VISTA DEL DESFILADERO DE LA PUEBLA DESDE EL ALTO DE JUNDIZ
VILLODAS
A LA IZQUIERDA LOS MONTES DE LA PUEBLA, A LA DERECHA JUNDIZ, VILLODAS Y TRESPUENTES
MONTES DE LA PUEBLA
ATAQUE DEL GENERAL MORILLO EN EL PASO DE LAS CONCHAS DE LA PUEBLA DE ARGANZÓN AL AMANECER DEL DÍA 21 DE JUNIO. MUSEO ARMERÍA DE VITORIA
ATAQUE DEL PUENTE DE MENDOZA (MOMARIO) SOBRE EL ZADORRA. MUSEO ARMERÍA DE VITORIA
ENTRADA DEL GENERAL ÁLAVA EN VITORIA. MUSEO ARMERÍA DE VITORIA
PALACIO DE MONTEHERMOSO, ALOJAMIENTO DE JOSÉ I
En el consejo de Generales, que bajo la presidencia del Rey José se celebró en Miranda de Ebro el 17 de junio de 1813, se discutieron los dos planes, que como único remedio para asegurar la retirada del ejército francés, eran posibles en aquel momento. Opinaron José y su Jefe de Estado Mayor el Mariscal Jourdan, obedeciendo el plan trazado en París por el Ministro de la Guerra, que era preciso á toda costa seguir la carretera de Francia por Vitoria, Arlaban y Tolosa, para evitar que los aliados, que se acercaban por instantes al límite de las provincias de Burgos y Álava por Villarcayo, pasasen por Orduña y resto de Vizcaya á apoderarse en Guipúzcoa de dicha carretera. Además, gran parte del riquísimo convoy, que llevaban, estaba ya en el llano de Álava y era preciso protegerlo.
Los Generales Drouot (Conde de Erlon) y Reille, creían mejor seguir la línea del Ebro, unirse á la división del General Clausel, que estaba en Logroño, y así, bien reforzados, entrar en Francia por Navarra, poniéndose en favorables condiciones de lucha, mientras tanto, por el aumento de fuerzas con que contarían. Predominó el dictamen de los primeros y se dieron las órdenes para que al día siguiente avanzara Reille hacia Valdegovia y camino de Orduña, para impedir el que se cortase la retirada, mientras que el grueso del ejército entraba en la llanura de Álava y en Vitoria.
En efecto, el día 18 partió Reille, con el llamado ejército de Portugal, compuesto de las divisiones de Lamartiniere, Sarrut, y Maucune, en la dirección señalada. Llegó Reille á Osma y se encontró con que la división anglo-española de Graham avanzaba desde los desfiladeros del valle de Losa. Travóse un vivo combate con los cuerpos ligeros de españoles, que venían en la vanguardia, y, por la tarde, al tener más de 100 muertos, se retiró Raille á Espejo y Berguenda. En el camino encontró muy destrozados varios regimientos de la división Maucune, que habiendo avanzado hasta San Millán, fueron acometidos desde la inmediata sierra de Govia, por otra división ligera mandada por Alten, que les mató 300 hombres, cogiéndoles las mochilas y mucha parte de sus equipajes é impedimenta. Ambos Generales franceses se retiraron por Salinas de Anana hacia Poves y OUavarre, mientras que los aliados subían por Berberana, los montes de Guibijo y la sierra de Arcamo.
En aquella noche, José emprendió su marcha á Vitoria; las divisiones de Erlon y de Gazán se reconcentraron en los alrededores de Armiñón para proteger el paso de la Puebla de Arganzón, y á mediados del día 19 cruzaron el Zadorra, ante la acometida de los ingleses, tomando posiciones á la izquierda del río, dentro ya de la llanura. El generalísimo inglés Wéllington, con la división Lowry Colé, atacó á Reille en Poves y Subijana de Morillas, obligándole á bajar á Nanclares. En Subijana durmió aquella noche el caudillo de los aliados, teniendo su ejército acampado en las inmediaciones, y allí preparó con Álava el plan de ataque, que tan grandes resultados iba á darle.
Era preciso cortar la retirada á los franceses por el camino de Arlabán, y al efecto se acordó: que el General Graham, que había bajado desde los montes de Guibijo, hacia Cuartango y Zuya, avanzase con sus 20.000 hombres desde Murguía por Záítegui y Echávarri á tomar el alto de Araca y los puentes de Arriaga, Gamarra Mayor y Durana, colocado éste sobre la carretera de Francia. El General Hill debía emprender el ataque por la derecha, ordenándole, al efecto, que con su ejército y 20.000 soldados se apoderase, en el extremo opuesto de la línea, del paso de la Puebla y de los montes que corren por Zaldiaran, entre la llanura y Treviño, mientras que Wellington, con su cuartel general y las tropas de Beresford, atacaría el centro, tomando la dirección de Nanclares y Trespuentes.
Estaban preparándose á marchar las tropas, para ocupar estas posiciones, cuando el 20 recibió Wellington un parte del alcalde de San Vicente de la Sonsierra, anunciándole que la división francesa de Clausel había llegado allí desde Logroño y que se dirigía precipitadamente por Toloño, á unirse á los enemigos. Esta noticia y el cuidado de que los franceses no ganasen la cordillera de Arlabán, le decidió á dar la batalla al amanecer del día 21. Mientras tanto, José descansó el día 20 en Vitoria, en el palacio de Montehermoso, y el Mariscal Jourdan, acosado por grave calentura, lo pasó en la cama, en la casa de don Manuel de Echánove, también en el Campillo, no dictando otras disposiciones que las de enviar parte del convoy á Salinas de Léniz escoltado por la división Maucune, en la esperanza de que Clausel llegaría al día siguiente y de que Wellington no se decidiría á acometer tan pronto. Varios propios del país, enviados en busca del General Clausel, no llegaron á su destino. La posición que habían tomado los franceses era la siguiente: en lo alto del Zadorra, las tropas de Reille ocupaban á Durana, Gamarra Mayor y Abechuco, con fuertes regimientos de dragones á retaguardia entre Arriaga, Alí, Zuazo y Lermanda. En el centro, desde Margarita por Trespuentes y Villodas hasta Subijana, se extendía el ejército llamado de Andalucía, del Conde de Gazan, cuya división Maransín se posesionó de los altos de la Puebla, desde el boquete hasta Zumelzu. En segunda línea, y como reserva, se colocó el ejército del Conde de Erlon, extendido desde las alturas inmediatas á Vitoria, por Gomecha hasta Ariñez. Toda la carretera de Francia, desde Vitoria hasta Arlabán, estaba ocupada por el convoy, por la artillería de sitio, coches en que iban las familias fugitivas y por grandes recuas de caballerías cargadas.
Al otro lado del puerto de Salinas, y sin tener noticia de cuanto pasaba, estaban Maucune, que había llegado con su convoy á Escoriaza y Mondragón, y el ejército del General Foy, fuerte de 10.000 hombres, que, para desgracia de los franceses, no acudió tampoco á tomar parte en la batalla. Contaban los franceses, sumando todas las tropas que iban á pelear en Vitoria, 56.000 hombres, y las fuerzas de los aliados se elevaban á 80.000 soldados, entre ellos 20.000 españoles.
Al amanecer del día 21 creyó urgente José recorrer las posiciones, y el Mariscal Jourdan, muy enfermo aún, montó á caballo y se puso á sus órdenes. Trasladáronse á Gamarra y visitaron toda la línea del Zadorra hasta Trespuentes. De allí subieron al alto de Jundiz, comprendiendo que había sido un gravísimo error el no fortificarlo, haciéndolo base de las operaciones, para defender el paso de los puentes del Zadorra y el desfiladero de la Puebla. La mañana había amanecido con una niebla llovediza muy espesa, que dificultaba la marcha. A las diez el General inglés Hill entró en la Puebla de Arganzón, enviando á la brigada española, que mandaba D. Pablo Morillo á que tomase las alturas de la derecha del boquete, y reforzándola luego con el regimiento 71 inglés de línea, que subió, con sus pitos á la cabeza, tocando al avanzar la airosa marcha de «Johnny Cope.» El choque en las cimas fue muy rudo, ante la defensa que hizo de ellas Maransin, pero fueron tomadas por los españoles, que, «detrás de las rocas y de los bosques—dice Thiers,—y habilísimos en defender terrenos de esta naturaleza opusieron una resistencia tenaz.
En aquellos momentos en que empezó la lucha, José y Jourdan enviaron órdenes al Conde de Gazan para que retirase sus tropas de delante del boquete y se replegase á Jundiz, pero iniciado el combate fue imposible hacerlo. Maransín fue expulsado de las cumbres, y en vano Gazan le apoyó con dos brigadas de las divisiones Conroux y Darricau, que guardaban el boquete. Estas tropas apenas pudieron subir á la mitad de las alturas, ante el mortífero fuego de los españoles. El General Morillo fue herido, pero continuó en la batalla. Empeñados en reconquistar las cumbres de la Puebla, envió Gazan contra ellas á la división Villatte, que ocupaba á Subijana y cercanías de Zumelzu, la cual subió hasta la cima, y en el feroz encuentro que allí hubo, murió el coronel Cadogán, que mandaba el referido 71 de línea. De nuevo fueron los franceses arrojados al llano por los de Morillo.
Al ver el General Hill que el enemigo había debilitado la defensa del boquete de la Puebla, pasó el desfiladero y tomó, después de gran resistencia, el pueblo de Subijana, á la una de la tarde. Tres horas había durado el ataque de las alturas.
En el extremo opuesto de la línea de batalla, en la izquierda de los ingleses, ó sea en la derecha de los franceses, el General Graham había empezado el ataque á las diez y media. La noche anterior celebró en Murguía una junta de Generales, al llegar la división española que mandaba Girón, desde Balmaceda y Amurrio, y para cuando quisieron emprender el combate desde las alturas del monte Araca, se hizo la hora indicada. El General Longa, con los españoles, y la quinta división inglesa de Oswald, se dirigió á Gamarra menor y Durana; el brigadier inglés Robinsón, después de hacer subir en hombros los cañones á Araca, que estaba cubierto de bosque y por donde no había camino alguno, tomó á Gamarra mayor cogiendo tres cañones, y Graham, con la primera división inglesa y la brigada portuguesa de Pak, tomó á Abechuco y se dirigió contra el puente de Arriaga, artillando las casas de la que es hoy venta de la Caña. Una brigada de dragones mandada por el inglés Anson concurrió á estos movimientos.
Tomados en ambos extremos Subijana y Gamarra, Lord Wellington, que ocupaba las alturas de la sierra de Badaya, frente á Nanclares y Villodas, envió la brigada Kempt, guiada por un aldeano, á tomar el puente de Trespuentes, mientras las compañías españolas de ligeros escaramuceaban al enemigo, que ocupaba la orilla opuesta. Los franceses que guardaban las cercanías del puente fueron cargados por el 15 regimiento de húsares y unos soldados de infantería, desde Iruña, al soltar los primeros tiros, mataron al aldeano que guiaba á los ingleses.
Al avanzar Hill á Subijana quiso José lanzar contra él parte del ejército de Erlon, que formaba la reserva y .centro; pero en aquel mismo momento hizo Wellington adelantar á Lord Beresford, para que pasase el Zadorra. Las divisiones 3 y 7, dirigidas por Dalhonsie, tomaron el puente de Trespuentes y el de Momario y cruzaron el río más arriba por distintos vados; la brigada Colville y otras ganaron el de Villodas y la 4 división á las órdenes de Lawry Cole cruzó el de Nanclares.
Entonces se llegó al momento crítico de la batalla. José y Jourdan desde Ariñez ordenaron al General de Artillería Tirlet que subiese 50 cañones á el alto de Jundiz, como lo hizo rápidamente, para ametrallar á los ingleses, que avanzaban desde las orillas del Zadorra, en el claro que había dejado el Conde de Gazan, al marcharse á combatir á la izquierda de Subijana y el Conde de Erlon á defender el paso del río más arriba de Trespuentes. Varias veces se detuvieron los ingleses ante el horroroso fuego que llovía desde las baterías de Jundiz; pero habiendo colocado dos brigadas de artillería inglesas en una loma inmediata, pudieron avanzar definitivamente los aliados, llevando á la cabeza á Wellington, á Beresford, á Álava y al Príncipe holandés de Orange. El cerro de Jundiz se tomó en el momento en que Jourdan ordenaba la retirada sobre Vitoria, y cuando el Conde de Erlon, viendo avanzar la numerosa caballería inglesa, que acababa de cruzar el Zadorra por todas partes, se retiró también en la misma dirección.
«Habíase ya disipado la niebla—dice el relato de Clinton,— y en las colinas y en el llano se elevaban pausadamente grandes masas de humo, en figura de guirnaldas, que doradas por el esplendoroso sol del estío, en un cielo sin nubes, ofrecían un aspecto brillantísimo. En todas partes relucían las bayonetas, y flotaban como un enjambre los estandartes y banderas de seda. Las túnicas de color escarlata de los ingleses, y los uniformes azules de los portugueses, formaban contraste con el aspecto sombrío del color gris del traje de los españoles, y del negro de los cazadores. En las alturas hacia Vitoria veíanse las masas de franceses vestidos de azul, á lo largo de las líneas de sus ligeros de infantería y de su artillería montada, y así como el uniforme gris y los cascos bronceados de los dragones y coraceros, los alegres trajes de los lanceros y húsares con sus tahalis y correajes, y los altos sombreros de la guardia, con sus caídas coloradas… Toda la cuenca se había convertido en escenario horrible de la encarnizada batalla; ardían en llamas los vallecitos, alturas y arboledas, y cada cercado ó soto, y cada arbusto servían de parapeto y de punto de desesperada defensa á los que los ocupaban.»
El pueblo de Ariñez fué tomado por la brigada Pictón, por la artillería del Coronel Gibles; y por el 52 de línea, que subió desde Margarita. Rechazado el enemigo en Ariñez, fue á caer bajo los fuegos de Hill, en Subijana, que hicieron un horrible destrozo, poniendo en completo desorden y huida al cuerpo del Conde de Gazan, que no pudo subir á las alturas de Esquivel, porque engañó á su artillería un guía aldeano al conducirla, y porque los de Morillo se habían corrido hasta Zaldiaran y Berrosteguieta. Gazan pasó por Gomecha y Armentia, y tomando el camino de la Zumaquera, se dirigió hacia Argómaniz.
Puesto en retirada el ejército francés en toda su línea de la izquierda y del centro, hizo su última resistencia desesperada en las pequeñas lomas que suben de Ali á Armentia, contra Zuazo; disparando en multitud de baterías y sosteniendo un verdadero volcán de fuego de fusilería en los alrededores de este pueblo. La división Lawry Cole tomó aquellas alturas, en las que dejaron los franceses clavados ochenta cañones. En tanto, dando un gran rodeo por detrás de Ali se dirigió á Vitoria el General Álava, al frente de un regimiento inglés de caballería, entrando por el camino de Avendaño y Portal de Aldave, para impedir que los franceses fugitivos saqueasen la ciudad, ó que los ingleses vencedores cometieran excesos. Penetró por la calle de la Herrería, y se dirigió á la plaza de Castilla y plaza Nueva, acuchillando á los últimos franceses que quedaban en aquellos lugares. Diez minutos hacía que el Rey José había hecho cambiar de caballos á su carruaje en la misma plaza Nueva, y que había huido, tomando el camino de Navarra, por el portal del Rey, en cuyo punto y frente al hospital civil le esperaban el Mariscal Jourdan y su Estado mayor, también con caballos de refresco.
Al emprenderse esta retirada habían empezado á cejar, en la extrema derecha francesa, las tropas de Reille, que se batieron desesperadamente. El inglés Graham tomó dos veces el puente de Arriaga, y lo ganó definitivamente la tercera, después de haber muerto su defensor el General Sarrut; y cuando lo defendía el General Menne. El brigadier Robinson tomó el puente de Gamarra mayor, haciendo retroceder á la división Lamartiniére, que lo sostenía. Los Generales Oswald y Longa forzaron el de Durana y se apoderaron de la subida de Arlabán y de mucha parte del convoy, que obstruía la carretera de Francia. El valiente Reille, en tanto, viéndose acorralado por Graham, que avanzaba de frente, y por los dragones ingleses que llegaban desde Vitoria, reunió las tropas de Sarrut y Lamartiniere, y saliendo al encuentro de la caballería enemiga, con las brigadas de dragones de Digeón, Tilly y Mermet, trabó en lo alto del campo de Arriaga é inmediaciones del cementerio de este pueblo, un furioso combate de dragones contra dragones, y protegió de este modo la retirada de su ejército, por el río de Santo Tomás hasta Betoño. Metido en el monte y dehesa de Betoño, entonces muy poblados, fue acometido al salir de él, en dirección á Ilárraza y camino de Navarra, por la caballería inglesa y portuguesa combinadas. Protegió su paso contra ellas con las cargas que hizo dar entre Arcaute é Ilárraza á los regimientos 15° de dragones y 3° de húsares; pero, perseguido de un modo horrible, al llegar á Matauco formó el cuadro delante de la aldea, encerrándose en él, y resistió valientemente el choque de los jinetes aliados, hasta que todo su ejército quedó á salvo, bastante avanzado por el camino de Salvatierra. Eran las ocho de la tarde, y empezaba á anochecer, cuando Reille, que hacía once horas que estaba peleando, cruzó á Matauco, no dejando tras de sí ninguna división francesa, y sí sólo el horrible é indescriptible cuadro de confusión de la batalla.
Al caer la noche, las avanzadas del ejército aliado acamparon en línea desde Ullivarri Arrázua, por Arbulo, hasta Argómaniz, y la retaguardia francesa en las inmediaciones de Salvatierra.
Habían perdido los franceses, entre muertos, heridos, prisioneros y extraviados, 7.400 hombres, retirándose aún otros 48.600 que acompañaron á José. Los aliados pagaron su triunfo con la pérdida de unos 4.500 soldados. Se cogieron en el campo de batalla 150 cañones, 432 cajas de municiones y algunas banderas. «Nunca hubo un ejército más duramente trabajado, porque los soldados no estaban ni medio batidos, y sin embargo, jamás hubo una victoria más completa Las campañas de Marlborough —dice Alizón—no presentan un ejemplo de tan señalado triunfo, y las de Cressy y Agincourt fueron infructuosas comparadas con esta.»
Las tropas inglesas que se encontraron en el combate y que tienen en sus banderas el glorioso nombre de Vitoria, fueron: los regimientos de dragones de la Guardia 3 y 5; el 14, 15 y 3 de húsares; el 16 de lanceros; el1 de Escoceses reales; el 2 de la Guardia real de la Reina; el 4 del Rey; el 5 de infantería de Northumberland; el 6 de Warwick; el 9 de Norfolk; el 20 de Devón; el 27 de Inniskillings; el 28 de Gloucéster; el 31 de Hutingdon; el 38 de Strafford; el 39 de Dorset; el 40 de Somerset; el 43 de Montmouth; el 45 de Serwoot; el 47 de Lancash; el 48 de Northampton; el 50 de la Reina; el 51 de York; el 52 de Oxford; el 53 de Shrop; el 57 de West Middlesex; el 58 de Rutland; el 59 de Nottingham; el 60 de Rifles; el 61 de Gloucester; el 68 de Durham; el 74 de Irlandeses; el 79 de Irlandeses de Camerón; el 83 del Condado de Dublín; el 88 de Connaught, y 94 de la brigada de carabineros.
Los historiadores ingleses y españoles, las crónicas particulares y la tradición, han pintado con vivos colores el horrible aspecto de aquel campo de batalla, no comparable á ningún otro de las guerras contemporáneas. En el interior de la ciudad, gracias á la oportunidad del General Álava, no hubo lástimas que llorar. Temíase, con razón, el saqueo y el incendio, como en otras partes ocurrió, y temblaban centenares de familias, ocultas en sus casas, al saber que avanzaba derrotado el grueso del ejército francés y que los ingleses habían hecho muchos destrozos en los pueblos y en los campos. Álava inspiró confianza á todos, expulsó á los rezagados franceses, amparó á sus familias abandonadas, prohibió toda clase de venganzas y recorrió la población en compañía de sus amigos y antiguos condiscípulos D. Diego de Arrióla, su primo, que fue nombrado alcalde; el Conde de Villafuerte, D. Trinidad Porcel, el Sr. Esquive!, su tío, Marqués de Legarda; D. Melquíades de Goya y los Sres. Echavarri, Urbina y otros vitorianos distinguidos. La ciudad le aclamó con entusiasmo; rodeábale el pueblo pugnando por levantarle en brazos, y gran parte del vecindario, entre el cual se veían muchas señoras agitando sus pañuelos, le saludaban y victoreaban desde los balcones. Todas las campanas de la ciudad, echadas á vuelo, sofocaban con sus grandes repiques el estruendo de los cañonazos y fusilería, que aun se oían hacia Betoño y Elorriaga. Los viejos.recuerdan, que entre los grupos que le rodearon en la plaza Nueva, apareció en uno el famoso alguacil, poeta popular, Carlos de Rico, y que instado por los circunstantes á que «echara un verso al General,» se adelantó hacia éste, sombrero en mano, y exclamó:
RICARDO BECERRO DE BENGÚA.
Falencia 15 de junio de 1884.
REVISTA CONTEMPORÁNEA
ANO X-TOMO lI
MAYO — JUNIO 1884
LA BATALLA
En el consejo de Generales, que bajo la presidencia del Rey José se celebró en Miranda de Ebro el 17 de junio de 1813, se discutieron los dos planes, que como único remedio para asegurar la retirada del ejército francés, eran posibles en aquel momento. Opinaron José y su Jefe de Estado Mayor el Mariscal Jourdan, obedeciendo el plan trazado en París por el Ministro de la Guerra, que era preciso á toda costa seguir la carretera de Francia por Vitoria, Arlaban y Tolosa, para evitar que los aliados, que se acercaban por instantes al límite de las provincias de Burgos y Álava por Villarcayo, pasasen por Orduña y resto de Vizcaya á apoderarse en Guipúzcoa de dicha carretera. Además, gran parte del riquísimo convoy, que llevaban, estaba ya en el llano de Álava y era preciso protegerlo.
Los Generales Drouot (Conde de Erlon) y Reille, creían mejor seguir la línea del Ebro, unirse á la división del General Clausel, que estaba en Logroño, y así, bien reforzados, entrar en Francia por Navarra, poniéndose en favorables condiciones de lucha, mientras tanto, por el aumento de fuerzas con que contarían. Predominó el dictamen de los primeros y se dieron las órdenes para que al día siguiente avanzara Reille hacia Valdegovia y camino de Orduña, para impedir el que se cortase la retirada, mientras que el grueso del ejército entraba en la llanura de Álava y en Vitoria.
En efecto, el día 18 partió Reille, con el llamado ejército de Portugal, compuesto de las divisiones de Lamartiniere, Sarrut, y Maucune, en la dirección señalada. Llegó Reille á Osma y se encontró con que la división anglo-española de Graham avanzaba desde los desfiladeros del valle de Losa. Travóse un vivo combate con los cuerpos ligeros de españoles, que venían en la vanguardia, y, por la tarde, al tener más de 100 muertos, se retiró Raille á Espejo y Berguenda. En el camino encontró muy destrozados varios regimientos de la división Maucune, que habiendo avanzado hasta San Millán, fueron acometidos desde la inmediata sierra de Govia, por otra división ligera mandada por Alten, que les mató 300 hombres, cogiéndoles las mochilas y mucha parte de sus equipajes é impedimenta. Ambos Generales franceses se retiraron por Salinas de Anana hacia Poves y OUavarre, mientras que los aliados subían por Berberana, los montes de Guibijo y la sierra de Arcamo.
En aquella noche, José emprendió su marcha á Vitoria; las divisiones de Erlon y de Gazán se reconcentraron en los alrededores de Armiñón para proteger el paso de la Puebla de Arganzón, y á mediados del día 19 cruzaron el Zadorra, ante la acometida de los ingleses, tomando posiciones á la izquierda del río, dentro ya de la llanura. El generalísimo inglés Wéllington, con la división Lowry Colé, atacó á Reille en Poves y Subijana de Morillas, obligándole á bajar á Nanclares. En Subijana durmió aquella noche el caudillo de los aliados, teniendo su ejército acampado en las inmediaciones, y allí preparó con Álava el plan de ataque, que tan grandes resultados iba á darle.
Era preciso cortar la retirada á los franceses por el camino de Arlabán, y al efecto se acordó: que el General Graham, que había bajado desde los montes de Guibijo, hacia Cuartango y Zuya, avanzase con sus 20.000 hombres desde Murguía por Záítegui y Echávarri á tomar el alto de Araca y los puentes de Arriaga, Gamarra Mayor y Durana, colocado éste sobre la carretera de Francia. El General Hill debía emprender el ataque por la derecha, ordenándole, al efecto, que con su ejército y 20.000 soldados se apoderase, en el extremo opuesto de la línea, del paso de la Puebla y de los montes que corren por Zaldiaran, entre la llanura y Treviño, mientras que Wellington, con su cuartel general y las tropas de Beresford, atacaría el centro, tomando la dirección de Nanclares y Trespuentes.
Estaban preparándose á marchar las tropas, para ocupar estas posiciones, cuando el 20 recibió Wellington un parte del alcalde de San Vicente de la Sonsierra, anunciándole que la división francesa de Clausel había llegado allí desde Logroño y que se dirigía precipitadamente por Toloño, á unirse á los enemigos. Esta noticia y el cuidado de que los franceses no ganasen la cordillera de Arlabán, le decidió á dar la batalla al amanecer del día 21. Mientras tanto, José descansó el día 20 en Vitoria, en el palacio de Montehermoso, y el Mariscal Jourdan, acosado por grave calentura, lo pasó en la cama, en la casa de don Manuel de Echánove, también en el Campillo, no dictando otras disposiciones que las de enviar parte del convoy á Salinas de Léniz escoltado por la división Maucune, en la esperanza de que Clausel llegaría al día siguiente y de que Wellington no se decidiría á acometer tan pronto. Varios propios del país, enviados en busca del General Clausel, no llegaron á su destino. La posición que habían tomado los franceses era la siguiente: en lo alto del Zadorra, las tropas de Reille ocupaban á Durana, Gamarra Mayor y Abechuco, con fuertes regimientos de dragones á retaguardia entre Arriaga, Alí, Zuazo y Lermanda. En el centro, desde Margarita por Trespuentes y Villodas hasta Subijana, se extendía el ejército llamado de Andalucía, del Conde de Gazan, cuya división Maransín se posesionó de los altos de la Puebla, desde el boquete hasta Zumelzu. En segunda línea, y como reserva, se colocó el ejército del Conde de Erlon, extendido desde las alturas inmediatas á Vitoria, por Gomecha hasta Ariñez. Toda la carretera de Francia, desde Vitoria hasta Arlabán, estaba ocupada por el convoy, por la artillería de sitio, coches en que iban las familias fugitivas y por grandes recuas de caballerías cargadas.
Al otro lado del puerto de Salinas, y sin tener noticia de cuanto pasaba, estaban Maucune, que había llegado con su convoy á Escoriaza y Mondragón, y el ejército del General Foy, fuerte de 10.000 hombres, que, para desgracia de los franceses, no acudió tampoco á tomar parte en la batalla. Contaban los franceses, sumando todas las tropas que iban á pelear en Vitoria, 56.000 hombres, y las fuerzas de los aliados se elevaban á 80.000 soldados, entre ellos 20.000 españoles.
Al amanecer del día 21 creyó urgente José recorrer las posiciones, y el Mariscal Jourdan, muy enfermo aún, montó á caballo y se puso á sus órdenes. Trasladáronse á Gamarra y visitaron toda la línea del Zadorra hasta Trespuentes. De allí subieron al alto de Jundiz, comprendiendo que había sido un gravísimo error el no fortificarlo, haciéndolo base de las operaciones, para defender el paso de los puentes del Zadorra y el desfiladero de la Puebla. La mañana había amanecido con una niebla llovediza muy espesa, que dificultaba la marcha. A las diez el General inglés Hill entró en la Puebla de Arganzón, enviando á la brigada española, que mandaba D. Pablo Morillo á que tomase las alturas de la derecha del boquete, y reforzándola luego con el regimiento 71 inglés de línea, que subió, con sus pitos á la cabeza, tocando al avanzar la airosa marcha de «Johnny Cope.» El choque en las cimas fue muy rudo, ante la defensa que hizo de ellas Maransin, pero fueron tomadas por los españoles, que, «detrás de las rocas y de los bosques—dice Thiers,—y habilísimos en defender terrenos de esta naturaleza opusieron una resistencia tenaz.
En aquellos momentos en que empezó la lucha, José y Jourdan enviaron órdenes al Conde de Gazan para que retirase sus tropas de delante del boquete y se replegase á Jundiz, pero iniciado el combate fue imposible hacerlo. Maransín fue expulsado de las cumbres, y en vano Gazan le apoyó con dos brigadas de las divisiones Conroux y Darricau, que guardaban el boquete. Estas tropas apenas pudieron subir á la mitad de las alturas, ante el mortífero fuego de los españoles. El General Morillo fue herido, pero continuó en la batalla. Empeñados en reconquistar las cumbres de la Puebla, envió Gazan contra ellas á la división Villatte, que ocupaba á Subijana y cercanías de Zumelzu, la cual subió hasta la cima, y en el feroz encuentro que allí hubo, murió el coronel Cadogán, que mandaba el referido 71 de línea. De nuevo fueron los franceses arrojados al llano por los de Morillo.
Al ver el General Hill que el enemigo había debilitado la defensa del boquete de la Puebla, pasó el desfiladero y tomó, después de gran resistencia, el pueblo de Subijana, á la una de la tarde. Tres horas había durado el ataque de las alturas.
En el extremo opuesto de la línea de batalla, en la izquierda de los ingleses, ó sea en la derecha de los franceses, el General Graham había empezado el ataque á las diez y media. La noche anterior celebró en Murguía una junta de Generales, al llegar la división española que mandaba Girón, desde Balmaceda y Amurrio, y para cuando quisieron emprender el combate desde las alturas del monte Araca, se hizo la hora indicada. El General Longa, con los españoles, y la quinta división inglesa de Oswald, se dirigió á Gamarra menor y Durana; el brigadier inglés Robinsón, después de hacer subir en hombros los cañones á Araca, que estaba cubierto de bosque y por donde no había camino alguno, tomó á Gamarra mayor cogiendo tres cañones, y Graham, con la primera división inglesa y la brigada portuguesa de Pak, tomó á Abechuco y se dirigió contra el puente de Arriaga, artillando las casas de la que es hoy venta de la Caña. Una brigada de dragones mandada por el inglés Anson concurrió á estos movimientos.
Tomados en ambos extremos Subijana y Gamarra, Lord Wellington, que ocupaba las alturas de la sierra de Badaya, frente á Nanclares y Villodas, envió la brigada Kempt, guiada por un aldeano, á tomar el puente de Trespuentes, mientras las compañías españolas de ligeros escaramuceaban al enemigo, que ocupaba la orilla opuesta. Los franceses que guardaban las cercanías del puente fueron cargados por el 15 regimiento de húsares y unos soldados de infantería, desde Iruña, al soltar los primeros tiros, mataron al aldeano que guiaba á los ingleses.
Al avanzar Hill á Subijana quiso José lanzar contra él parte del ejército de Erlon, que formaba la reserva y .centro; pero en aquel mismo momento hizo Wellington adelantar á Lord Beresford, para que pasase el Zadorra. Las divisiones 3 y 7, dirigidas por Dalhonsie, tomaron el puente de Trespuentes y el de Momario y cruzaron el río más arriba por distintos vados; la brigada Colville y otras ganaron el de Villodas y la 4 división á las órdenes de Lawry Cole cruzó el de Nanclares.
Entonces se llegó al momento crítico de la batalla. José y Jourdan desde Ariñez ordenaron al General de Artillería Tirlet que subiese 50 cañones á el alto de Jundiz, como lo hizo rápidamente, para ametrallar á los ingleses, que avanzaban desde las orillas del Zadorra, en el claro que había dejado el Conde de Gazan, al marcharse á combatir á la izquierda de Subijana y el Conde de Erlon á defender el paso del río más arriba de Trespuentes. Varias veces se detuvieron los ingleses ante el horroroso fuego que llovía desde las baterías de Jundiz; pero habiendo colocado dos brigadas de artillería inglesas en una loma inmediata, pudieron avanzar definitivamente los aliados, llevando á la cabeza á Wellington, á Beresford, á Álava y al Príncipe holandés de Orange. El cerro de Jundiz se tomó en el momento en que Jourdan ordenaba la retirada sobre Vitoria, y cuando el Conde de Erlon, viendo avanzar la numerosa caballería inglesa, que acababa de cruzar el Zadorra por todas partes, se retiró también en la misma dirección.
«Habíase ya disipado la niebla—dice el relato de Clinton,— y en las colinas y en el llano se elevaban pausadamente grandes masas de humo, en figura de guirnaldas, que doradas por el esplendoroso sol del estío, en un cielo sin nubes, ofrecían un aspecto brillantísimo. En todas partes relucían las bayonetas, y flotaban como un enjambre los estandartes y banderas de seda. Las túnicas de color escarlata de los ingleses, y los uniformes azules de los portugueses, formaban contraste con el aspecto sombrío del color gris del traje de los españoles, y del negro de los cazadores. En las alturas hacia Vitoria veíanse las masas de franceses vestidos de azul, á lo largo de las líneas de sus ligeros de infantería y de su artillería montada, y así como el uniforme gris y los cascos bronceados de los dragones y coraceros, los alegres trajes de los lanceros y húsares con sus tahalis y correajes, y los altos sombreros de la guardia, con sus caídas coloradas… Toda la cuenca se había convertido en escenario horrible de la encarnizada batalla; ardían en llamas los vallecitos, alturas y arboledas, y cada cercado ó soto, y cada arbusto servían de parapeto y de punto de desesperada defensa á los que los ocupaban.»
El pueblo de Ariñez fué tomado por la brigada Pictón, por la artillería del Coronel Gibles; y por el 52 de línea, que subió desde Margarita. Rechazado el enemigo en Ariñez, fue á caer bajo los fuegos de Hill, en Subijana, que hicieron un horrible destrozo, poniendo en completo desorden y huida al cuerpo del Conde de Gazan, que no pudo subir á las alturas de Esquivel, porque engañó á su artillería un guía aldeano al conducirla, y porque los de Morillo se habían corrido hasta Zaldiaran y Berrosteguieta. Gazan pasó por Gomecha y Armentia, y tomando el camino de la Zumaquera, se dirigió hacia Argómaniz.
Puesto en retirada el ejército francés en toda su línea de la izquierda y del centro, hizo su última resistencia desesperada en las pequeñas lomas que suben de Ali á Armentia, contra Zuazo; disparando en multitud de baterías y sosteniendo un verdadero volcán de fuego de fusilería en los alrededores de este pueblo. La división Lawry Cole tomó aquellas alturas, en las que dejaron los franceses clavados ochenta cañones. En tanto, dando un gran rodeo por detrás de Ali se dirigió á Vitoria el General Álava, al frente de un regimiento inglés de caballería, entrando por el camino de Avendaño y Portal de Aldave, para impedir que los franceses fugitivos saqueasen la ciudad, ó que los ingleses vencedores cometieran excesos. Penetró por la calle de la Herrería, y se dirigió á la plaza de Castilla y plaza Nueva, acuchillando á los últimos franceses que quedaban en aquellos lugares. Diez minutos hacía que el Rey José había hecho cambiar de caballos á su carruaje en la misma plaza Nueva, y que había huido, tomando el camino de Navarra, por el portal del Rey, en cuyo punto y frente al hospital civil le esperaban el Mariscal Jourdan y su Estado mayor, también con caballos de refresco.
Al emprenderse esta retirada habían empezado á cejar, en la extrema derecha francesa, las tropas de Reille, que se batieron desesperadamente. El inglés Graham tomó dos veces el puente de Arriaga, y lo ganó definitivamente la tercera, después de haber muerto su defensor el General Sarrut; y cuando lo defendía el General Menne. El brigadier Robinson tomó el puente de Gamarra mayor, haciendo retroceder á la división Lamartiniére, que lo sostenía. Los Generales Oswald y Longa forzaron el de Durana y se apoderaron de la subida de Arlabán y de mucha parte del convoy, que obstruía la carretera de Francia. El valiente Reille, en tanto, viéndose acorralado por Graham, que avanzaba de frente, y por los dragones ingleses que llegaban desde Vitoria, reunió las tropas de Sarrut y Lamartiniere, y saliendo al encuentro de la caballería enemiga, con las brigadas de dragones de Digeón, Tilly y Mermet, trabó en lo alto del campo de Arriaga é inmediaciones del cementerio de este pueblo, un furioso combate de dragones contra dragones, y protegió de este modo la retirada de su ejército, por el río de Santo Tomás hasta Betoño. Metido en el monte y dehesa de Betoño, entonces muy poblados, fue acometido al salir de él, en dirección á Ilárraza y camino de Navarra, por la caballería inglesa y portuguesa combinadas. Protegió su paso contra ellas con las cargas que hizo dar entre Arcaute é Ilárraza á los regimientos 15° de dragones y 3° de húsares; pero, perseguido de un modo horrible, al llegar á Matauco formó el cuadro delante de la aldea, encerrándose en él, y resistió valientemente el choque de los jinetes aliados, hasta que todo su ejército quedó á salvo, bastante avanzado por el camino de Salvatierra. Eran las ocho de la tarde, y empezaba á anochecer, cuando Reille, que hacía once horas que estaba peleando, cruzó á Matauco, no dejando tras de sí ninguna división francesa, y sí sólo el horrible é indescriptible cuadro de confusión de la batalla.
Al caer la noche, las avanzadas del ejército aliado acamparon en línea desde Ullivarri Arrázua, por Arbulo, hasta Argómaniz, y la retaguardia francesa en las inmediaciones de Salvatierra.
Habían perdido los franceses, entre muertos, heridos, prisioneros y extraviados, 7.400 hombres, retirándose aún otros 48.600 que acompañaron á José. Los aliados pagaron su triunfo con la pérdida de unos 4.500 soldados. Se cogieron en el campo de batalla 150 cañones, 432 cajas de municiones y algunas banderas. «Nunca hubo un ejército más duramente trabajado, porque los soldados no estaban ni medio batidos, y sin embargo, jamás hubo una victoria más completa Las campañas de Marlborough —dice Alizón—no presentan un ejemplo de tan señalado triunfo, y las de Cressy y Agincourt fueron infructuosas comparadas con esta.»
Las tropas inglesas que se encontraron en el combate y que tienen en sus banderas el glorioso nombre de Vitoria, fueron: los regimientos de dragones de la Guardia 3 y 5; el 14, 15 y 3 de húsares; el 16 de lanceros; el1 de Escoceses reales; el 2 de la Guardia real de la Reina; el 4 del Rey; el 5 de infantería de Northumberland; el 6 de Warwick; el 9 de Norfolk; el 20 de Devón; el 27 de Inniskillings; el 28 de Gloucéster; el 31 de Hutingdon; el 38 de Strafford; el 39 de Dorset; el 40 de Somerset; el 43 de Montmouth; el 45 de Serwoot; el 47 de Lancash; el 48 de Northampton; el 50 de la Reina; el 51 de York; el 52 de Oxford; el 53 de Shrop; el 57 de West Middlesex; el 58 de Rutland; el 59 de Nottingham; el 60 de Rifles; el 61 de Gloucester; el 68 de Durham; el 74 de Irlandeses; el 79 de Irlandeses de Camerón; el 83 del Condado de Dublín; el 88 de Connaught, y 94 de la brigada de carabineros.
Los historiadores ingleses y españoles, las crónicas particulares y la tradición, han pintado con vivos colores el horrible aspecto de aquel campo de batalla, no comparable á ningún otro de las guerras contemporáneas. En el interior de la ciudad, gracias á la oportunidad del General Álava, no hubo lástimas que llorar. Temíase, con razón, el saqueo y el incendio, como en otras partes ocurrió, y temblaban centenares de familias, ocultas en sus casas, al saber que avanzaba derrotado el grueso del ejército francés y que los ingleses habían hecho muchos destrozos en los pueblos y en los campos. Álava inspiró confianza á todos, expulsó á los rezagados franceses, amparó á sus familias abandonadas, prohibió toda clase de venganzas y recorrió la población en compañía de sus amigos y antiguos condiscípulos D. Diego de Arrióla, su primo, que fue nombrado alcalde; el Conde de Villafuerte, D. Trinidad Porcel, el Sr. Esquive!, su tío, Marqués de Legarda; D. Melquíades de Goya y los Sres. Echavarri, Urbina y otros vitorianos distinguidos. La ciudad le aclamó con entusiasmo; rodeábale el pueblo pugnando por levantarle en brazos, y gran parte del vecindario, entre el cual se veían muchas señoras agitando sus pañuelos, le saludaban y victoreaban desde los balcones. Todas las campanas de la ciudad, echadas á vuelo, sofocaban con sus grandes repiques el estruendo de los cañonazos y fusilería, que aun se oían hacia Betoño y Elorriaga. Los viejos.recuerdan, que entre los grupos que le rodearon en la plaza Nueva, apareció en uno el famoso alguacil, poeta popular, Carlos de Rico, y que instado por los circunstantes á que «echara un verso al General,» se adelantó hacia éste, sombrero en mano, y exclamó:
En junio, de trece el año, día de San Luis Gonzaga,
¡cómo ha corrido la plaga
de José, con su rebaño!
Fiero ha sido el desengaño,
pues perdiendo sus cañones,
carros, convoy y furgones,
con grave afrenta notoria,
han huido de Vitoria
los gabachos batallones.
Hora y media después que Álava, entró en la ciudad Lord Wellington al frente de su Estado Mayor, saliendo á recibirle al portal de Castilla el General vitoriano, el Ayuntamiento y todas las personas notables. El victorioso caudillo recordó á Álava la promesa que habían hecho de ir á saludar á la novia de éste, Srta. D. Loreto de Arrióla, y en efecto, subiendo á la calle de la Correría, avanzaron hasta el fin de ella, donde, en la última casa de la izquierda, frente al cantón de Santa María, estaba la casa que ocupaba el Sr. de Arriola, patrón de Aspe.
«Vi al General Lord Wellington con Álava y todo su Estado Mayor, detenidos ante la puerta de la casa de D. Javier Arrióla, donde sin apearse, saludaron á éste y á su hija Doña Loreto, que estaban en los balcones, y desde allí siguieron bajando el barrio de Santo Domingo, al campo de batalla. También Álava logró del Generalísimo inglés que no entrara ningún soldado en la ciudad para evitar desórdenes.» (Memorias del insigne ingeniero Sr. Echánove, testigo de aquellos sucesos, y que aún vive, contando ochenta y siete años.)
( I ) Visité de niño muchas veces esta casa de Arrióla, en la Correría, cerca de mi calle Chiquita, y en ella vi muchas veces los retratos de los Marqueses de Legarda, de D. Javier y de D. Diego de Arrióla, patrones de Ceánuri y Aspe. Allí se conservaban algunos curiosos objetos del campo de batalla de Vitoria, y muchos recuerdos del General, cuya vista me impresionaba sobre manera en mi imaginación de chico. Un hermano de D. Diego, el Sr. D. Ramón María, probo y entendido ex-magistrado del Tribunal Supremo, vivo aun en Madrid.
El espectáculo que se ofreció á los ojos de los Generales al pasar al otro lado de Vitoria, fue tristísimo é imponente. Desde el portal de Urbina hasta los últimos límites del horizonte, en aquellos campos, y en la carretera de Francia, había atestados y volcados más de trescientos carros y carruajes, cuyo contenido rodada por el suelo, pisoteado por el paso de la infantería y por las cargas de los dragones. Centenares de familias distinguidas, españolas y francesas, que huían á Francia, no pudieron pasar de Betoño, y poblaban el aire con sus lamentos y gritos, sentadas al lado de sus deshechos equipajes ó formando tristes grupos en torno de los cadáveres de sus deudos. Lord Wellington y Álava dieron orden de ayudar á todos, como se pudiera, amenazando con pena de la vida á los que maltrataran á aquellas gentes indefensas. Desde el camino viejo de Arana, trajeron los dragones un coche en el que venía prisionera la Sra. Condesa de Gazán. Púsola en libertad el caudillo inglés, dándole una escolta, para que se trasladara á Navarra, donde los franceses se reconcentraban.
El campo de Arana, el alto de Santa Lucía y las cercanías de Elorriaga estaban cubiertos de ricos despojos. Los bagajeros y acompañantes del ejército abrían multitud de cajas, caídas de los carros, llenas de oro y plata, de objetos de las iglesias, de los museos y de las cosas ricas particulares, y cargaban con las monedas, no sólo sus bolsillos, sino el forro de sus chaquetas y el hueco de sus calzones, bien atados á las rodillas. Bagajero hubo que, después de bien cargado, no pudo andar, por el peso que llevaba. Las tropas, en general, y los ingleses sobre todo, se aprovecharon bien de las riquezas abandonadas, en las últimas horas de la tarde del 21. En los carruajes parecieron multitud de cuadros al óleo de los mejores maestros, cortados violentamente del marco y arrollados. Muchos fueron hechos pedazos á bayonetazos, y entre ellos el de La, Trinidad, del Ticiano, robado en la catedral de Palencia.
«Los ingleses—-dice la relación del Sr. Larrea, cura de Berrostequieta —sin más Dios que sus barrigas y antojos, saquearon todas las aldeas de la parte occidental de Vitoria, que habían quedado libres de los franceses; allí segaron los trigos y cebadas para sus caballos y echaron los bueyes y caballerías de brigada á los sembrados, causando la ruina completa de los habitantes. Pero debemos á los vitorianos el generoso y católico acto de humanidad de que abrieran francamente las puertas de sus casas á todo necesitado, derramando á manos llenas la caridad, con que nos remediarnos infinitos.»
Delante de Zurbano, y en las encenagadas balsas que rodeaban al pueblo, había algunos centenares de franceses y de caballos, muertos y deshechos por la metralla y la caballería, ofreciendo aquel lugar tan horroroso conjunto, que nadie se acercó á él, ni en aquel día ni en otros muchos después. Como el camino de Navarra era de herradura y no podían pasar por él los carruajes, quedaron casi todos atascados entre los primeros pueblos, y allí se cogió la documentación de la corte de José, las cuentas, los partes cifrados de Napoleón y multitud de curiosidades y de riquezas.
Al escapar el Rey en su coche por este camino, fue alcanzado por un regimiento de dragones ingleses, el 10 de húsares. José montó á caballo, después de abandonar el coche, y huyó, protegido por su caballería. El jefe que mandaba los dragones ingleses era Mr. Windham. En el carruaje se encontraron la espada del Rey fugitivo, sus papeles, el bastón del Mariscal Jourdan, varios objetos preciosos, «otras cosas que la decencia no permite nombrar,» dice Toreno, y un cuadro admirable de Correggio.
En la carretera de Vitoria á Salinas se cogieron 40 cañones de gran calibre; muchos tiros y carruajes de los mismos y los parques y depósitos de Madrid, Valladolid y Burgos. El bastón de Mariscal del imperio del Rey José fue hallado entre los montones de equipajes de la corte, por unos soldados. Era de un pie de largo, forrado de terciopelo azul montado en oro y con las águilas imperiales bordadas. Estaba contenido en un estuche de tafilete marroquí encarnado, con broches de plata, con águilas grabadas y con el nombre de José impreso en los ángulos con caracteres dorados (Southey). Los soldados le arrancaron el pomo y la contera, y cuando lo recogió Wellington se lo envió como recuerdo de la batalla, con la bandera francesa del regimiento 100 de artillería, al Príncipe Regente de Inglaterra, quien mandó en cambio al caudillo vencedor el bastón de Feld-mariscal del ejército inglés. El capital abandonado, en las cajas de fondos de los franceses, fue de cinco millones y medio de duros, según las cuentas cogidas entre los documentos, de los cuales, sólo la quincuagésima parte pertenecía al público. Wellington durmió en Vitoria en el palacio de Álava, y al amanecer del 22 envió á Girón y Longa con su división á perseguir á Maucune y Foy por Salinas y Mondragón, y Graham por San Adrián á Guipúzcoa, marchando el resto del ejército aliado hacia Pamplona en persecución de José, que bien pronto repasó el Pirineo. E! General Clausel, que había avanzado muy despacio desde la Rioja por Peñacerrada, llegó en la tarde del 22 á la cima de los montes de Vitoria, sobre Castillo y Lasarte, y desde aquellas alturas contempló el desastre que sus compatriotas habían sufrido en la llanura de Vitoria. «Permaneció catalejeando como unas dos horas, dice la narración de Larrea, y luego que se enteró de que las tiendas de las proximidades de la ciudad eran de ingleses, volvió atrás y tomó el camino de Zaragoza, perseguido por el General Mina. Cuando se dirigía en la noche del 21 hacia Peñacerrada con sus 11.000 hombres, el coronel de voluntarios alaveses, D. Sebastián Fernández (Dos Pelos), que le seguía la pista con 1.500 guerrilleros y algunos paisanos, mandó encender en lo alto de los montes de Pipaon y Laño grandes luminarias, por entre las cuales hizo pasar á sus soldados diferentes veces, aparentando un gran ejército, lo cual hizo al General francés avanzar con gran cautela y perder mucho tiempo....» «....Al volver á Berrosteguieta, dice también, encontramos algunos pobres heridos que no prestaban oídos á la voz de su espíritu, pedían los Santos Sacramentos, mas no fue posible administrarlos por haberlos robado. Pedían también agua con la mayor sumisión, y fue muy costoso complacerles, por no encontrar entero ni siquiera un casco de vasija, que pudiese contener en sí medio cuartillo de agua. Entré en la iglesia y observé á un golpe de vista los sepulcros abiertos, las paredes quebrantadas, las mesas de los altares demolidas y todo fuera de orden, causándonos este horrible cuadro el mayor espanto y desconsuelo.»
No les fue mal en cambio á muchos vecinos de Vitoria que salieron al campo en las últimas horas del 21, porque allí adquirieron y compraron de manos de los soldados magníficas joyas y muchas monedas de plata á cambio de algunas de oro. Otros dieron con grandes cajas de caudales abandonadas en medio de montones de cadáveres, y algunos que vivían en los barrios extremos sólo tuvieron el trabajo, para hacerse ricos, de meter en sus casas las recuas de caballerías cargadas de dinero y alhajas, que sin dueño ni conductor alguno vagaban á la ventura por aquellos contornos. En diversos puntos de la llanura y en el fondo del Zadorra se sepultaron bastantes caudales, que desde entonces han sido objeto de acertadas ó infructuosas pesquisas.
Además del galardón otorgado por Inglaterra á Lord Wellington y otros generales, las Cortes españolas, á propuesta de Argüelles, le concedieron el dominio del Soto de Roma y del terreno de las Chanchinas en la vega de Granada. El Ayuntamiento de Vitoria regaló al General Álava una espada de oro con las armas de la ciudad y una expresiva dedicatoria, é hizo grabar un curioso cuadro que representa la entrada del General en la Plaza Vieja el día de la batalla.
Las consecuencias de la gran jornada de Vitoria se tocaron inmediatamente. El castillo de Pancorbo, único punto que había quedado á retaguardia en poder de los franceses, se rindió a las tropas de O'Donnell, Conde de Abisbal; las plazas de Aragón y Valencia fueron abandonadas, y San Sebastián y Pamplona, con todo el resto de las provincias, cayeron en nuestro poder. El efecto que causó tal victoria en Europa fue inmenso. Disipados los escrúpulos del Austria, entró en la conciliación de las demás potencias contra el Imperio francés, rompiendo el acuerdo de Praga, y obtuvo Inglaterra una supremacía indisputable en los negocios diplomáticos y en los destinos del continente. El renombre de Lord Wellington creció maravillosamente, como con sobrada arrogancia lo repiten sus compatriotas:
«The English General, emerging from the chaos of the Peninsular struggle, stood on the summit of the Pyrinees a recognized conqueror. From these lofty pinades the clangour of his trumpets pealed clear and loud, and the splendour of is genius appeared as á flaming beacon to warring nations.»
Víctima del espantoso desastre, sufrió el pobre ex rey José el tremendo castigo de las iras de su hermano Napoleón, que le ordenó que se separase del ejército, que se retirara á Morfontaine sin entrar jamás en París, que no le visitara ningún funcionario bajo pena de apresarle y que le sustituyera en el mando del ejército de España su mayor enemigo el Mariscal Soult.
¡cómo ha corrido la plaga
de José, con su rebaño!
Fiero ha sido el desengaño,
pues perdiendo sus cañones,
carros, convoy y furgones,
con grave afrenta notoria,
han huido de Vitoria
los gabachos batallones.
Hora y media después que Álava, entró en la ciudad Lord Wellington al frente de su Estado Mayor, saliendo á recibirle al portal de Castilla el General vitoriano, el Ayuntamiento y todas las personas notables. El victorioso caudillo recordó á Álava la promesa que habían hecho de ir á saludar á la novia de éste, Srta. D. Loreto de Arrióla, y en efecto, subiendo á la calle de la Correría, avanzaron hasta el fin de ella, donde, en la última casa de la izquierda, frente al cantón de Santa María, estaba la casa que ocupaba el Sr. de Arriola, patrón de Aspe.
«Vi al General Lord Wellington con Álava y todo su Estado Mayor, detenidos ante la puerta de la casa de D. Javier Arrióla, donde sin apearse, saludaron á éste y á su hija Doña Loreto, que estaban en los balcones, y desde allí siguieron bajando el barrio de Santo Domingo, al campo de batalla. También Álava logró del Generalísimo inglés que no entrara ningún soldado en la ciudad para evitar desórdenes.» (Memorias del insigne ingeniero Sr. Echánove, testigo de aquellos sucesos, y que aún vive, contando ochenta y siete años.)
( I ) Visité de niño muchas veces esta casa de Arrióla, en la Correría, cerca de mi calle Chiquita, y en ella vi muchas veces los retratos de los Marqueses de Legarda, de D. Javier y de D. Diego de Arrióla, patrones de Ceánuri y Aspe. Allí se conservaban algunos curiosos objetos del campo de batalla de Vitoria, y muchos recuerdos del General, cuya vista me impresionaba sobre manera en mi imaginación de chico. Un hermano de D. Diego, el Sr. D. Ramón María, probo y entendido ex-magistrado del Tribunal Supremo, vivo aun en Madrid.
El espectáculo que se ofreció á los ojos de los Generales al pasar al otro lado de Vitoria, fue tristísimo é imponente. Desde el portal de Urbina hasta los últimos límites del horizonte, en aquellos campos, y en la carretera de Francia, había atestados y volcados más de trescientos carros y carruajes, cuyo contenido rodada por el suelo, pisoteado por el paso de la infantería y por las cargas de los dragones. Centenares de familias distinguidas, españolas y francesas, que huían á Francia, no pudieron pasar de Betoño, y poblaban el aire con sus lamentos y gritos, sentadas al lado de sus deshechos equipajes ó formando tristes grupos en torno de los cadáveres de sus deudos. Lord Wellington y Álava dieron orden de ayudar á todos, como se pudiera, amenazando con pena de la vida á los que maltrataran á aquellas gentes indefensas. Desde el camino viejo de Arana, trajeron los dragones un coche en el que venía prisionera la Sra. Condesa de Gazán. Púsola en libertad el caudillo inglés, dándole una escolta, para que se trasladara á Navarra, donde los franceses se reconcentraban.
El campo de Arana, el alto de Santa Lucía y las cercanías de Elorriaga estaban cubiertos de ricos despojos. Los bagajeros y acompañantes del ejército abrían multitud de cajas, caídas de los carros, llenas de oro y plata, de objetos de las iglesias, de los museos y de las cosas ricas particulares, y cargaban con las monedas, no sólo sus bolsillos, sino el forro de sus chaquetas y el hueco de sus calzones, bien atados á las rodillas. Bagajero hubo que, después de bien cargado, no pudo andar, por el peso que llevaba. Las tropas, en general, y los ingleses sobre todo, se aprovecharon bien de las riquezas abandonadas, en las últimas horas de la tarde del 21. En los carruajes parecieron multitud de cuadros al óleo de los mejores maestros, cortados violentamente del marco y arrollados. Muchos fueron hechos pedazos á bayonetazos, y entre ellos el de La, Trinidad, del Ticiano, robado en la catedral de Palencia.
«Los ingleses—-dice la relación del Sr. Larrea, cura de Berrostequieta —sin más Dios que sus barrigas y antojos, saquearon todas las aldeas de la parte occidental de Vitoria, que habían quedado libres de los franceses; allí segaron los trigos y cebadas para sus caballos y echaron los bueyes y caballerías de brigada á los sembrados, causando la ruina completa de los habitantes. Pero debemos á los vitorianos el generoso y católico acto de humanidad de que abrieran francamente las puertas de sus casas á todo necesitado, derramando á manos llenas la caridad, con que nos remediarnos infinitos.»
Delante de Zurbano, y en las encenagadas balsas que rodeaban al pueblo, había algunos centenares de franceses y de caballos, muertos y deshechos por la metralla y la caballería, ofreciendo aquel lugar tan horroroso conjunto, que nadie se acercó á él, ni en aquel día ni en otros muchos después. Como el camino de Navarra era de herradura y no podían pasar por él los carruajes, quedaron casi todos atascados entre los primeros pueblos, y allí se cogió la documentación de la corte de José, las cuentas, los partes cifrados de Napoleón y multitud de curiosidades y de riquezas.
Al escapar el Rey en su coche por este camino, fue alcanzado por un regimiento de dragones ingleses, el 10 de húsares. José montó á caballo, después de abandonar el coche, y huyó, protegido por su caballería. El jefe que mandaba los dragones ingleses era Mr. Windham. En el carruaje se encontraron la espada del Rey fugitivo, sus papeles, el bastón del Mariscal Jourdan, varios objetos preciosos, «otras cosas que la decencia no permite nombrar,» dice Toreno, y un cuadro admirable de Correggio.
En la carretera de Vitoria á Salinas se cogieron 40 cañones de gran calibre; muchos tiros y carruajes de los mismos y los parques y depósitos de Madrid, Valladolid y Burgos. El bastón de Mariscal del imperio del Rey José fue hallado entre los montones de equipajes de la corte, por unos soldados. Era de un pie de largo, forrado de terciopelo azul montado en oro y con las águilas imperiales bordadas. Estaba contenido en un estuche de tafilete marroquí encarnado, con broches de plata, con águilas grabadas y con el nombre de José impreso en los ángulos con caracteres dorados (Southey). Los soldados le arrancaron el pomo y la contera, y cuando lo recogió Wellington se lo envió como recuerdo de la batalla, con la bandera francesa del regimiento 100 de artillería, al Príncipe Regente de Inglaterra, quien mandó en cambio al caudillo vencedor el bastón de Feld-mariscal del ejército inglés. El capital abandonado, en las cajas de fondos de los franceses, fue de cinco millones y medio de duros, según las cuentas cogidas entre los documentos, de los cuales, sólo la quincuagésima parte pertenecía al público. Wellington durmió en Vitoria en el palacio de Álava, y al amanecer del 22 envió á Girón y Longa con su división á perseguir á Maucune y Foy por Salinas y Mondragón, y Graham por San Adrián á Guipúzcoa, marchando el resto del ejército aliado hacia Pamplona en persecución de José, que bien pronto repasó el Pirineo. E! General Clausel, que había avanzado muy despacio desde la Rioja por Peñacerrada, llegó en la tarde del 22 á la cima de los montes de Vitoria, sobre Castillo y Lasarte, y desde aquellas alturas contempló el desastre que sus compatriotas habían sufrido en la llanura de Vitoria. «Permaneció catalejeando como unas dos horas, dice la narración de Larrea, y luego que se enteró de que las tiendas de las proximidades de la ciudad eran de ingleses, volvió atrás y tomó el camino de Zaragoza, perseguido por el General Mina. Cuando se dirigía en la noche del 21 hacia Peñacerrada con sus 11.000 hombres, el coronel de voluntarios alaveses, D. Sebastián Fernández (Dos Pelos), que le seguía la pista con 1.500 guerrilleros y algunos paisanos, mandó encender en lo alto de los montes de Pipaon y Laño grandes luminarias, por entre las cuales hizo pasar á sus soldados diferentes veces, aparentando un gran ejército, lo cual hizo al General francés avanzar con gran cautela y perder mucho tiempo....» «....Al volver á Berrosteguieta, dice también, encontramos algunos pobres heridos que no prestaban oídos á la voz de su espíritu, pedían los Santos Sacramentos, mas no fue posible administrarlos por haberlos robado. Pedían también agua con la mayor sumisión, y fue muy costoso complacerles, por no encontrar entero ni siquiera un casco de vasija, que pudiese contener en sí medio cuartillo de agua. Entré en la iglesia y observé á un golpe de vista los sepulcros abiertos, las paredes quebrantadas, las mesas de los altares demolidas y todo fuera de orden, causándonos este horrible cuadro el mayor espanto y desconsuelo.»
No les fue mal en cambio á muchos vecinos de Vitoria que salieron al campo en las últimas horas del 21, porque allí adquirieron y compraron de manos de los soldados magníficas joyas y muchas monedas de plata á cambio de algunas de oro. Otros dieron con grandes cajas de caudales abandonadas en medio de montones de cadáveres, y algunos que vivían en los barrios extremos sólo tuvieron el trabajo, para hacerse ricos, de meter en sus casas las recuas de caballerías cargadas de dinero y alhajas, que sin dueño ni conductor alguno vagaban á la ventura por aquellos contornos. En diversos puntos de la llanura y en el fondo del Zadorra se sepultaron bastantes caudales, que desde entonces han sido objeto de acertadas ó infructuosas pesquisas.
Además del galardón otorgado por Inglaterra á Lord Wellington y otros generales, las Cortes españolas, á propuesta de Argüelles, le concedieron el dominio del Soto de Roma y del terreno de las Chanchinas en la vega de Granada. El Ayuntamiento de Vitoria regaló al General Álava una espada de oro con las armas de la ciudad y una expresiva dedicatoria, é hizo grabar un curioso cuadro que representa la entrada del General en la Plaza Vieja el día de la batalla.
Las consecuencias de la gran jornada de Vitoria se tocaron inmediatamente. El castillo de Pancorbo, único punto que había quedado á retaguardia en poder de los franceses, se rindió a las tropas de O'Donnell, Conde de Abisbal; las plazas de Aragón y Valencia fueron abandonadas, y San Sebastián y Pamplona, con todo el resto de las provincias, cayeron en nuestro poder. El efecto que causó tal victoria en Europa fue inmenso. Disipados los escrúpulos del Austria, entró en la conciliación de las demás potencias contra el Imperio francés, rompiendo el acuerdo de Praga, y obtuvo Inglaterra una supremacía indisputable en los negocios diplomáticos y en los destinos del continente. El renombre de Lord Wellington creció maravillosamente, como con sobrada arrogancia lo repiten sus compatriotas:
«The English General, emerging from the chaos of the Peninsular struggle, stood on the summit of the Pyrinees a recognized conqueror. From these lofty pinades the clangour of his trumpets pealed clear and loud, and the splendour of is genius appeared as á flaming beacon to warring nations.»
Víctima del espantoso desastre, sufrió el pobre ex rey José el tremendo castigo de las iras de su hermano Napoleón, que le ordenó que se separase del ejército, que se retirara á Morfontaine sin entrar jamás en París, que no le visitara ningún funcionario bajo pena de apresarle y que le sustituyera en el mando del ejército de España su mayor enemigo el Mariscal Soult.
Falencia 15 de junio de 1884.
REVISTA CONTEMPORÁNEA
ANO X-TOMO lI
MAYO — JUNIO 1884
Un gran post, tan documentado como siempre.
ResponderEliminarPara el aspecto "lúdico" pongo los dos links siguientes que se refieren a dos recreaciones de la batalla como wargames:
La zona norte
http://rafaelpardoalmudi.com/NBvitoria_north_1.html
La batalla principal
http://rafaelpardoalmudi.com/NBvitoria_1.html
Un saludo