Diario ABC
26/7/2017
Israel Viana
Durante dos siglos, la muerte de Napoleón Bonaparte ha estado rodeada de todo tipo de especulaciones. La causa oficial dada aquel 5 de mayo de 1821 fue un cáncer de estómago, aunque investigaciones posteriores expusieron que el emperador francés había sido envenenado. Pero, ¿qué contaron exactamente los diarios españoles de la época?, ¿cuándo llegó la noticia?, ¿qué detalles se dieron acerca de sus últimas horas de vida?, ¿lamentaron o celebraron el fallecimiento del hombre que había conquistado Europa 13 años antes? o ¿cuáles fueron sus últimas palabras?
Número de «Miscelánea», publicado el 24 de julio de 1821- BNE |
Para responder a estas preguntas, ABC ha realizado un viaje en el tiempo rescatando los artículos publicados por periódicos desaparecidas hace doscientos años, tales como «El Censor», «El Espectador» o el «Nuevo Diario de Madrid». Periodismo en una época no precisamente marcada por la inmediatez de internet. De hecho, la primera noticia de la muerte de Napoleón no llegó a España hasta el 17 de julio de 1821, dos meses y medio después de haberse producido. Según los ejemplares conservados en la Biblioteca Nacional, la exclusiva correspondió a dos diarios: «Miscelánea», una de las cabeceras más influyentes del Trienio Liberal, y «El Universal», periódico constitucionalista que se publicó entre 1920 y 1923.
¿Cáncer o envenenamiento?
No fue hasta bien
entrado el siglo XX cuando se cernieron las primeras dudas sobre los resultados
de esta autopsia realizada por seis médicos británicos y el doctor personal de
Napoleón. Vinieron por parte de un prestigioso estomatólogo sueco, que aseguró,
en 1961, que el emperador había sido envenenado con arsénico. Desde entonces
han sido muchos los estudios que han defendido una y otra hipótesis, avalados
por el mismo Gobierno francés.El último, publicado por National Geographic en 2015, concluyó
que, efectivamente, había falleció por un cáncer de estómago. Al parecer, la
revista no encontró evidencias de arsénico en los análisis que había encargado.
La reseña de «El UNIVERSAL» el mismo 17 de julio de 1821 era algo más
extensa que la de «Miscelánea». Se hacía eco de lo publicado por medios
ingleses para informar de que Napoleón, «antes de expirar, pidió que se abriese
su cadáver para ver si su enfermedad procedía de la misma causa que puso fin a
la vida de su padre. Esto es, el cáncer. Así lo hicieron los facultativos y
hallaron que el enfermo no se había engañado. Y conservó todo su conocimiento
hasta exhalar el último suspiro, muriendo, al parecer, sin dolor».
En la misma noticia se
asegura que Bonaparte no se empezó a tratar su tumor hasta 15 días antes de
fallecer y que, cuando lo hizo, «anunció a los médicos que no saldría de esa».
«Es fácil adivinar qué causas habían producido aquella dolencia, considerando
los reveses de fortuna que experimentó [Napoleón]. Principalmente, la dolorosa
separación de su amada y tierna esposa y de su adorado hijo. Y, por otra parte,
el injusto destierro que estaba padeciendo, condenado a vivir de un modo enteramente contrario a
la vida activa a la que estaba acostumbrado», conjeturaba a continuación.
Napoleón, el nuevo Cid
Durante los dos meses y
medio que tardó en llegar la noticia, los diarios españoles siguieron
publicando noticias de Napoleón como si estuviera vivo. La sombra del hombre
que había dominado Europa y cambiado el rumbo de la historia era demasiado
grande, a pesar de su encierro en una isla en medio del Atlántico.
Cabeceras de carácter
liberal criticaban la ambición del emperador francés, mientras se celebraba el aniversario del alzamiento contra el
«usurpador», según le calificaba el «Nuevo Diario de Madrid». «El Espectador»,
por ejemplo, se despachaba a gusto considerando que «Bonaparte quiso ensanchar
los límites de su poder de un modo que no permitía la naturaleza misma de la
cosas y se vino al suelo». Mientras, «El Censor» se preguntaba: «¿Cuándo se impuso freno a sí
mismo? Nunca, pues con los triunfos crecen las pretensiones». Una línea
editorial contundente y comprensible, antes de saber que ya había pasado a
mejor vida, si tenemos en cuenta su invasión de España se había producido solo
una década antes.
Pero lo más sorprendente
es cómo, aún entre rejas, Bonaparte era considerado una amenaza para la
estabilidad del viejo continente y un hombre capaz de ganar guerras. En un artículo publicado el sábado 23 de junio de 1821, «El
Universal» daba cuenta del interés de Grecia por enviar a Santa Elena a
varios emisarios para persuadir a Napoleón de que comandara sus ejércitos
contra los turcos, como si del Cid se tratara cabalgando muerto. El emperador
había pasado a mejor vida hacía un mes y medio y el diario madrileño aún
barajaba la hipótesis de que podía regresar a la guerra para frenar el poder de
otras potencias enemigas: «No podemos negar que el rumor de que se pensaba dar
libertad al prisionero de su isla ha corrido en los últimos días por toda
Europa», decía, para asegurar después que «la aparición de Napoleón sería el
mejor dique que pudiera oponerse a la inmensa ambición de Rusia y a la insufrible
insolencia de los ultras franceses. Sería la mejor salvaguardia de la libertad
constitucional de Europa».
Sus últimas palabras
Cuando la noticia de la
muerte llegó por fin a España, la mayoría de los diarios no escatimaron en
detalles sobre lo sucedido. «El Universal» aseguraba que Bonaparte había
depositado 40 millones de francos en la Torre de Londres. El «Nuevo
Diario de Madrid» se hacía eco de varios rumores no del todo confirmados.
Uno decía que el barco que trajo la noticia desde Santa Elena a Europa también
portaba su cadáver: «Parece que esto no es cierto», aclaraba después. Otro
defendía que el finado pedía en su testamento ser enterrado en la misma isla,
«en un paraje situado en un hermoso valle». Y el tercero que Napoleón no dio
ninguna muestra de dolor, «aunque debió sufrir mucho durante su enfermedad»,
hasta que se le escapó su último suspiro.
El 24 de julio, «El Espectador» dedicó una página y media a
contar cómo había pasado Napoleón, día a día, hora a hora, sus últimos
momentos, hasta que «se perdió toda esperanza de restablecimiento» y se
comprobó que «tenía las extremidades frías y apenas pulso». «A eso de la 3 de
la mañana del día 5 perdió el conocimiento. Las últimas palabras que se le
oyeron pronunciar fueron: “¡Dios mío y la nación francesa!”», detallaba esta
cabecera. Y unas líneas más abajo informaba de que su cuerpo había sido
expuesto públicamente dos días, antes del multitudinario entierro «bajo unos
sauces», con 3.000 soldados y cuatro bandas de música acompañando al féretro:
«Tenía puesto el uniforme, una placa a un lado y una cruz de plata sobre el
pecho. Descansaba sobre el catre de campo que le había servido en casi todas
sus campañas. Debajo de su cuerpo estaba la capa de paño azul bordada en plata
que había llevado el día de la batalla
de Marengo [el 14 de junio de 1800, contra las tropas austríacas] y que le
ha servido de paño mortuorio en sus exequias».
Tuvieron que pasar unos
diez días desde que la noticia atracara en España, para que los diarios
comenzaran a hacer un análisis más sosegado de la figura histórica de Napoleón.
Tan solo «Miscelánea» —a 21 reales vellón por periódico— se mostró cauto: «Todavía rodean demasiado su sombra, el
odio, la amistad y la admiración para esperar que se oiga la inexorable e
impasible verdad. Estas pasiones se enfriarán, pero sus cenizas aún están
calientes». «El Censor» le dedicó
nada menos que 32 páginas a su figura, bajo el titular comenzaba: «Murió Bonaparte. Ya no existe el hombre ante el cual se postraron en otro tiempo las naciones y cuya voz hacía estremecer sobre sus tronos a todos los monarcas del continente».«Mérito, fortuna, errores, crímenes y desgracias de Napoleón
Bonaparte». Una extensa semblanza tan solo dos meses después del
fallecimiento, que
«El Universal» ofreció, el 26 de julio de 1821, un punto de
vista similar: «Pocos conquistadores han tenido una celebridad tan
prodigiosa como él. Se ha oído su nombre en toda Europa y aún ha resonado hasta
en las extremidades de Asia. Fue colocado Bonaparte, por la irresistible fuerza
de los acontecimientos, a la cabeza de una gran nación cansada de una larga anarquía.
Y se convirtió en heredero, por decirlo así, de una revolución [la Revolución
Francesa de 1789] que exaltó todas las pasiones buenas y malas», explicaba. Testimonios valiosísimos
para entender la importancia del hombre que abrió las puertas de la historia
contemporánea mundial, tan solo veinte años después de haberlo hecho. Muerto el
hombre, el mito ya había nacido.
Más sobre la muerte de Napoleón: http://www.batalladetrafalgar.com/2017/02/expedicion-la-isla-de-santa-helena-para.html
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