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jueves, 22 de noviembre de 2012

LA CAPTURA DE LA ESCUADRA DE ROSILY, CÁDIZ 1808

Memorias de don Manuel Muñoz y Naveda

Todo empezó en 1808, entonces tenia 20 años y mi mundo se limitaba a Vejer, Cádiz, y visitas esporádicas a Sevilla donde acompañaba a mi padre para cerrar algún trato. Aun de clase noble, mi padre se dedicaba al comercio de productos con las colonias y yo estaba a punto de tomar el mando del negocio. A pesar de no estar todavía lo suficientemente preparado, la aparición de una grave enfermedad en mi padre había precipitado la sucesión.
No eran buenos tiempos para el comercio de ultramar, la guerra con Inglaterra dificultaba las comunicaciones con las colonias, y el bloqueo que sufría Cádiz no hacía fácil la salida de embarcaciones. Hacía tres años que los ingleses habían derrotado la escuadra franco española en Trafalgar, y ahora eran los dueños del mar. Teníamos que emplear barcos neutrales para poder enviar y recibir las mercancías sin ningún contratiempo.
Un año antes, Napoleón decidió invadir Portugal con la ayuda de España. Nos parecía extraña la gran cantidad de fuerzas que entraban en la península y el despliegue hacia territorios que no estaban dentro de los caminos hacia Portugal. El anuncio de un próximo casamiento entre el Príncipe de Asturias y una princesa francesa calmaban los ánimos. Pero cuando la dispersión de las tropas españolas hacia puntos lejanos, como Dinamarca, no dejaba ya lugar a dudas de las intenciones de nuestro aliado vecino, el tirano dejó caer su máscara y con un hábil movimiento se aprovechó de las disputas de nuestros reyes y se apropió del trono de España.
A primeros de Mayo llegó la noticia a Cádiz de los sucesos acaecidos en Madrid, la autoridad en ese momento recaía en el Capitán General Solano, días después se produjo el alzamiento de Sevilla, y Cádiz estalló en  revueltas. Durante la noche del 28 se asaltó el Parque de Artillería y se pedía por las calles al Capitán General que tomara partido hacia la causa. A la mañana siguiente yo me encontraba en la ciudad y pude comprobar lo que es capaz un pueblo cuando mala gente le conduce. Una multitud provista de todo tipo de armas capturaron a Solano y le dieron muerte bajo la acusación de no unirse al alzamiento. La anarquía se apoderó de las calles y se asaltó multitud de casas de ciudadanos franceses que habitaban en Cádiz. Con el pretexto de que un vecino había tenido relaciones comerciales u otro tipo de trato con el enemigo (cosa nada rara cuando hasta hacía unos días eran nuestros aliados) se le allanaba la casa y se le producía gran perjuicio. Se quería aprovechar el momento para saldar rencillas personales o causar el mal al vecino, guiados por la envidia.
Vista la situación decidí trasladarme a la casa que poseíamos en Cádiz, y mandé a Antonio (nuestro administrador) junto a mi padre con  noticias de los sucesos acaecidos y dando instrucciones de las medidas a tomar en el negocio. Antonio siempre fue un fiel servidor de la casa; conoció a mi padre durante una venta importante de vino del país a un comerciante ingles. Realizó las funciones de  intermediario de mi padre y su buen hacer animó a este a ofrecerle un puesto en el negocio. Antonio, soltero y sin familia, aceptó y hasta el año 19 que falleció fue un miembro más de la casa. Mi padre, y yo después, le confiamos en muchas ocasiones el mando del negocio teniendo la seguridad que no se produciría ningún contratiempo durante nuestra ausencia. Durante la guerra, que en esos días estaba empezando, él  y mi padre, con las pocas fuerzas que le quedaban a este, mantuvieron el negocio. Mis dos hermanas junto a mi madre ayudaban en lo que podían pero no habían sido iniciadas y no tenían la habilidad requerida para tratar con los diferentes compradores, intermediarios y agentes que componían ese mundo. Antonio normalmente residía en Cádiz porque era más fácil gestionar los viajes y el embarque de las mercancías. Nosotros vivíamos en Vejer, pueblo que me había visto nacer y  origen de la casa de los Muñoz y Naveda.               .
A Solano le sucedió el teniente general don Tomás de Morla y sus primeras disposiciones fueron las de calmar la ciudad y disolver los grupos revoltosos que tanto mal habían hecho. Para ello se le mandó ayuda desde Sevilla donde se había creado una Junta, a la que llamaban Suprema, y tenía como fin centralizar todas las decisiones para echar al invasor de la Península. Pero la paralización que sufría el país y la imposibilidad de hacer llegar los correos a las diferentes ciudades hacía prácticamente imposible este trabajo, limitándose en un principio a impartir ordenes a las provincias limítrofes. Otra cuestión era la desobediencia de algunas provincias a estar bajo mando de la de Sevilla y crearse en ellas Juntas que competían en recursos con sus vecinas.
 Uno de los problemas con los que encontró Morla fue que hacer con la escuadra francesa que se encontraba en la bahía. Esta escuadra al mando del Almirante Rosily, eran los restos que sobrevivieron al desastre de Trafalgar. Sus navíos se encontraban ahora en perfecto uso y listos para salir de Cádiz cuando los ingleses levantaran el cerco.  Un amigo cercano a Morla me comunicó que se estaba intentando pactar la rendición de la escuadra, pero Rosily quería imponer unas condiciones inadmisibles. Desde la ventana de mi despacho veía la construcción de nuevas baterías que servirían de  apoyo en el posible ataque hacia la escuadra. El día 9 me sobresaltó el sonido de los cañones y pude ver que los nuestros estaban atacando a los franceses. El ataque quedó interrumpido durante la noche y a la mañana siguiente continuó el fuego hasta primera hora de la tarde. Todos creíamos que se había producido la rendición de la escuadra y nos amontonábamos en el puerto deseosos de ver a los franceses desembarcar. Pero la interrupción se debía a una tregua y por ahora los franceses seguían en sus barcos. La rendición no se produciría hasta el 13 o el 14, no recuerdo bien. Desde el navío del Almirante francés se arribó la bandera y los marineros fueron trasladados a la Carraca y a dos navíos españoles donde permanecieron cautivos, por lo tanto nos quedamos sin la diversión de ver desfilar las tropas enemigas ante nuestros ojos. Ese día, cuando volví a casa, me encontré con una desagradable sorpresa: un cirujano francés, que se encontraba a bordo de uno de los navíos apresados, me estaba esperando escondido en una de mis habitaciones, había escapado durante la noche y conseguido llegar a nuestra casa. Su nombre era Carlos Duvivier, y cuando a mi padre le tuvieron que realizar una operación ante la gravedad de su estado los médicos que le trataban nos recomendaron a este cirujano, dada su presteza. Mi padre, aunque muy débil e incapaz de hacer muchos esfuerzos, consiguió vencer a la grave enfermedad. Pese a la gratitud que le debía mi primera intención fue la de delatarle ante las autoridades, pero recapacité y le ayudé en lo que pude a que saliera de la ciudad. Nunca más le he vuelto a ver y no sé si consiguió unirse a los suyos. 
            Los gaditanos nos echamos a la calle para celebrar la rendición de la escuadra, teóricamente era la primera derrota que sufrían los ejércitos de Napoleón.  Morla publicó un bando para pedir tranquilidad al vecindario y evitar los alborotos. También pedía a los franceses avecindados que prestaran juramento a la Nación Española y así podrían conservar sus bienes. Por todos lados se gritaba ¡Viva Fernando VII!
            Durante unos días fui a Vejer a tratar con Antonio y mi padre varios asuntos del negocio que no podía gestionar desde Cádiz. Pero las noticias que circulaban por el pueblo no eran tranquilizadoras, los franceses se adentraban en Andalucía y no se les pudo parar en Sierra Morena. La junta de Sevilla, ante la falta de tropa veterana, ordenó el alistamiento en tres clases: primero de voluntarios, después de solteros, casados y viudos sin hijos y por último de casados y viudos con hijos. A los voluntarios se les condecoraba con un escudo militar con el mote de Voluntarios de Fernando Séptimo. Mi ánimo me llevaba a ir como voluntario para defender mi tierra de los bárbaros actos que los franceses cometían allí por donde pasaban. Mi preferencia era el cuerpo de caballería dadas mis cualidades de jinete y ser el más adecuado a mi clase. Pero el estado de mi padre me impedía de momento unirme a las armas, y gracias a los contactos de éste en la Junta de Sevilla me fue concedida una prórroga para eximirme de momento del real servicio de la armas. Pasados unos días volví a Cádiz y en la calle Ancha me encontré con un grupo de amigos que pronto me pusieron al día de las noticias. Los franceses se encontraban en Andujar después de abandonar Córdoba donde habían entrado el día 7 de junio , a su marcha la ciudad quedó muy dañada, el general francés permitió el pillaje a sus tropas con la excusa de encontrarse las puertas de la ciudad cerradas e intentar sus vecinos bloquear la entrada de las tropas. Según contaron ninguna mujer quedó libre de los atropellos cometidos.
            En Zaragoza dada la tenaz defensa que mostraron sus habitantes, el enemigo decidió formalizar un sitio y rendirla por hambre. Algo parecido estaría sucediendo en Valencia porque las últimas noticias anunciaban el paso por Cuenca de numerosas tropas camino de esa ciudad. En Castilla las tropas españolas habían sufrido una derrota en Valladolid. En Cataluña las cosas parecían ir bien al sufrir los franceses varios ataques de parte de grupos de voluntarios.
 Cádiz posiblemente fuera la ciudad española mejor informada de toda la península, cada día llegaban barcos con boletines, pasquines, bandos y gacetas provenientes de todo el territorio español que nos informaban del estado de las cosas. Además el servicio telegráfico también proporcionaba información y mandaba órdenes para coordinar las maniobras.
            Todos parecíamos generales dando nuestra opinión de cómo se debían hacer las cosas y plantear la defensa. Uno del grupo decía que a los franceses se les debía haber dejado pasar por Sierra Morena para después cerrar el paso y rodearles de tropas, alguno le replicó que también podrían venir más franceses por el camino de La Mancha y cojernos a nosotros en dos fuegos. Otro que se envenenara los pozos y que con el calor quedarían muy debilitados y sería fácil el ataque. Desde casa uno ve muy fácil siempre las tareas ha emprender, si esto fuera así Napoleón hubiera sido derrotado hace mucho tiempo. Ante el temor de la llegada de los franceses se dispuso las medidas necesarias para la defensa de la ciudad. Se reforzaron las murallas y se empezó la construcción de un fuerte donde colaboramos todos los ciudadanos. Durante  la mañana acudía a las fortificaciones junto a mis amigos y trabajábamos como los más en levantar el fuerte. Por la tarde nos reuníamos en la posada y comentábamos las noticias que llegaban. Cádiz por su situación es una ciudad fácilmente defendible, solo tiene comunicación por un brazo de tierra, y toda ella está rodeada de murallas.
            Un día del mes de Julio empezó a correr el rumor de que el ejército de Andalucía había infligido una severa derrota a los franceses. El rumor fue finalmente confirmado mediante un bando que la Junta hizo repartir. Castaños al mando del ejército había conseguido capturar a toda una división francesa en Bailén. La alegría inundó la ciudad y todos respiramos aliviados por haberse alejado el temor a una ocupación. Me hice con una copia de los acuerdos de la rendición y los llevé a Vejer para comentarlos con mi padre y Antonio.  Mi padre no estaba de acuerdo con las condiciones de la rendición, se permitía a los franceses conservar sus bagajes y ser deportados a Francia. Muy furioso argumentaba que los soldados franceses llevaban en sus mochilas todo lo robado en los pueblos que habían saqueado, además una vez en Francia volverían a entrar en España. Las noticias que llegaron en los siguientes días daban cuenta del trato que se les daba a las tropas enemigas en su camino hacia Cádiz, donde iban a embarcar rumbo a Francia. Los pueblos esperaban su paso para intentar vengar lo acaecido en Córdoba y otros lugares. Al final se tuvo que tomar la decisión de marchar por la noche y rodear los pueblos para evitar en lo posible todo contacto con el paisanaje.
            La normalidad volvió a nuestras vidas, dábamos por hecho la retirada de los franceses de España tras su derrota en Bailén y el pronto regreso de nuestro amado rey Fernando. Mi padre recibía correspondencia de un comerciante de Cervera (Cataluña) que le mantenía informado de los sucesos de la zona y de otras próximas que a este le llegaban. Los correos no tenían la frecuencia de antaño dadas las circunstancias, y la mayoría se perdían no llegando a su destino. En estas cartas nos hablaba del levantamiento de los franceses del sitio de Zaragoza, donde una jornadas antes de retirarse y creyéndose verse perdidos por tener noticias de que se estaban aparejando mas de 20000 leones españoles para abatirlos, intentaron dar el ultimo asalto a su empresa arrojándose la mayor parte dentro de la ciudad de Zaragoza, pero aquellos habitantes que no se dejaron gobernar por tan vil canalla los acometieron y destrozaron completamente, de tal suerte que lo que es uno no salió con vida de todos los que entraran. Las calles iban como un torrente y todas estaban sembradas de cadáveres de franceses.
            Ese verano la cosecha vino abundante y los hombres fueron abandonando el servicio de las armas para trabajar las tierras. Los prisioneros de Bailén fueron llegando a Cádiz para ser metidos en los barcos prisión. Las autoridades españoles, con gran alegría de mi padre, no cumplieron los acuerdos pactados y no había intención de devolver a los franceses a su patria. Los pontones estaban abarrotados de prisioneros y en ellos no había la menor higiene, eran mal alimentados y  muchos morían. En la ciudad se sospechaba que los muertos eran lanzados al agua y se dejó de comer pescado ante la repentina gordura de los peces capturados en la bahía.
            Volvió Antonio a Cádiz y juntos retomamos varios negocios que teníamos pendientes: Preparamos un cargamento de aceite para Ceuta y otro para Canarias, reclamamos pagos pendientes y en fin retornó la normalidad. Por aquel entonces recibí la visita de Andrés Arteaga que vino de Madrid a visitar a su tío Don Estanislao antes de incorporarse al regimiento Borbón. Andrés era hijo del Marqués de Valmediano y poseía el título de Conde de Corres.  Mi padre era amigo de Don Estanislao y  conocí a Andrés cuando pasaba los veranos junto a su tío. Hacía tiempo que no coincidíamos, las obligaciones de cada uno nos había hecho distanciar nuestra relación. El vivía en Madrid y estaba felizmente casado con dos hijos. En esto nos diferenciábamos ya que yo todavía no había encontrado con quién compartir mi vida. Andrés intentó convencerme para que me uniera a su regimiento, pero yo todavía no podía dejar a mi familia, y por otra parte la situación se tornaba favorable hacia los españoles no dudando en la pronta marcha del ejército francés. Andrés me confesó que su reincorporación al ejército se debía más a las presiones de su entorno que a decisión suya. Su familia estaba muy unida a la vida castrense y su primo Palafox era, junto a Castaños, aclamado en toda España. Andrés estaba retirado con licencia al cuidado de sus intereses cuando se vio obligado a dejar Madrid para unirse a las armas. Cuando me despedí de él le aseguré que si las cosas se ponían feas no dudara en que le solicitaría ayuda para incorporarme a su regimiento.
De Portugal las noticias también eran favorables, los ingleses habían derrotado a las tropas francesas y Portugal quedaba libre del yugo francés.  Por lo tanto todos pensábamos que el retorno de la familia real sería cuestión de días. Pero los días pasaron y ni la familia real volvía ni los franceses se marchaban de España. Las autoridades españolas y los mandos del ejército perdieron el tiempo en celebraciones por el triunfo de Bailén y en disputarse el mando de las operaciones que a continuación se deberían realizar; dando tiempo al enemigo para concentrar sus tropas y preparar el contraataque. Para colmo de males corrió el rumor que el mimo Napoleón iba a dirigir la vuelta de su hermano a Madrid.
Con el establecimiento de relaciones con Inglaterra, el comercio se vio beneficiado. Conseguimos gestionar una venta de aceite, harina y aguardiente a Gibraltar, siendo de  los primeros en vender legalmente a la colonia después de muchos años. Para ello me recomendaron a Don Manuel López que poseía una Polacra de su propiedad. Don Manuel había servido hasta hace poco en la Armada y por falta de navíos le habían dado la licencia. Como yo tenía curiosidad por visitar Gibraltar y dada la brevedad del viaje, decidí subir a bordo del Ildefonso, nombre de la Polacra .
Emprendimos la ruta y enseguida pude comprobar que a Don Manuel no le gustaba este encargo, a todo le ponía pegas y sus contestaciones eran secas. Pero el buen tiempo y la falta de preocupaciones me hizo olvidar estos contratiempos, la vista de la costa de berbería me tenía fijo durante horas en el castillo de popa. Cuando nos encontramos a pocas millas de la roca nos salió al encuentro una embarcación de la Navy para comprobar el pasaporte y los papeles. Una vez pasado el trámite nos condujo hasta el puerto indicándonos el lugar de atraque. Entonces fue cuando pude comprobar la majestuosidad de la roca. La sensación no era comparable con la que se obtiene desde Algeciras, lugar desde donde siempre  la había visto. Toda ella es un fortín con baterías y bastiones que hacen casi imposible su toma. Junto al puerto se encuentra una gran batería desde la que se observan las defensas españolas. Las más próximas se encontraban destruidas. Los ingleses, sacando siempre provecho de las circunstancias, las habían destruido justificando la posible toma por parte de los franceses de estas defensas. En Gibraltar estuvimos dos días pero solo obtuve permiso de bajar a tierra para una jornada. De la descarga de la mercancía se encargó el segundo de don Manuel ya que este no salió de su cámara en los días de estancia. Su actitud me convenció para no volver a contratarle para otro trabajo. Gibraltar es un inmenso cuartel, la mayoría de sus habitantes son militares destinados y de tránsito en la colonia. Existe un castillo árabe reconvertido en fuerte y varias puertas de tiempos del emperador Carlos V. Quise llegar hasta la punta de tierra mas alejada al sur , pero solo me fue permitido llegar hasta una pequeña bahía natural dominada por un recinto amurallado fuertemente armado donde se podían ver cerca de 22 cañones. Lo  peor del día en tierra fue la comida, entré en una pequeña taberna cerca de la casa del Gobernador llena de gente. Como domino bien el idioma inglés y francés, no tuve problemas en hacerme entender. Sentado en una mesa cerca de la puerta me sirvieron un pastel de carne al cual no saqué ningún gusto. La comida me sirvió para observar al personal que llenaba el local. Había un gran grupo de soldados alrededor de una mesa toda llena de botellas, algunos de ellos estaban fumando en pipa colaborando al mal olor del local. Hablaban de la rendición del mariscal Junot en Portugal y del acuerdo ventajoso que habían obtenido los franceses en la rendición. Todos los franceses iban a ser trasladados con sus bagajes y armas a Francia. En otra mesa unos empleados comentaban la llegada de un barco desde Plymouth. La imagen que me llevé de los ingleses es que son muy constantes pero a la vez muy prepotentes.  Años después con un trato más directo con ellos he podido comprobar que ante todo aman su patria y son capaces de hacer grandes empresas para protegerla, aunque para ello utilicen vilmente a otros países; buscan el beneficio económico expandiendo su comercio por todo el mundo aprovechándose de ser en estos momentos los dueños del mar.
            En Cádiz esos días era frecuente verles recorriendo la ciudad, una gran cantidad de soldados habían desembarcado en el Puerto de Santa María, antes de partir para Portugal, y recorrían la comarca. Incluso se celebró una corrida de toros en su honor.
Una vez terminada la descarga de la mercancía y formalizados los albaranes de entrega, nos disponíamos a partir. Pero antes le pedí permiso a don Manuel para llevar a un contador de la empresa que nos había hecho la compra, a Cádiz, aprovechando nuestra vuelta. Pero don Manuel muy enojado prohibió la subida a bordo de esta persona y dispuso la salida inmediatamente. Por la noche subí a la cubierta a disfrutar de la frescura de la noche, y me encontré a Don Manuel en el lado de estribor junto al bauprés. Estaba con la cabeza fija en el agua y su cara reflejaba una gran amargura. Pese al rechazo que sentía por esta persona me acerqué a él y le di las buenas noches; don Manuel me miró seriamente y me dijo si yo pensaba que él estaba loco, reconociéndome que sus actos en estos días daban pie a pensar en ello. Yo no sabía que responder, la pregunta me había pillado por sorpresa y me quedé callado. Verá, me dijo, como sabe he pasado doce años de mi vida sirviendo en la Real Armada. He servido de grumete meritorio de la escuela de navegación en el navío Miño, como marinero en la urca Santa Florentina, como tercer piloto en la fragata Gloria. En 1805 fui destinado en el Ferrol al navío San Ildefonso que  estaba siendo armado para unirse a la escuadra hispano-francesa al mando de Villeneuve. Era un navío magnífico, forrado de cobre nuevo y recién carenado. Teníamos que ir a Brest pero al francés le entró miedo y nos metió en Cádiz. Los ingleses  bloquearon la salida y estaban a la espera  para darnos “palpelo”. Se formó un gran campamento en La Carraca y nos alojaron en él a la espera de un buen momento para salir del agujero donde nos habían metido. No sé si por las aguas malas que rodean La Carraca o por la peste que había hecho de las suyas hacía muy poco, el caso que enfermé y me llevaron al hospital. Yo rezaba para que el San Ildefonso no saliera del puerto sin mí, pero las fiebres no me remitían y tenía que estar en cama. Un día se produjo un gran alboroto en la sala, llegó la noticia de los preparativos que se estaban haciendo para una pronta salida de la escuadra, al día siguiente empezaron a salir los navíos del puerto. Yo lloraba de rabia, todos los del hospital sabíamos que nuestros compañeros se dirigían directamente a la muerte y nosotros queríamos estar a su lado. Usted no sabe el grado de amistad que se alcanza en estas maderas flotantes, durante meses no pisamos tierra y nuestro rancho es el que nos acompaña a todas horas. Ellos nunca se separan de ti, dormimos, comemos y trabajamos al mismo tiempo, día tras día. Ellos son tu verdadera familia. Por eso se puede imaginar la sensación que nos invadió a todos los del hospital cuando veíamos salir a nuestros camaradas. El 21 amaneció con niebla que se fue disipando a lo largo de la mañana, al mediodía nos empezaron a contar que desde las torres de la ciudad se veía el humo de la artillería y la silueta de los navíos en lucha.  Durante toda la tarde estuvimos a la espera de noticias, pero estas no llegaron hasta el anochecer. Como sabe, los peores presagios se habían cumplido. Esos malditos ingleses nos habían destrozado. Luego supe que don Vargas fue herido y el barco quedó en tal estado que estuvo a punto de irse a pique, pero los ingleses consiguieron llevarlo a Gibraltar. Murieron 34 miembros de la tripulación, entre ellos mis dos mejores amigos. Y yo debería haber estado a bordo de ese navío y llevar la misma suerte que ellos. Ahora estamos encima del lugar donde terminó la batalla, ese que ve hay es el cabo Trafalgar y aquel a lo lejos el cabo Roche, frente donde comenzó la acción. Bajo nosotros se encuentran los muertos que lanzaron por la borda para limpiar las cubiertas de obstáculos, entre los que se encuentran mis camaradas.
Un nudo en la garganta me impedía decir nada. Ese es el motivo de mi conduzca estos días, continuó, no quiero ver a los ingleses ni en pintura y encima de mi barco no sube ninguno. ¿Sabe que navío era el que estaba a la entrada del puerto en Gibraltar? Se trataba del San Juan Nepomuceno, el barco de Churruca. Por eso no he salido de mi cámara, para no ver al Nepomuceno con los colores ingleses.
Su narración me emocionó y le pedí disculpas. Trafalgar fue un desastre que viví en primera línea desde Vejer. Recorrí la costa los días posteriores al combate ayudando en el rescate de los náufragos, y la tragedia me sobrecogió. Por eso comprendí en cierta manera a este hombre. Después me contó que las deudas que acosaban al Tesoro Real impidieron equipar más barcos y el personal tuvo que quedarse en tierra. Le dieron la licencia a primeros de este año y se hizo con el barco trabajando por su cuenta. 
Al día siguiente llegamos a Cádiz y me despedí de él. Nunca más le volví a ver. Hace unos años, al intentar averiguar su paradero, me informaron que durante la tempestad del año 1811 su barco naufragó cuando retornaba a Cádiz desde Málaga, apareciendo restos en la playa de Coníl, pero su cuerpo nunca fue encontrado. Para mí Don Manuel López de Yllana fue la última victima de la batalla de Trafalgar.
En el mes de Noviembre la noticia corrió como la pólvora. Napoleón en persona entraba en España para dirigir sus ejércitos y reponer a su hermano en el trono. El avance fue imparable, llegaban noticias de la derrota de nuestros ejércitos en Tudela y Burgos, y nada parecía que fuera capaz de impedir la entrada de los franceses en Madrid. Todo Cádiz estaba a la espera de noticias, las gacetas informaban de la concentración de gran cantidad de tropas españolas en un paso fácilmente defendible a la entrada de Madrid. Se daba por seguro que esta oposición impediría la entrada del corso en la ciudad. Pero lamentablemente las cosas no se hicieron bien y  una simple carga de caballería sirvió para romper la defensa y dejar franco el paso. De la entrada en Madrid recibimos noticia en una carta mandada a mi padre por un amigo. En ella nos relataba que Napoleón mandó atacar a la corte por tres puertas: dos rechazaron el ataque y aun que entraron por la puerta de Fuencarral los hicieron retirar con gran pérdida, pero que intensificando el ataque lograron atemorizar a las autoridades que se rindieron pese a la oposición de los defensores. Entrando de nuevo los franceses en Madrid.
Tal y como estaban las cosas mi padre insinuó el traslado de toda la familia a Inglaterra quedándose solo Antonio para vender las mercancías, y en el peor de los casos nuestras propiedades, para después reunirse con nosotros. Pero preferimos esperar, ya habíamos derrotado a los franceses en Andalucía y podíamos volver a hacerlo. Además contábamos con la ayuda del ejército inglés que había entrado en España para colaborar con los ejércitos españoles. Pero las tornas se cambiaron y fue Napoleón el que impuso su fuerza. Los ingleses, ante el acoso francés, huyeron al norte para embarcar en La Coruña y abandonar la península, muriendo su general en la empresa. Tiempo después comentando el suceso con Santiago Whittingham supe que la idea de entrar a España por Salamanca, a principios de invierno, no fue acertada. Los ingleses habían venido a España con la idea de encontrarse un pueblo encendido y entregado a la causa, cuando dejaron Portugal y penetraron en Salamanca fueron recibidos por un pueblo frío que solo pensaba en vivir el día a día y llevarse bien con el ejercito que en ese momento ocupara sus tierras, bien fueran franceses o ingleses. Esta falta de ganas, junto a las noticias que llegaban de Madrid, y los tropiezos de las tropas españolas, fueron aplacando los ánimos ingleses y sus movimientos cada vez eran más equivocados. Viendo que su posición era muy delicada, el general Moore decidió dirigirse al norte para evacuar al ejército. Pero la marcha fue una auténtica pesadilla al ser perseguidos muy de cerca por los franceses. Consiguieron abandonar la península sufriendo muchas bajas. Santiago decía que si el ejército inglés hubiera entrado por Andalucía las cosas hubieran sido muy diferentes, al haberse encontrado un pueblo mas entregado a la causa.
Nuestra situación se complicó al ser derrotado el ejército del Centro en Ucles dejando vía libre el camino hacia Andalucía. Los nervios volvieron a la ciudad y se reanudaron los trabajos de defensa. Familias importantes abandonaban Cádiz rumbo a América y Ceuta. Pero a su vez gran cantidad de refugiados venían de todas partes de España. La situación era desesperada.
Tenía por costumbre realizar un paseo a media mañana por la calle Ancha con la intención de recabar noticias y tomar chocolate con las amistades. Pero una mañana, nada más pisar la calle, me encontré con un gran grupo de gente con los ánimos revueltos, pensé que habían vuelto a llegar noticias de nuevos desastres de nuestras tropas. Pero el motivo era otro, desde hacía días estaban frente a la costa numerosas embarcaciones inglesas que transportaban tropas, su intención era desembarcar en Cádiz para utilizar la ciudad como centro de operaciones. Pero las autoridades no estaban dispuestas a que soldados ingleses camparan a sus anchas por la ciudad y convertir Cádiz en otro Gibraltar, con el pretexto del desembarco. Por entonces la ciudad estaba en escasez de fuerzas para su defensa, y para colmo los refuerzos que nos prometían eran de varios regimientos de extranjeros y desertores. La población no quería este tipo de tropas para su defensa y reclamaban soldados veteranos o en su caso el desembarque de los ingleses.
Los ánimos habían estallado esa mañana y se habían formado grupos, como el que me encontré, que iban de un lado para otro reclamando a la Junta sus peticiones. En un momento dado se llegó a la tentativa de acercarse al castillo para ajusticiar al general Carrafa, y a otros que estaban presos con él, acusándoles de traidores. Menos mal que esta vez se consiguió calmar a la multitud y no se produjeron desgracias. Unos frailes desde el balcón de la casa del Gobernador, con la ayuda de varios oficiales ingleses, apaciguaron los ánimos mandando a la gente a casa.
Se nombró un nuevo gobierno provisional y se prometió que vendrían buenas tropas ha proteger la ciudad. Pero no se permitió a los ingleses desembarcar. Así terminó la segundo revuelta en Cádiz que se producían en menos de un año. Yo veía que la situación se tornaba complicada y que mi puesto estaba en el ejército, así se lo hice saber a mi padre que a regañadientes aprobó mi decisión. Para terminar de decidirme llegó una carta de Andrés desde Sevilla donde se encontraba para que me reuniera con él y me incorporara a su regimiento.
Acordé con mi padre el traslado de toda la familia a la casa de Cádiz, donde la protección sería mayor en caso de la llegada de los franceses, y quedó el mando del negocio en manos de Antonio, con la ayuda de mi padre. El día antes de salir para Sevilla acudí a Vejer ha solicitar protección a la virgen de La Oliva bendiciendo una medalla que aun llevo, y rogándola que mirara por mi familia, mi patria y mi persona.
Entré en Sevilla bajo una fuerte lluvia, y me dirigí al alojamiento en la casa-palacio de un conocido en la calle del Aire. Esta calle es tan estrecha que el agua que vertían los tejados inevitablemente caía encima del transeúnte. Entré en el patio de la casa completamente mojado y preguntándome que hacía lejos de los míos. Por suerte esta indecisión pasó pronto, después del baño, y un descanso tras la comida, me dispuse a ver a Andrés con el que había quedado en una conocida posada tras la catedral. La tarde quedó soleada y pude comprobar el bullicio que existía en Sevilla. El ejército había traído a la ciudad gran variedad de gente que buscaba hacer algún negocio a su costa. Después de tomar un chocolate fuimos a casa de un sastre que le estaba realizando un traje de. Durante la tarde me fue contando la desgraciada campaña de Uclés y la situación desesperada en que quedaba Andalucía al tener el camino franco los franceses.
Me había buscado una plaza en el regimiento Rey entrando directamente como cadete. Días antes tuve que enviar los expedientes necesarios para certificar mi nobleza ya que era requisito indispensable para entrar con este grado. Los cadetes normalmente entraban a una edad muy inferior a la mía, pero las circunstancias de la guerra hacía que se obviara esta norma. El regimiento Rey había llegado hace poco a la península procedente de Dinamarca. Su fuga, con ayuda de los ingleses, había mermado sus filas y se encontraba escaso de hombres y caballería.
        Al día siguiente me trasladé al cuartel de Carabineros, junto a la plaza de la carne, lugar donde estaba destinado el regimiento. Me presenté al coronel y quedé bajo su tutela. A partir de entonces la vida castrense me absorbió todo el tiempo. Teníamos las literas en la planta segunda del cuartel, siendo destinada la primera a las cuadras. No tuve ningún problema en poder mantener mi caballo para el servicio, la falta de caballería facilitó este aspecto...
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Aquí queda cortado el relato. Por el historial militar sabemos que Manuel se traslada con el regimiento a Extremadura y posteriormente combate en la batalla de Talavera de la Reina y en Ocaña, donde es cogido prisionero y trasladado a Francia.




Insignia del regimiento Rey de caballería, posiblemente de sabretache


 Fuente y saber más sobre la escuadra de Rosisy: 

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