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miércoles, 2 de julio de 2025

ALMAZÁN, (SORIA) JULIO DE 1810 Y ENERO DE 1812

 

Almazán y su término en 1912

El 10 de julio de 1810, en la villa de Almazán (Soria), las tropas del cura Merino se enfrentaron a una columna francesa al mando del coronel de los marinos de la Guardia Imperial, Baste. Un joven Ramón Santillán —quien posteriormente llegó a ser gobernador del Banco de España— participó en esta acción como uno de los oficiales de Jerónimo Merino. En sus memorias dejó escrito lo ocurrido:

Yo fui nombrado teniente, y habiéndose creado tres meses después la quinta compañía de Caballería y encargándose de ella D. Eustaquio de San Cristóbal, Ayudante Mayor, entré a reemplazarle en este empleo, que desempeñé hasta diciembre de 1812.

Si dificultades grandes encontrábamos para organizar la Caballería, mucho mayores eran las que nos embarazaban para ordenar nuestra Infantería. No sólo carecíamos de un hombre dotado de conocimientos y de experiencia en el servicio de esta arma, para ordenarla en mejores circunstancias, sino que, aun trayéndole del ejército, era demasiado probable que no se resignase a dirigirla en una clase de guerra que, exigiendo incesantes y forzados movimientos en un teatro poco extenso, cruzado de líneas enemigas, parecía oponerse a toda disciplina. Todavía se tropezaba en otro obstáculo mayor que los que la guerra misma ofrecía: era la incapacidad de Merino para hacer buen uso de la Infantería. No tenía mucha habilidad para dirigir y emplear la Caballería, pero, al fin, ésta se salvaba por sus propios y naturales medios, aunque casi siempre a la desbandada, de los peligros, al paso que nuestra Infantería, careciendo de la firmeza que sólo se adquiere con la disciplina y la instrucción, se hallaba constantemente expuesta a una catástrofe. Este instintivo temor preocupó siempre y de tal modo a Merino, que, aun después de haberse organizado perfectamente, nuestros Batallones rara vez fueron empleados con utilidad.

De todos modos era preciso proveer el remedio del mal presente: nos encontrábamos con unos quinientos hombres de Infantería, que, por su desorden, no nos servía más que de embarazo; y en semejante estado su aumento no podía dejar de producir males en vez de utilidad. Convinó, pues, Merino con la Junta, en que ésta pidiese al General en Jefe del Ejército, que se hallaba en la parte de Ciudad Rodrigo, un jefe acreditado de Infantería para que organizase la que teníamos y la que podía además levantarse en el país. Hecho así, vino a pocos días un suceso que no dejó de tener influencia en otros posteriores de bastante importancia en nuestras operaciones.

Don Juan Tapia, clérigo de Astudillo, de estatura colosal, de poca instrucción, pero expansivo y popular, había formado una partida de unos cincuenta hombres de Infantería y treinta de Caballería, y después de sufrir una persecución, que le obligó a marchar hacia la parte libre de la provincia de Guadalajara, retrocedió a la de Burgos, y solicitó incorporarse con nosotros, haciéndose jefe de la Infantería. Merino accedió a esta pretensión, opuesto al suyo. Una ventaja nos proporcionó, sin embargo, esta unión, trayéndonos entre otros sujetos estimables, a Don Joaquín Machado y Don Antonio Ramos, que, procedentes del Cuerpo de Literarios de León, entraron de capitanes en la organización de nuestra Infantería, y fueron los que más contribuyeron, con el jefe que vino después, a poner esta Arma en el pie brillante con que llegó a presentarse en el ejército.

 Nada por este tiempo nos inquietaban los enemigos, que, encerrados en sus guarniciones de Burgos, Aranda y Soria, sólo hacían uso de la carretera de Lerma para revarse aquéllas, marchando en columnas de quinientos o más hombres y con las más exquisitas precauciones. Una de unos mil doscientos salió no obstante de aquella primera ciudad con dirección a la última, por Aranda y el Burgo de Osma, y desde luego creímos que su objeto era el de desbaratar el armamento que se organizaba al norte de la provincia de Soria por una Junta que allí se había establecido. Había ésta formado ya un batallón de Infantería y un escuadrón de Caballería sobre buen pie; y Merino, de acuerdo con Tapia, creyó conveniente llamar la atención de los enemigos dirigiéndose a Almazán. Llegamos a este pueblo en la tarde del 9 de julio y en él pernoctamos. El 10 de madrugada Merino se vio sorprendido como todos nosotros por un hombre, a quien él y todos creíamos muerto hacía muchos años. Era nada menos que su hermano Antonio, llamado el Malagueño, famoso contrabandista de quien ya se ha hecho mención, y fugado a América, había permanecido allí sin comunicarse con sus parientes, hasta que, con las noticias que por los periódicos adquirió de las proezas de su hermano, resolvió venirse a unir con éste y ayudarle en sus empresas. Admirados estábamos a las seis de la mañana oyendo al Malagueño varios oficiales que, sin saber su llegada, habíamos concurrido como de costumbre al alojamiento de nuestro comandante, cuando oímos los gritos de alarma que se daban por la calle, por avistarse una columna enemiga. Avisaron de esta novedad en efecto nuestros puestos avanzados y al toque de generala toda la tropa se formó, al mismo tiempo que llegaba, por otro camino, la de la provincia de Soria, cuyo comandante había anticipado también el aviso de su movimiento.


Las tropas francesas vienen al mando de Baste, coronel de los marinos de la Guardia Imperial, conde del Imperio y gobernador de la provincia de Soria. Cuenta con dos batallones poco adiestrados. Ha recibido noticias sobre la posición de los hombres de Merino y ha partido a su encuentro con la intención de castigar tanto a los bandoleros como a la ciudad, donde desde hacía tiempo no se obedecía a ninguna autoridad, donde se me amenazaba y donde toda la justicia se impartía en nombre de Fernando VII.


Almazán en 1929

El relato de Santillán continúa:


Prepáranosnos a una batalla. Los enemigos venían de Soria y para entrar en la población tenían que atravesar el arrabal de ésta y luego el puente que se halla sobre el Duero. La defensa de este paso es tanto más fácil cuanto que está el puente dominado por una Iglesia bastante elevada con un espacioso atrio rodeado de un pretil que forma un excelente parapeto. En este atrio se colocó el batallón de Soria como en reserva, situándose nuestra Infantería delante del arrabal, con una compañía dentro de un cercado que tocaba el camino que traían los enemigos. La Caballería se adelantó hacia éstos marchando yo con mi compañía en guerrilla. Se rompió el fuego de ésta como a un cuarto de legua de la población, con otra guerrilla enemiga de Infantería, pues que sólo traían unos veinte caballos, que no quisieron aventurarse al ver nuestra fuerza en esta arma, que se acercaba a cuatrocientos hombres. Pocos momentos después de roto el fuego y estando yo al frente de unos caballos, fui herido en el brazo izquierdo quedándome la bala dentro de él. Retiréme al puente, donde un cirujano me la sacó y me vendó; pero apenas había terminado esta operación, nuestra tropa vino en desorden sobre el arrabal y el puente. Indignado me coloqué en medio de éste con algunos soldados para impedir que los demás pasasen, y haciendo esfuerzos por que volviesen a batirse en el arrabal. Era ésta de mi parte una imprudencia que nos hubiera costado muchas víctimas, si el capitán Machado, con el que el que mandaba la compañía situada en el cercado, no hubiese tenido la serenidad de mantenerse en su puesto y hacer desde él una descarga a quemarropa, que obligó a los enemigos a retroceder. Así dio tiempo a que nuestra tropa atravesase el puente, cuyo paso dejé yo al fin libre, y se rehiciese colocándose la Infantería detrás de un largo pretil que desde aquél corre ascendiendo hacia la población. La Caballería, que también había atravesado en retirada el puente por disposición de Merino, atravesó el río por un vado para emerger a los enemigos por su espalda. El capitán Machado, con su compañía, ocupó el puente al descubierto y no le abandonó en todo el día hasta que, gravemente herido, tuvo que retirarse de aquel sitio en que mostró la más singular presencia de espíritu.



Ocuparon los enemigos el arrabal; pero, al desembocar en columna en una gran plazuela que separa las casas de aquel puente, los fuegos que en ella se cruzaron de nuestra Infantería les obligaron a guarecerse entre las casas con tal pérdida, que no volvieron a intentar el ataque al puesto hasta el anochecer.

En estos momentos ocurría un suceso que por mis circunstancias no podía dejar de hacerse singularmente notable. El hermano de Merino, que tan a tiempo había llegado de luengas tierras para dar muestra de su antigua bizarría como contrabandista, se había situado con unos cuatro o seis jinetes a la orilla izquierda del río, más bien como observador que como hombre de acción, pero sin observar que hallándose al descubierto y a medio tiro de fusil de las casas del arrabal, podía ser desde éstas impunemente fusilado. Lo fue en efecto, cayendo muerto en el acto a las dos horas de haber terminado su largo viaje y de abrazar a su hermano. No dio éste señales de un gran pesar por tan extraña desgracia, porque, tal vez, presintió que el Malagueño, más que de un auxilio le hubiera servido de estorbo, no siendo fácil que los dos hermanos hubiesen marchado de acuerdo, y mucho menos que el de más edad, con antecedentes como los que tenía, se subordinase al que bien pudiera llamarse su discípulo.

La acción, después del retroceso de los enemigos al abrigo de las casas del arrabal, se redujo a un fuego continuo que ellos hacían desde éstas y nuestra Infantería desde sus parapetos, manteniéndose toda nuestra Caballería al otro lado del río, amenazando la retaguardia de los franceses. Nuestros soldados tenían la ventaja de estar auxiliados por los habitantes del pueblo, que no cesaban de llevarles alimentos, y lo que más necesitaban, que era agua y vino, para soportar un sol abrasador que de otro modo les hubiera aplanado.

Los franceses, por el contrario, habían encontrado desiertas y desprovistas de todo las casas del arrabal, y no pudiendo llegarse a una fuente que estaba en la plazuela, ni tampoco al río porque el fuego de nuestra Infantería, por una parte, y la actitud de la Caballería, por otra, se lo impedían, se ahogaban de sed, y ésta fue la causa de una ocurrencia que sólo pudo tener lugar con gente tan inexperta como nosotros éramos.

Serían las tres de la tarde cuando los enemigos presentaron un pañuelo blanco; y creyendo nuestros soldados que era la señal de su rendición, se adelantaron algunos de los del puente y por la parte opuesta varios de Caballería y con la mayor candidez se mezclaron con los franceses, que, a su vez, aprovechando la suspensión del fuego en toda la línea, salieron a la plazuela a satisfacer su gran necesidad en la fuente, colocándose además, en aquélla, unos doscientos hombres formados como para proteger a los que se separaban de las filas.

Por largo rato estuvieron confundidos muchos soldados nuestros con los enemigos hablando o más bien entendiéndose por señas o ademanes como amigos, y aun algunos de nuestros oficiales entraron en el arrabal a preguntar a los franceses si en efecto se rendían. La contestación de éstos no fue muy satisfactoria, dejando conocer que lo que querían era descansar y reponerse. Uno de sus oficiales llegó a decir que ellos creían que éramos nosotros los que nos rendíamos.




Lo que ocurrió en realidad fue que Baste pretendía reforzarse con un destacamento de obreros que tenía posicionado en una altura cercana, junto con la cuarta compañía de marina. Ambos contingentes estaban encargados de proteger un convoy de plata que acompañaba a la columna francesa. El propio Baste, en un informe que manda al general Darmagnac, dice:


…tiempo que aproveché para reunir el batallón de obreros que estaba en la meseta, junto con la 4.ª Compañía de Marina, el tesoro y el convoy, y disponer todo para el asalto. Mi carta al corregidor —quien con toda seguridad no haría nada— dio resultado: me permitió reagrupar mis fuerzas y prepararme para castigar a los bandoleros y a la ciudad, donde hacía tiempo que no se obedecía a ninguna autoridad, donde se me amenazaba y donde toda la justicia se impartía en nombre de Fernando VII.

 

Al las 3 de la tarde manda un oficio al Corregidor español para que se rinda, sabedor de que no se aceptará, pero mientras tanto va ganando tiempo:

 

Campamento frente a Almazán, 10 de julio de 1810, 3 de la tarde.

Al señor Corregidor, en Almazán.

Señor Corregidor:

Si en el plazo de dos horas no cesa el fuego, me veré obligado a tomar su ciudad por la fuerza, y usted será responsable de los acontecimientos que pudieran ocurrir, los cuales serán, sin duda, terribles e inolvidables para la ciudad de Almazán. Por consideración hacia ella y sus habitantes, aún no estoy combatiendo ya en su plaza principal. Reflexione de inmediato, tenga a bien contestarme y envíeme sin tardanza a tres regidores o a tres de los principales vecinos de la ciudad.
Tengo el honor de saludarle con toda consideración.

El Capitán de Navío, coronel de los Marinos de la Guardia Imperial, conde del Imperio, gobernador de la provincia de Soria.

Battet

 

Las tropas españolas, situadas junto al puente, al ver el pañuelo blanco creen que se trata de una señal de rendición por parte de los franceses. Sin embargo, en realidad se trata de un alto el fuego para permitir que el parlamentario entre en el pueblo y entregue un oficio al corregidor. Este responde hora y media después:   


Almazán, 10 de julio de 1810, 4 y media de la tarde.

En esta ciudad no existe otra autoridad que la fuerza armada que mando, como comandante del 1.er Regimiento de Voluntarios Numantinos y subdelegado provisional de Soria. Debo advertirle, pues, que el fuego no cesará hasta que usted se rinda, con el entendimiento de que será tratado como se merece y en calidad de prisionero de guerra.

Que Dios le conserve muchos años. Su afectísimo y seguro servidor le besa las manos.
Firmado: Ramón Contentas.

 

Durante la hora y media que transcurre desde la redacción de la carta por parte de Baste hasta la respuesta del corregidor, las tropas españolas apostadas junto al puente confraternizan con las francesas del arrabal. Estas últimas aprovechan la tregua para abastecerse de agua en la fuente. Sin embargo, una vez descubierto el error —que no se trataba de una rendición, sino de una simple solicitud de parlamento—, la tensión vuelve de inmediato. Las tropas españolas se reagrupan y se preparan para el combate, mientras las fuerzas francesas abandonan cualquier gesto de conciliación. 


Bastante incomodado yo por mi herida, había tenido que retirarme al hospital a curarla y allí recibí la noticia de la supuesta rendición: inmediatamente monté a caballo y observando la actitud de los enemigos, después de haber oído a algunos de los nuestros que con ellos habían hablado, me convencí de la realidad de su plan; lo manifesté a los Jefes y Oficiales de nuestra Infantería, los cuales recogieron a sus soldados, y se prepararon a renovar el fuego. Aunque hicieron tocar llamada, los de Caballería, que estaban en la parte opuesta del arrabal y que, separados además por el río, no veían lo que pasaba en nuestras posiciones, continuaron entendiéndose con los franceses, porque todavía estaban en la creencia de que se rendían. Al fin, después de más de una hora de armisticio, nuestra Infantería, desde sus parapetos, rompió el fuego con una descarga cerrada y con tiro bien apuntado sobre los doscientos hombres formados en la plazuela del arrabal, los cuales quedaron en su mayor parte muertos o heridos. Sorprendidos así los enemigos echaron mano de unos doce hombres de nuestra Caballería que, con el alférez D. León Cebreros, se encontraba entre ellos; y volvióse a continuar la acción con nuevo ardimiento.

Merino había estado constantemente con la Caballería, que al anochecer se hallaba sumamente fatigada; la hizo pasar el río y, colocándola a la salida de la población, dispuso la retirada que ya se había hecho indispensable porque nuestros soldados estaban sin cartuchos y no había medio de reponérselos. Nuestro movimiento se hizo sin embarazo, porque los enemigos, sobre no tener Caballería para inquietarnos, quedaban demasiado maltratados, para que pensasen más que en descansar. Su pérdida debió ser considerable, aunque no pudimos conocerla, porque el pueblo quedó enteramente abandonado por sus habitantes, y quemado en su mayor parte al día siguiente por los franceses. La nuestra fue de unos veinte muertos, entre los cuales le fueron dos mujeres y un hombre del pueblo de los que con tanto arrojo anduvieron entre nuestras filas llevando alimento y bebidas a nuestros soldados. Heridos tuvimos algunos más.

Tal fue la acción de Almazán, en donde rivalizaron con el mayor entusiasmo y valor los soldados bisoños de las provincias de Burgos y Soria, a pesar de que en ella no hubo más dirección que la de los jefes y oficiales, cada uno según el puesto que le cupo en la retirada de la mañana. La Caballería con Merino pasó todo el día en pura expectación, bien que no podía hacer otra cosa.

Los enemigos se llevaron prisioneros al alférez D. León Cebreros y los doce soldados cogidos en el arrabal al romperse el fuego después de la suspensión y a pesar de que por su conservación intercedieron los jefes y oficiales aprehensores, el Comandante General de Burgos los hizo fusilar y colgar después a todos en las inmediaciones de aquella ciudad. A este horrible hecho no podíamos nosotros dejar de contestar con otros que nos vengasen con exceso.

 En la noche, las tropas de las dos provincias se separaron dirigiéndose las nuestras al día siguiente por las inmediaciones del Burgo de Osma hacia Salas de los Infantes.

 Yo también me separé de unas y otras en busca de un punto seguro donde curar mi herida, que ya había llegado a causarme fiebre. Me establecí en Madriguera, distante una legua de Riaza, pueblos ambos en que tenía amigos que velaban por mi seguridad. A los quince días, aunque no bien curado, me trasladé a Vilviestre, en donde se hallaba la Junta de Burgos, poco satisfecha de los miramientos que con ella tenía Merino, y mucho menos de los medios de su seguridad, de que la proveía.

 

Las bajas españolas, según Baste en el informe que manda al general Dorsenne fueron:


Abatimos en los fosos, en el pueblo y a bayoneta calada en la ciudad al menos a 400 hombres de infantería y caballería, e hicimos 36 prisioneros, entre ellos un capitán y un sargento mayor.


Las bajas de las tropas bajo su mando: El 44.º Batallón de flotilla sufrió 76 bajas fuera de combate: 4 muertos sobre el campo de batalla, 5 tenientes fallecidos a consecuencia de sus heridas y 67 heridos graves; varios heridos leves no figuran en la lista adjunta.

El 1.er Batallón de Obreros Militares de la Marina tuvo 29 hombres fuera de combate: 4 muertos en la acción, 2 fallecidos después de ella y 23 heridos graves; entre estos el valiente comandante Battaud o Butreaud, atravesado en el hombro izquierdo por una bala. Sabe usted que este batallón solo contaba con cuatro compañías, porque, por su orden, dejé dos en Pancorbo.

 










En enero de 1812, el conde de Montijo intenta atacar a las fuerzas francesas con la colaboración de los brigadieres Durán y Juan Martín "el Empecinado". Su objetivo es tomar la guarnición de Soria o interceptar un convoy enemigo. Sin embargo, ambos brigadieres rehúsan participar activamente, alegando problemas de salud, aunque permiten que parte de sus tropas se sumen a las de Montijo.

En Almazán se reúnen todas las fuerzas y se organiza la expedición. El 16 de enero, las tropas españolas se posicionan alrededor de Soria con intención de lanzar el ataque. A pesar de los preparativos, el asalto fracasa debido a la fuerte resistencia francesa, y Montijo se ve obligado a retirarse tras sufrir numerosas bajas. No obstante, Montijo planea un nuevo ataque, esta vez contra la guarnición de Aranda de Duero. Pero la reciente caída de Valencia, el 9 de enero, cambia por completo la situación estratégica. Tanto El Empecinado como Durán hacen llamar a sus tropas que operaban junto a Montijo, y se retiran para regresar a sus respectivos territorios. Montijo, actuando en solitario, vuelve a fracasar: no consigue tomar Aranda entre los días 28 y 29 de enero. Posteriormente, culpará públicamente a los brigadieres Durán y El Empecinado por la falta de apoyo, señalándolos como responsables directos de los fracasos sufridos durante la campaña.



Fuentes:

Memorias de don Ramón Santillán
Biblioteca del Senado: Signatura: Reg 508475 Sig FH C-314-7

El Conde del Imperio, gobernador de la provincia de Soria, dirige al General Dorseme, Comandante General de la Guardia Imperial y Gobernador del 5º Gobierno en España, parte de la toma de Almazán en 10 de Julio de 1810.ES.28079.AHN//DIVERSOS-COLECCIONES,133,N.20

El Empecinado, la vida de Juan Martín Díez. 
Miguel Ángel García García
Ed. Foro para el Estudio de la Historia Militar de España (2024)