Memorias de don Manuel Muñoz y Naveda
Todo
empezó en 1808, entonces tenia 20 años y mi mundo se limitaba a Vejer, Cádiz, y
visitas esporádicas a Sevilla donde acompañaba a mi padre para cerrar algún
trato. Aun de clase noble, mi padre se dedicaba al comercio de productos con las
colonias y yo estaba a punto de tomar el mando del negocio. A pesar de no estar
todavía lo suficientemente preparado, la aparición de una grave enfermedad en mi
padre había precipitado la sucesión.
No
eran buenos tiempos para el comercio de ultramar, la guerra con Inglaterra
dificultaba las comunicaciones con las colonias, y el bloqueo que sufría Cádiz
no hacía fácil la salida de embarcaciones. Hacía tres años que los ingleses
habían derrotado la escuadra franco española en Trafalgar, y ahora eran los
dueños del mar. Teníamos que emplear barcos neutrales para poder enviar y
recibir las mercancías sin ningún contratiempo.
Un
año antes, Napoleón decidió invadir Portugal con la ayuda de España. Nos parecía
extraña la gran cantidad de fuerzas que entraban en la península y el despliegue
hacia territorios que no estaban dentro de los caminos hacia Portugal. El
anuncio de un próximo casamiento entre el Príncipe de Asturias y una princesa
francesa calmaban los ánimos. Pero cuando la dispersión de las tropas españolas
hacia puntos lejanos, como Dinamarca, no dejaba ya lugar a dudas de las
intenciones de nuestro aliado vecino, el tirano dejó caer su máscara y con un
hábil movimiento se aprovechó de las disputas de nuestros reyes y se apropió del
trono de España.
A
primeros de Mayo llegó la noticia a Cádiz de los sucesos acaecidos en Madrid, la
autoridad en ese momento recaía en el Capitán General Solano, días después se
produjo el alzamiento de Sevilla, y Cádiz estalló en revueltas. Durante la
noche del 28 se asaltó el Parque de Artillería y se pedía por las calles al
Capitán General que tomara partido hacia la causa. A la mañana siguiente yo me
encontraba en la ciudad y pude comprobar lo que es capaz un pueblo cuando mala
gente le conduce. Una multitud provista de todo tipo de armas capturaron a
Solano y le dieron muerte bajo la acusación de no unirse al alzamiento. La
anarquía se apoderó de las calles y se asaltó multitud de casas de ciudadanos
franceses que habitaban en Cádiz. Con el pretexto de que un vecino había tenido
relaciones comerciales u otro tipo de trato con el enemigo (cosa nada rara
cuando hasta hacía unos días eran nuestros aliados) se le allanaba la casa y se
le producía gran perjuicio. Se quería aprovechar el momento para saldar
rencillas personales o causar el mal al vecino, guiados por la envidia.
Vista la situación decidí trasladarme a la casa que poseíamos en Cádiz, y mandé
a Antonio (nuestro administrador) junto a mi padre con noticias de los sucesos
acaecidos y dando instrucciones de las medidas a tomar en el negocio. Antonio
siempre fue un fiel servidor de la casa; conoció a mi padre durante una venta
importante de vino del país a un comerciante ingles. Realizó las funciones de
intermediario de mi padre y su buen hacer animó a este a ofrecerle un puesto en
el negocio. Antonio, soltero y sin familia, aceptó y hasta el año 19 que
falleció fue un miembro más de la casa. Mi padre, y yo después, le confiamos en
muchas ocasiones el mando del negocio teniendo la seguridad que no se produciría
ningún contratiempo durante nuestra ausencia. Durante la guerra, que en esos
días estaba empezando, él y mi padre, con las pocas fuerzas que le quedaban a
este, mantuvieron el negocio. Mis dos hermanas junto a mi madre ayudaban en lo
que podían pero no habían sido iniciadas y no tenían la habilidad requerida para
tratar con los diferentes compradores, intermediarios y agentes que componían
ese mundo. Antonio normalmente residía en Cádiz porque era más fácil gestionar
los viajes y el embarque de las mercancías. Nosotros vivíamos en Vejer, pueblo
que me había visto nacer y origen de la casa de los Muñoz y Naveda.
.
A
Solano le sucedió el teniente general don Tomás de Morla y sus primeras
disposiciones fueron las de calmar la ciudad y disolver los grupos revoltosos
que tanto mal habían hecho. Para ello se le mandó ayuda desde Sevilla donde se
había creado una Junta, a la que llamaban Suprema, y tenía como fin centralizar
todas las decisiones para echar al invasor de la Península. Pero la paralización
que sufría el país y la imposibilidad de hacer llegar los correos a las
diferentes ciudades hacía prácticamente imposible este trabajo, limitándose en
un principio a impartir ordenes a las provincias limítrofes. Otra cuestión era
la desobediencia de algunas provincias a estar bajo mando de la de Sevilla y
crearse en ellas Juntas que competían en recursos con sus vecinas.
Uno de los
problemas con los que encontró Morla fue que hacer con la escuadra francesa que
se encontraba en la bahía. Esta escuadra al mando del Almirante Rosily, eran
los restos que sobrevivieron al desastre de Trafalgar. Sus navíos se encontraban
ahora en perfecto uso y listos para salir de Cádiz cuando los ingleses
levantaran el cerco. Un amigo cercano a Morla me comunicó que se estaba
intentando pactar la rendición de la escuadra, pero Rosily quería imponer unas
condiciones inadmisibles. Desde la ventana de mi despacho veía la construcción
de nuevas baterías que servirían de apoyo en el posible ataque hacia la
escuadra. El día 9 me sobresaltó el sonido de los cañones y pude ver que los
nuestros estaban atacando a los franceses. El ataque quedó interrumpido durante
la noche y a la mañana siguiente continuó el fuego hasta primera hora de la
tarde. Todos creíamos que se había producido la rendición de la escuadra y nos
amontonábamos en el puerto deseosos de ver a los franceses desembarcar. Pero la
interrupción se debía a una tregua y por ahora los franceses seguían en sus
barcos. La rendición no se produciría hasta el 13 o el 14, no recuerdo bien.
Desde el navío del Almirante francés se arribó la bandera y los marineros fueron
trasladados a la Carraca y a dos navíos españoles donde permanecieron cautivos,
por lo tanto nos quedamos sin la diversión de ver desfilar las tropas enemigas
ante nuestros ojos. Ese día, cuando volví a casa, me encontré con una
desagradable sorpresa: un cirujano francés, que se encontraba a bordo de uno de
los navíos apresados, me estaba esperando escondido en una de mis habitaciones,
había escapado durante la noche y conseguido llegar a nuestra casa. Su nombre
era Carlos Duvivier, y cuando a mi padre le tuvieron que realizar una operación
ante la gravedad de su estado los médicos que le trataban nos recomendaron a
este cirujano, dada su presteza. Mi padre, aunque muy débil e incapaz de hacer
muchos esfuerzos, consiguió vencer a la grave enfermedad. Pese a la gratitud que
le debía mi primera intención fue la de delatarle ante las autoridades, pero
recapacité y le ayudé en lo que pude a que saliera de la ciudad. Nunca más le he
vuelto a ver y no sé si consiguió unirse a
los suyos.
Los gaditanos nos echamos a la calle
para celebrar la rendición de la escuadra, teóricamente era la primera derrota
que sufrían los ejércitos de Napoleón. Morla publicó un bando para pedir
tranquilidad al vecindario y evitar los alborotos. También pedía a los franceses
avecindados que prestaran juramento a la Nación Española y así podrían conservar
sus bienes. Por todos lados se gritaba ¡Viva Fernando VII!
Durante unos días fui a Vejer a tratar con Antonio y mi padre varios
asuntos del negocio que no podía gestionar desde Cádiz. Pero las noticias que
circulaban por el pueblo no eran tranquilizadoras, los franceses se adentraban
en Andalucía y no se les pudo parar en Sierra Morena. La junta de Sevilla, ante
la falta de tropa veterana, ordenó el alistamiento en tres clases: primero de
voluntarios, después de solteros, casados y viudos sin hijos y por último de
casados y viudos con hijos. A los voluntarios se les condecoraba con un escudo
militar con el mote de Voluntarios de Fernando Séptimo. Mi ánimo me llevaba a ir
como voluntario para defender mi tierra de los bárbaros actos que los franceses
cometían allí por donde pasaban. Mi preferencia era el cuerpo de caballería
dadas mis cualidades de jinete y ser el más adecuado a mi clase. Pero el estado
de mi padre me impedía de momento unirme a las armas, y gracias a los contactos
de éste en la Junta de Sevilla me fue concedida una prórroga para eximirme de
momento del real servicio de la armas. Pasados unos días volví a Cádiz y en la
calle Ancha me encontré con un grupo de amigos que pronto me pusieron al día de
las noticias. Los franceses se encontraban en Andujar después de abandonar
Córdoba donde habían entrado el día 7 de junio , a su marcha la ciudad quedó muy
dañada, el general francés permitió el pillaje a sus tropas con la excusa de
encontrarse las puertas de la ciudad cerradas e intentar sus vecinos bloquear la
entrada de las tropas. Según contaron ninguna mujer quedó libre de los
atropellos cometidos.
En Zaragoza dada la tenaz defensa que mostraron sus habitantes, el
enemigo decidió formalizar un sitio y rendirla por hambre. Algo parecido estaría
sucediendo en Valencia porque las últimas noticias anunciaban el paso por Cuenca
de numerosas tropas camino de esa ciudad. En Castilla las tropas españolas
habían sufrido una derrota en Valladolid. En Cataluña las cosas parecían ir bien
al sufrir los franceses varios ataques de parte de grupos de voluntarios.
Cádiz posiblemente fuera la ciudad española mejor informada de toda la
península, cada día llegaban barcos con boletines, pasquines, bandos y gacetas
provenientes de todo el territorio español que nos informaban del estado de las
cosas. Además el servicio telegráfico también proporcionaba información y
mandaba órdenes para coordinar las maniobras.
Todos parecíamos generales dando nuestra
opinión de cómo se debían hacer las cosas y plantear la defensa. Uno del grupo
decía que a los franceses se les debía haber dejado pasar por Sierra Morena para
después cerrar el paso y rodearles de tropas, alguno le replicó que también
podrían venir más franceses por el camino de La Mancha y cojernos a nosotros en
dos fuegos. Otro que se envenenara los pozos y que con el calor quedarían muy
debilitados y sería fácil el ataque. Desde casa uno ve muy fácil siempre las
tareas ha emprender, si esto fuera así Napoleón hubiera sido derrotado hace
mucho tiempo. Ante el temor de la llegada de los franceses se dispuso las
medidas necesarias para la defensa de la ciudad. Se reforzaron las murallas y se
empezó la construcción de un fuerte donde colaboramos todos los ciudadanos.
Durante la mañana acudía a las fortificaciones junto a mis amigos y
trabajábamos como los más en levantar el fuerte. Por la tarde nos reuníamos en
la posada y comentábamos las noticias que llegaban. Cádiz por su situación es
una ciudad fácilmente defendible, solo tiene comunicación por un brazo de
tierra, y toda ella está rodeada de murallas.
Un día del mes de Julio empezó a correr el rumor de que el ejército
de Andalucía había infligido una severa derrota a los franceses. El rumor fue
finalmente confirmado mediante un bando que la Junta hizo repartir. Castaños al
mando del ejército había conseguido capturar a toda una división francesa en
Bailén. La alegría inundó la ciudad y todos respiramos aliviados por haberse
alejado el temor a una ocupación. Me hice con una copia de los acuerdos de la
rendición y los llevé a Vejer para comentarlos con mi padre y Antonio. Mi padre
no estaba de acuerdo con las condiciones de la rendición, se permitía a los
franceses conservar sus bagajes y ser deportados a Francia. Muy furioso
argumentaba que los soldados franceses llevaban en sus mochilas todo lo robado
en los pueblos que habían saqueado, además una vez en Francia volverían a entrar
en España. Las noticias que llegaron en los siguientes días daban cuenta del
trato que se les daba a las tropas enemigas en su camino hacia Cádiz, donde iban
a embarcar rumbo a Francia. Los pueblos esperaban su paso para intentar vengar
lo acaecido en Córdoba y otros lugares. Al final se tuvo que tomar la decisión
de marchar por la noche y rodear los pueblos para evitar en lo posible todo
contacto con el paisanaje.
La normalidad volvió a nuestras vidas, dábamos por hecho la retirada
de los franceses de España tras su derrota en Bailén y el pronto regreso de
nuestro amado rey Fernando. Mi padre recibía correspondencia de un comerciante
de Cervera (Cataluña) que le mantenía informado de los sucesos de la zona y de
otras próximas que a este le llegaban. Los correos no tenían la frecuencia de
antaño dadas las circunstancias, y la mayoría se perdían no llegando a su
destino. En estas cartas nos hablaba del levantamiento de los franceses del
sitio de Zaragoza, donde una jornadas antes de retirarse y creyéndose verse
perdidos por tener noticias de que se estaban aparejando mas de 20000 leones
españoles para abatirlos, intentaron dar el ultimo asalto a su empresa
arrojándose la mayor parte dentro de la ciudad de Zaragoza, pero aquellos
habitantes que no se dejaron gobernar por tan vil canalla los acometieron y
destrozaron completamente, de tal suerte que lo que es uno no salió con vida de
todos los que entraran. Las calles iban como un torrente y todas estaban
sembradas de cadáveres de franceses.
Ese verano la cosecha vino abundante y los hombres fueron
abandonando el servicio de las armas para trabajar las tierras. Los prisioneros
de Bailén fueron llegando a Cádiz para ser metidos en los barcos prisión. Las
autoridades españoles, con gran alegría de mi padre, no cumplieron los acuerdos
pactados y no había intención de devolver a los franceses a su patria. Los
pontones estaban abarrotados de prisioneros y en ellos no había la menor
higiene, eran mal alimentados y muchos morían. En la ciudad se sospechaba que
los muertos eran lanzados al agua y se dejó de comer pescado ante la repentina
gordura de los peces capturados en la bahía.
Volvió Antonio a Cádiz y juntos retomamos varios negocios que
teníamos pendientes: Preparamos un cargamento de aceite para Ceuta y otro para
Canarias, reclamamos pagos pendientes y en fin retornó la normalidad. Por aquel
entonces recibí la visita de Andrés Arteaga que vino de Madrid a visitar a su
tío Don Estanislao antes de incorporarse al regimiento Borbón. Andrés era hijo
del Marqués de Valmediano y poseía el título de Conde de Corres. Mi padre era
amigo de Don Estanislao y conocí a Andrés cuando pasaba los veranos junto a su
tío. Hacía tiempo que no coincidíamos, las obligaciones de cada uno nos había
hecho distanciar nuestra relación. El vivía en Madrid y estaba felizmente casado
con dos hijos. En esto nos diferenciábamos ya que yo todavía no había encontrado
con quién compartir mi vida. Andrés intentó convencerme para que me uniera a su
regimiento, pero yo todavía no podía dejar a mi familia, y por otra parte la
situación se tornaba favorable hacia los españoles no dudando en la pronta
marcha del ejército francés. Andrés me confesó que su reincorporación al
ejército se debía más a las presiones de su entorno que a decisión suya. Su
familia estaba muy unida a la vida castrense y su primo Palafox era, junto a
Castaños, aclamado en toda España. Andrés estaba retirado con licencia al
cuidado de sus intereses cuando se vio obligado a dejar Madrid para unirse a las
armas. Cuando me despedí de él le aseguré que si las cosas se ponían feas no
dudara en que le solicitaría ayuda para incorporarme a su regimiento.
De Portugal las noticias también
eran favorables, los ingleses habían derrotado a las tropas francesas y Portugal
quedaba libre del yugo francés. Por lo tanto todos pensábamos que el retorno de
la familia real sería cuestión de días. Pero los días pasaron y ni la familia
real volvía ni los franceses se marchaban de España. Las autoridades españolas y
los mandos del ejército perdieron el tiempo en celebraciones por el triunfo de
Bailén y en disputarse el mando de las operaciones que a continuación se
deberían realizar; dando tiempo al enemigo para concentrar sus tropas y preparar
el contraataque. Para colmo de males corrió el rumor que el mimo Napoleón iba a
dirigir la vuelta de su hermano a Madrid.
Con
el establecimiento de relaciones con Inglaterra, el comercio se vio beneficiado.
Conseguimos gestionar una venta de aceite, harina y aguardiente a Gibraltar,
siendo de los primeros en vender legalmente a la colonia después de muchos
años. Para ello me recomendaron a Don Manuel López que poseía una Polacra de su
propiedad. Don Manuel había servido hasta hace poco en la Armada y por falta de
navíos le habían dado la licencia. Como yo tenía curiosidad por visitar
Gibraltar y dada la brevedad del viaje, decidí subir a bordo del Ildefonso,
nombre de la Polacra .
Emprendimos la ruta y enseguida pude comprobar que a Don Manuel no le gustaba
este encargo, a todo le ponía pegas y sus contestaciones eran secas. Pero el
buen tiempo y la falta de preocupaciones me hizo olvidar estos contratiempos, la
vista de la costa de berbería me tenía fijo durante horas en el castillo de
popa. Cuando nos encontramos a pocas millas de la roca nos salió al encuentro
una embarcación de la Navy para comprobar el pasaporte y los papeles. Una vez
pasado el trámite nos condujo hasta el puerto indicándonos el lugar de atraque.
Entonces fue cuando pude comprobar la majestuosidad de la roca. La sensación no
era comparable con la que se obtiene desde Algeciras, lugar desde donde siempre
la había visto. Toda ella es un fortín con baterías y bastiones que hacen casi
imposible su toma. Junto al puerto se encuentra una gran batería desde la que se
observan las defensas españolas. Las más próximas se encontraban destruidas. Los
ingleses, sacando siempre provecho de las circunstancias, las habían destruido
justificando la posible toma por parte de los franceses de estas defensas. En
Gibraltar estuvimos dos días pero solo obtuve permiso de bajar a tierra para una
jornada. De la descarga de la mercancía se encargó el segundo de don Manuel ya
que este no salió de su cámara en los días de estancia. Su actitud me convenció
para no volver a contratarle para otro trabajo. Gibraltar es un inmenso cuartel,
la mayoría de sus habitantes son militares destinados y de tránsito en la
colonia. Existe un castillo árabe reconvertido en fuerte y varias puertas de
tiempos del emperador Carlos V. Quise llegar hasta la punta de tierra mas
alejada al sur , pero solo me fue permitido llegar hasta una pequeña bahía
natural dominada por un recinto amurallado fuertemente armado donde se podían
ver cerca de 22 cañones. Lo peor del día en tierra fue la comida, entré en una
pequeña taberna cerca de la casa del Gobernador llena de gente. Como domino bien
el idioma inglés y francés, no tuve problemas en hacerme entender. Sentado en
una mesa cerca de la puerta me sirvieron un pastel de carne al cual no saqué
ningún gusto. La comida me sirvió para observar al personal que llenaba el
local. Había un gran grupo de soldados alrededor de una mesa toda llena de
botellas, algunos de ellos estaban fumando en pipa colaborando al mal olor del
local. Hablaban de la rendición del mariscal Junot en Portugal y del acuerdo
ventajoso que habían obtenido los franceses en la rendición. Todos los franceses
iban a ser trasladados con sus bagajes y armas a Francia. En otra mesa unos
empleados comentaban la llegada de un barco desde Plymouth. La imagen que me
llevé de los ingleses es que son muy constantes pero a la vez muy prepotentes.
Años después con un trato más directo con ellos he podido comprobar que ante
todo aman su patria y son capaces de hacer grandes empresas para protegerla,
aunque para ello utilicen vilmente a otros países; buscan el beneficio económico
expandiendo su comercio por todo el mundo aprovechándose de ser en estos
momentos los dueños del mar.
En Cádiz esos días era frecuente verles recorriendo la ciudad, una
gran cantidad de soldados habían desembarcado en el Puerto de Santa María, antes
de partir para Portugal, y recorrían la comarca. Incluso se celebró una corrida
de toros en su honor.
Una
vez terminada la descarga de la mercancía y formalizados los albaranes de
entrega, nos disponíamos a partir. Pero antes le pedí permiso a don Manuel para
llevar a un contador de la empresa que nos había hecho la compra, a Cádiz,
aprovechando nuestra vuelta. Pero don Manuel muy enojado prohibió la subida a
bordo de esta persona y dispuso la salida inmediatamente. Por la noche subí a la
cubierta a disfrutar de la frescura de la noche, y me encontré a Don Manuel en
el lado de estribor junto al bauprés. Estaba con la cabeza fija en el agua y su
cara reflejaba una gran amargura. Pese al rechazo que sentía por esta persona me
acerqué a él y le di las buenas noches; don Manuel me miró seriamente y me dijo
si yo pensaba que él estaba loco, reconociéndome que sus actos en estos días
daban pie a pensar en ello. Yo no sabía que responder, la pregunta me había
pillado por sorpresa y me quedé callado. Verá, me dijo, como sabe he pasado doce
años de mi vida sirviendo en la Real Armada. He servido de grumete meritorio de
la escuela de navegación en el navío Miño, como marinero en la urca Santa
Florentina, como tercer piloto en la fragata Gloria. En 1805 fui destinado en el
Ferrol al navío San Ildefonso que estaba siendo armado para unirse a la
escuadra hispano-francesa al mando de Villeneuve. Era un navío magnífico,
forrado de cobre nuevo y recién carenado. Teníamos que ir a Brest pero al
francés le entró miedo y nos metió en Cádiz. Los ingleses bloquearon la salida
y estaban a la espera para darnos “palpelo”. Se formó un gran campamento en La
Carraca y nos alojaron en él a la espera de un buen momento para salir del
agujero donde nos habían metido. No sé si por las aguas malas que rodean La
Carraca o por la peste que había hecho de las suyas hacía muy poco, el caso que
enfermé y me llevaron al hospital. Yo rezaba para que el San Ildefonso no
saliera del puerto sin mí, pero las fiebres no me remitían y tenía que estar en
cama. Un día se produjo un gran alboroto en la sala, llegó la noticia de los
preparativos que se estaban haciendo para una pronta salida de la escuadra, al
día siguiente empezaron a salir los navíos del puerto. Yo lloraba de rabia,
todos los del hospital sabíamos que nuestros compañeros se dirigían directamente
a la muerte y nosotros queríamos estar a su lado. Usted no sabe el grado de
amistad que se alcanza en estas maderas flotantes, durante meses no pisamos
tierra y nuestro rancho es el que nos acompaña a todas horas. Ellos nunca se
separan de ti, dormimos, comemos y trabajamos al mismo tiempo, día tras día.
Ellos son tu verdadera familia. Por eso se puede imaginar la sensación que nos
invadió a todos los del hospital cuando veíamos salir a nuestros camaradas. El
21 amaneció con niebla que se fue disipando a lo largo de la mañana, al mediodía
nos empezaron a contar que desde las torres de la ciudad se veía el humo de la
artillería y la silueta de los navíos en lucha. Durante toda la tarde estuvimos
a la espera de noticias, pero estas no llegaron hasta el anochecer. Como sabe,
los peores presagios se habían cumplido. Esos malditos ingleses nos habían
destrozado. Luego supe que don Vargas fue herido y el barco quedó en tal estado
que estuvo a punto de irse a pique, pero los ingleses consiguieron llevarlo a
Gibraltar. Murieron 34 miembros de la tripulación, entre ellos mis dos mejores
amigos. Y yo debería haber estado a bordo de ese navío y llevar la misma suerte
que ellos. Ahora estamos encima del lugar donde terminó la batalla, ese que ve
hay es el cabo Trafalgar y aquel a lo lejos el cabo Roche, frente donde comenzó
la acción. Bajo nosotros se encuentran los muertos que lanzaron por la borda
para limpiar las cubiertas de obstáculos, entre los que se encuentran mis
camaradas.
Un
nudo en la garganta me impedía decir nada. Ese es el motivo de mi conduzca estos
días, continuó, no quiero ver a los ingleses ni en pintura y encima de mi barco
no sube ninguno. ¿Sabe que navío era el que estaba a la entrada del puerto en
Gibraltar? Se trataba del San Juan Nepomuceno, el barco de Churruca. Por eso no
he salido de mi cámara, para no ver al Nepomuceno con los colores ingleses.
Su
narración me emocionó y le pedí disculpas. Trafalgar fue un desastre que viví en
primera línea desde Vejer. Recorrí la costa los días posteriores al combate
ayudando en el rescate de los náufragos, y la tragedia me sobrecogió. Por eso
comprendí en cierta manera a este hombre. Después me contó que las deudas que
acosaban al Tesoro Real impidieron equipar más barcos y el personal tuvo que
quedarse en tierra. Le dieron la licencia a primeros de este año y se hizo con
el barco trabajando por su cuenta.
Al
día siguiente llegamos a Cádiz y me despedí de él. Nunca más le volví a ver.
Hace unos años, al intentar averiguar su paradero, me informaron que durante la
tempestad del año 1811 su barco naufragó cuando retornaba a Cádiz desde Málaga,
apareciendo restos en la playa de Coníl, pero su cuerpo nunca fue encontrado.
Para mí Don Manuel López de Yllana fue la última victima de la batalla de
Trafalgar.
En
el mes de Noviembre la noticia corrió como la pólvora. Napoleón en persona
entraba en España para dirigir sus ejércitos y reponer a su hermano en el trono.
El avance fue imparable, llegaban noticias de la derrota de nuestros ejércitos
en Tudela y Burgos, y nada parecía que fuera capaz de impedir la entrada de los
franceses en Madrid. Todo Cádiz estaba a la espera de noticias, las gacetas
informaban de la concentración de gran cantidad de tropas españolas en un paso
fácilmente defendible a la entrada de Madrid. Se daba por seguro que esta
oposición impediría la entrada del corso en la ciudad. Pero lamentablemente las
cosas no se hicieron bien y una simple carga de caballería sirvió para romper
la defensa y dejar franco el paso. De la entrada en Madrid recibimos noticia en
una carta mandada a mi padre por un amigo. En ella nos relataba que Napoleón
mandó atacar a la corte por tres puertas: dos rechazaron el ataque y aun que
entraron por la puerta de Fuencarral los hicieron retirar con gran pérdida, pero
que intensificando el ataque lograron atemorizar a las autoridades que se
rindieron pese a la oposición de los defensores. Entrando de nuevo los franceses
en Madrid.
Tal
y como estaban las cosas mi padre insinuó el traslado de toda la familia a
Inglaterra quedándose solo Antonio para vender las mercancías, y en el peor de
los casos nuestras propiedades, para después reunirse con nosotros. Pero
preferimos esperar, ya habíamos derrotado a los franceses en Andalucía y
podíamos volver a hacerlo. Además contábamos con la ayuda del ejército inglés
que había entrado en España para colaborar con los ejércitos españoles. Pero las
tornas se cambiaron y fue Napoleón el que impuso su fuerza. Los ingleses, ante
el acoso francés, huyeron al norte para embarcar en La Coruña y abandonar la
península, muriendo su general en la empresa. Tiempo después comentando el
suceso con Santiago Whittingham supe que la idea de entrar a España por
Salamanca, a principios de invierno, no fue acertada. Los ingleses habían venido
a España con la idea de encontrarse un pueblo encendido y entregado a la causa,
cuando dejaron Portugal y penetraron en Salamanca fueron recibidos por un pueblo
frío que solo pensaba en vivir el día a día y llevarse bien con el ejercito que
en ese momento ocupara sus tierras, bien fueran franceses o ingleses. Esta falta
de ganas, junto a las noticias que llegaban de Madrid, y los tropiezos de las
tropas españolas, fueron aplacando los ánimos ingleses y sus movimientos cada
vez eran más equivocados. Viendo que su posición era muy delicada, el general
Moore decidió dirigirse al norte para evacuar al ejército. Pero la marcha fue
una auténtica pesadilla al ser perseguidos muy de cerca por los franceses.
Consiguieron abandonar la península sufriendo muchas bajas. Santiago decía que
si el ejército inglés hubiera entrado por Andalucía las cosas hubieran sido muy
diferentes, al haberse encontrado un pueblo mas entregado a la causa.
Nuestra situación se complicó al ser derrotado el ejército del Centro en Ucles
dejando vía libre el camino hacia Andalucía. Los nervios volvieron a la ciudad y
se reanudaron los trabajos de defensa. Familias importantes abandonaban Cádiz
rumbo a América y Ceuta. Pero a su vez gran cantidad de refugiados venían de
todas partes de España. La situación era desesperada.
Tenía por costumbre realizar un paseo a media mañana por la calle Ancha con la
intención de recabar noticias y tomar chocolate con las amistades. Pero una
mañana, nada más pisar la calle, me encontré con un gran grupo de gente con los
ánimos revueltos, pensé que habían vuelto a llegar noticias de nuevos desastres
de nuestras tropas. Pero el motivo era otro, desde hacía días estaban frente a
la costa numerosas embarcaciones inglesas que transportaban tropas, su intención
era desembarcar en Cádiz para utilizar la ciudad como centro de operaciones.
Pero las autoridades no estaban dispuestas a que soldados ingleses camparan a
sus anchas por la ciudad y convertir Cádiz en otro Gibraltar, con el pretexto
del desembarco. Por entonces la ciudad estaba en escasez de fuerzas para su
defensa, y para colmo los refuerzos que nos prometían eran de varios regimientos
de extranjeros y desertores. La población no quería este tipo de tropas para su
defensa y reclamaban soldados veteranos o en su caso el desembarque de los
ingleses.
Los
ánimos habían estallado esa mañana y se habían formado grupos, como el que me
encontré, que iban de un lado para otro reclamando a la Junta sus peticiones. En
un momento dado se llegó a la tentativa de acercarse al castillo para ajusticiar
al general Carrafa, y a otros que estaban presos con él, acusándoles de
traidores. Menos mal que esta vez se consiguió calmar a la multitud y no se
produjeron desgracias. Unos frailes desde el balcón de la casa del Gobernador,
con la ayuda de varios oficiales ingleses, apaciguaron los ánimos mandando a la
gente a casa.
Se
nombró un nuevo gobierno provisional y se prometió que vendrían buenas tropas ha
proteger la ciudad. Pero no se permitió a los ingleses desembarcar. Así terminó
la segundo revuelta en Cádiz que se producían en menos de un año. Yo veía que la
situación se tornaba complicada y que mi puesto estaba en el ejército, así se lo
hice saber a mi padre que a regañadientes aprobó mi decisión. Para terminar de
decidirme llegó una carta de Andrés desde Sevilla donde se encontraba para que
me reuniera con él y me incorporara a su regimiento.
Acordé con mi padre el traslado de toda la familia a la casa de Cádiz, donde la
protección sería mayor en caso de la llegada de los franceses, y quedó el mando
del negocio en manos de Antonio, con la ayuda de mi padre. El día antes de salir
para Sevilla acudí a Vejer ha solicitar protección a la virgen de La Oliva
bendiciendo una medalla que aun llevo, y rogándola que mirara por mi familia, mi
patria y mi persona.
Entré en Sevilla bajo una fuerte lluvia, y me dirigí al alojamiento en la
casa-palacio de un conocido en la calle del Aire. Esta calle es tan estrecha que
el agua que vertían los tejados inevitablemente caía encima del transeúnte.
Entré en el patio de la casa completamente mojado y preguntándome que hacía
lejos de los míos. Por suerte esta indecisión pasó pronto, después del baño, y
un descanso tras la comida, me dispuse a ver a Andrés con el que había quedado
en una conocida posada tras la catedral. La tarde quedó soleada y pude comprobar
el bullicio que existía en Sevilla. El ejército había traído a la ciudad gran
variedad de gente que buscaba hacer algún negocio a su costa. Después de tomar
un chocolate fuimos a casa de un sastre que le estaba realizando un traje de.
Durante la tarde me fue contando la desgraciada campaña de Uclés y la situación
desesperada en que quedaba Andalucía al tener el camino franco los franceses.
Me
había buscado una plaza en el regimiento Rey entrando directamente como cadete.
Días antes tuve que enviar los expedientes necesarios para certificar mi nobleza
ya que era requisito indispensable para entrar con este grado. Los cadetes
normalmente entraban a una edad muy inferior a la mía, pero las circunstancias
de la guerra hacía que se obviara esta norma. El regimiento Rey había llegado
hace poco a la península procedente de Dinamarca. Su fuga, con ayuda de los
ingleses, había mermado sus filas y se encontraba escaso de hombres y
caballería.
Al día
siguiente me trasladé al cuartel de Carabineros, junto a la plaza de la carne,
lugar donde estaba destinado el regimiento. Me presenté al coronel y quedé bajo
su tutela. A partir de entonces la vida castrense me absorbió todo el tiempo.
Teníamos las literas en la planta segunda del cuartel, siendo destinada la
primera a las cuadras. No tuve ningún problema en poder mantener mi caballo para
el servicio, la falta de caballería facilitó este aspecto...
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Aquí
queda cortado el relato. Por el historial militar sabemos que Manuel se traslada
con el regimiento a Extremadura y posteriormente combate en la batalla de
Talavera de la Reina y en Ocaña, donde es cogido prisionero y trasladado a
Francia.
Insignia del regimiento Rey de caballería, posiblemente de sabretache |
Fuente y saber más sobre la escuadra de Rosisy:
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