha quedado más que el diccionario, le envié las excelentes fábulas de
Vignotti, que han merecido de ser traducidas en inglés; y dos tomos de las
Dracmas de Metastasio en italiano, y la historia de Tom Jones, y las elegantes
cartas de la señora de Montague en inglés. Le envié un recado con el carcelero
diciéndole que no tenía otros libros que enviarle, pues mi librería y la mayor
parte de mis efectos los había perdido cuando puso el secuestro a estos
Estados, y a mí en arresto.
La noche del día 12 llegó
un correo extraordinario con orden al general Nunziante para que fuese juzgado
por la Comisión Militar, como público enemigo, y con efecto fue sentenciado a
muerte el día 13 según sus mismas leyes, que provisionalmente están todavía en
rigor. La sentencia se puso en ejecución a las cuatro de la tarde del mismo
día. Remito a usted un ejemplar de ella en estampa. La relación del hecho que
está expresado en la misma lo encontrará usted conforme a la que le hice con mi
carta del 10, a excepción de algunas cosas que la Comisión ha puesto para
favorecer al Comandante de la Legión, que efectivamente no tuvo parte en el
arresto, y solamente asistió algún individuo de ella a la fin de la fiesta. Se
le han encontrado a Murat vestidos brillantes, gruesos como garbanzos, que sin
duda serán de los muchos que robó en Madrid en el año de 1808, pertenecientes
al Rey nuestro señor. El Capitán de Gendarmería los envió a Nápoles.
Queda de usted su más
atento seguro servidor
Francisco Alcalá
Murat, antes de ser fusilado escribió una carta a su esposa Carolina, carta
que el administrador del duque del Infantado reproduce y manda a Madrid.
COPIA DE LA CARTA QUE ESCRIBE A SU ESPOSA POCO ANTES DE MORIR |
Joaquín Murat rechaza ser vendado y él mismo da la orden al pelotón de
fusilamiento de disparar sobre él. Inmediatamente fue introducido en un tosco
ataúd de abeto y llevado por doce soldados a la iglesia principal de Pizzo.
Allí, Antonio Condoleo, que ayudó en su entierro, dejó escrito que al colocar
en el suelo el ataúd éste se abrió por las esquinas y pudo ver el cadáver de
Murat, el cual tenía el rostro pálido y desfigurado por una bala que había
surcado horriblemente su mejilla derecha. Los ojos cerrados, la boca
entreabierta, como si quisiera terminar alguna palabra iniciada. La caja fue
nuevamente cerrada e introducida en una fosa común.
En varias ocasiones se han intentado encontrar sus restos, la última en el
2015 con motivo del bicentenario de su muerte, y a sido imposible dado la gran
cantidad de huesos que contiene la fosa común de la iglesia.
El resto de prisioneros fueron llevados a la isla de San Esteban. Al
administrador del duque del Infantado le fueron concedidos varios méritos, al
igual que a la ciudad de Pizzo.
LISTADO CON LOS INTEGRANTES DE LA EXPEDICIÓN DE MURAT
|
Código de Referencia: ES.45168.AHNOB/1.8.9.7//OSUNA,CT.195,D.146
Archivo Histórico de la Nobleza
1. Archivo de los Duques de Osuna
1.7. Ducado del Infantado
PERSONAL: FUNCIONES DESEMPEÑADAS
FUNCIONES GUBERNATIVAS