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FRANCISCO SÁNCHEZ, EL COJO DE ARAPILES GUÍA HISTÓRICO DEL CAMPO DE BATALLA
Hoy, 22 de julio se conmemorará el 203 aniversario de la Batalla de Arapiles. Fue de tal importancia la victoria cosechada por el Duque de Wellington, que rápidamente la noticia recorrió Europa. Años después, al finalizar la guerra y los veteranos regresar a sus hogares, el mito de Arapiles creció al publicarse las primeras memorias de los soldados que participaron en la contienda. El campo de batalla empezó a ser lugar de visita para turistas de todas las nacionalidades.
La primera descripción la encontramos en una carta recién adquirida por un coleccionista y a la cual hemos tenido acceso. Es una misiva escrita el día 6 de octubre de 1812, desde Salamanca, por el coronel del 5º de dragones británico William Brooke, a un amigo en Londres. Brooke acaba de llegar a la Península y se dirige hacia el Cuartel General de Wellington, que en estos momentos se encuentra sitiando el castillo de Burgos, para tratar de solicitar un destino más acorde a su experiencia militar, ya que acaba de enterarse que ha sido nombrado Coronel de la Corte Marcial en Lisboa. El coronel comenta que los mejores edificios de Salamanca, los colegios y conventos han sido destruídos; únicamente se ha salvado la catedral. El día anterior ha realizado una visita al campo de batalla de Arapiles y escribe:
Los esqueletos de los valientes que cayeron ese día están en todas las direcciones hasta donde alcanza la vista, bandadas de buitres se aprovechan de sus reliquias destrozadas, haciendo una escena horrible. El último terreno que ocupó el enemigo, y que resultó el hueso duro de la discordia [el Sierro], lo puedo decir con seguridad, está casi cubierto con los muertos. Aunque los británicos han sido enterrados antes de mi visita, he visto lo suficiente para convencerme también de nuestra pérdida- si no hubiera sido por la superioridad de nuestra línea de caballería pesada que resultó efectiva, su flanco izquierdo, el destinado a cortar nuestra comunicación con Ciudad Rodrigo, combinado con un ataque simultáneo de su centro en el mismo momento, no hubiéramos terminado felizmente el día. Esto se convirtió en un negocio de todo o nada, ya que Lord Wellington tenía información de la posición de un refuerzo para Marmont de 10000 [hombres] y que en realidad casi llegó cuando el destino de la jornada estaba decidido.
Por su relación conocemos que en los días siguientes al fin de la batalla se procedió a dar enterramiento a los soldados ingleses. Quedando los franceses en el mismo lugar donde perecieron sin ser sepultados.
Un año después visita Arapiles un jovencísimo Mesonero Romanos, que se traslada con su familia desde Madrid hasta las propiedades que sus padres tienen en Las Torres y Pelabravo. Siendo ya un setentón recordará en sus memorias aquella visita y lo que allí encontraron:
Pisamos, pues, aquellas célebres, aunque modestas heredades, hallándolas casi yermas, si bien sembradas de huesos y esqueletos de hombres y caballos, de balería de todos calibres, y de infinitos restos del equipo militar. Era un inmenso cementerio al descubierto, que se extendía por algunas leguas a la redonda, y que ofrecía un horroroso espectáculo, capaz de poner miedo en el ánimo más esforzado. Pero los muchachos lo apreciábamos de otro modo, convirtiéndolo todo en provecho de nuestros juegos y escarceos. Mis hermanitos y yo, unidos con los chicos de los renteros de mi padre, y con la mejor voluntad y patriótica algazara, reuníamos aquellos horribles restos, apilándolos en formas caprichosas y pegándoles fuego con los rastrojos, porque todos aquellos huesos, a nuestro entender, «eran de los pícaros franceses», y porque, según nos aseguraban los labriegos, aquellas cenizas eran muy convenientes para el abono de las tierras; otras veces, dedicándonos al acopio de proyectiles, les colocábamos en sendas pilas, como suelen verse en los parques y maestranzas, y recogiendo entre ellos aquellos más pequeños que podíamos llevar en los bolsillos, tornábamos a la aldea muy satisfechos de nuestra jornada y ostentando nuestro surtido de municiones.
A continuación introduce en la narración a un singular personaje:
Visitábamos después la humilde aldea que lleva este nombre, y en ella la casa de Francisco N., apellidado el Cojo de Arapiles, porque una bala de cañón le llevó una pierna cuando, según él decía, estaba dirigiendo al Lord en sus exploraciones por aquellos campos.
Francisco vuelve a aparecer en la narración que Richard Ford hace en su Manual para viajeros por España y lectores en casa, dedicado a su viaje por tierras de Extremadura y Castilla en los años ‘30 del S. XIX. El cojo le hace de guía, e indica que es el mismo que sirvió al duque de Wellington durante la batalla. En la narración de la visita, Ford nos cuenta que Francisco perdió la pierna durante la lucha y por esto fue llamado después “El Cojo”. A causa de su peripecia recibió una pensión de seis reales diarios que los liberales, según el mismo Francisco le contó, se la quitaron en el año 1820. Del campo de batalla indica que la llanura, durante veinte años, estuvo cubierta de huesos blanqueados. Los pobres franceses nunca llegaron a ser enterrados.
¿Pero quién es Francisco, el Cojo de Arapiles? Gracias al reciente trabajo de Gonzalo Serrats Urrecha El general Álava y Wellington, de Trafalgar a Waterloo hemos conocido un poco más su historia. La familia de Gonzalo Serrats conserva el archivo del general español Miguel Ricardo de Álava, quien acompañó a Wellington en prácticamente toda la contienda Peninsular y posteriormente en la campaña de Waterloo. Entre toda la documentación hay un dossier donde Álava, a petición de Wellington, reúne un conjunto de solicitudes de concesiones por méritos contraídos durante la guerra, y donde aparece Francisco Sánchez, que así se apellida nuestro personaje. A finales de 1815 Wellington recibe de un religioso mercedario 20.000 reales de vellón de parte del obispado de Trujillo (Perú), en reconocimiento por las victorias conseguidas. El general inglés decide repartir esta dádiva entre varias personas que le han sido recomendadas y que habían protagonizado la defensa y evacuación de Alba de Tormes a finales de 1812, y que hasta el momento no habían recibido ni reconocimiento ni ascenso. Y en esa lista de beneficiados introduce Wellington por propia voluntad a Francisco Sánchez, natural y vecino del pueblo de Arapiles que el día de aquella batalla perdió una pierna guiando al ataque la 4ª división del Exercito Inglés de mi mando.
Para llevar a cabo la entrega, Wellington encarga a Álava que averigüe sobre la vida y conducta del “paysano” y éste al poco tiempo recibe la información desde España: Se llama Francisco Sánchez, natural del mismo lugar de los Arapiles, casado, de 48 años poco más o menos, con conducta regular según unos y buena del todo según otros. A finales de 1815 todavía vivía en Arapiles y “se maneja muy bien con la pierna de palo”.
Francisco Sánchez permanecerá en Arapiles el resto de su vida, sirviendo de guía a los visitantes que se acercaban al campo de batalla, atraídos por los ecos de la gran victoria. Gracias a varios artículos de Don Enrique H. Gutiérrez publicados en 1908 en diversos periódicos, durante el primer Centenario de la guerra, conocemos que a la familia de Francisco se la conocía por el nombre de “los Pascualones” y a él le llamaban en vida “Pata de Palo”. En esa fecha ya había fallecido Francisco, pero en el Ayuntamiento de Arapiles, cuenta Don Enrique, se conservaba un documento escrito por él donde narraba la batalla, en forma de copla. Con toda seguridad sería la narración usada por “el Cojo de Arapiles” para narrar de forma amena la batalla a los turistas. En los artículos, Enrique también nos describe la forma de celebrar anualmente el aniversario de la batalla en el pueblo:
El 22 de julio se celebran allí todos los años dos misas, una de gloria y otra de difuntos, y el pueblo sale en procesión, después de oírlas, al Arapil grande. Durante el día los hombres hablan de la batalla, las mujeres sacan de sus viejas arcas las armas ya enmohecidas que recibieron, como reliquias, de sus mayores. Mozos y mozas se congregan por la tarde en la plaza del pueblo, para bailar al compás del tamboril y de la gaita. En Arapiles perdura el recuerdo, porque todavía tropieza el azadón del labriego, cuando remueve la tierra, con huesos y hierro, restos de la sangrienta jornada.
Hoy en día no está Francisco Sánchez, de la familia de “los Pascualones” conocido como “el Cojo de Arapiles” para hacernos de guía. Tenemos libros temáticos, paneles sobre el terreno donde nos detallan los movimientos de las tropas, un aula de interpretación de la batalla… pero si subimos al atardecer al Arapil Grande y permanecemos en silencio tal vez el viento nos traiga el sonido de una vieja copla que decía:
Favor le pido a Jesús
y a la Virgen, Santa y Bella,
para poder explicar
la batalla más sangrienta,
el más ejemplar combate,
que habido en nuestra tierra
la España con Portugal
la Francia e Inglaterra,
sólo habido en nuestra España
esta batalla sangrienta.
En el pueblo de Arapiles,
de Salamanca una legua,
sucedió lo que refiero
y todo al pié de la letra.
En 22 de Julio,
día de la Magdalena,
comenzaron las guerrillas
por la Ermita de la Peña
atacar á los franceses
con mucho valor y fuerza.
Caminaban, como siempre,
con muchísima cautela
la han llamado atención
a todas las tropas nuestras.
Mientras a ver si podían,
con enredos y estratagemas
apropiarse el Arapil
que les sirvió de defensa.
Como al cabo así lo hicieron
quedándose las tropas nuestras
en el monte de la Maza
en tanto que las francesas
coger el Arapil grande
con bastante ligereza.
Las alturas del sierro,
peñas agudas, bien cerca
el teso de la cabaña
también el de la Coquera
las peñas del Castillejo,
allí tienen buena defensa,
pasaron a la Atalaya
de Mirandilla bien cerca,
colocaron dos cañones
hora de las dos y media.
No quedó nadie en el pueblo
que el que menos corre, vuela,
porque iban las balas rasas
zumbando por las orejas
y uno que quedó en él
pagó muy bien las maesas,
que le llevaron de guía
y rompieron una pierna.
Se empezó a romper el fuego,
extendiendo la tristeza,
porque el menor cañonazo
hace temblar la tierra…
y a la Virgen, Santa y Bella,
para poder explicar
la batalla más sangrienta,
el más ejemplar combate,
que habido en nuestra tierra
la España con Portugal
la Francia e Inglaterra,
sólo habido en nuestra España
esta batalla sangrienta.
En el pueblo de Arapiles,
de Salamanca una legua,
sucedió lo que refiero
y todo al pié de la letra.
En 22 de Julio,
día de la Magdalena,
comenzaron las guerrillas
por la Ermita de la Peña
atacar á los franceses
con mucho valor y fuerza.
Caminaban, como siempre,
con muchísima cautela
la han llamado atención
a todas las tropas nuestras.
Mientras a ver si podían,
con enredos y estratagemas
apropiarse el Arapil
que les sirvió de defensa.
Como al cabo así lo hicieron
quedándose las tropas nuestras
en el monte de la Maza
en tanto que las francesas
coger el Arapil grande
con bastante ligereza.
Las alturas del sierro,
peñas agudas, bien cerca
el teso de la cabaña
también el de la Coquera
las peñas del Castillejo,
allí tienen buena defensa,
pasaron a la Atalaya
de Mirandilla bien cerca,
colocaron dos cañones
hora de las dos y media.
No quedó nadie en el pueblo
que el que menos corre, vuela,
porque iban las balas rasas
zumbando por las orejas
y uno que quedó en él
pagó muy bien las maesas,
que le llevaron de guía
y rompieron una pierna.
Se empezó a romper el fuego,
extendiendo la tristeza,
porque el menor cañonazo
hace temblar la tierra…
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