Dedicado a todos aquellos enfermos de una ridícula fiebre coleccionista:
Artículo publicado en: MILITARIA Revista de Cultura Militar Nº 7. Servicio de Publicaciones U.C.M. Madrid 1995
El papel del coleccionista privado en el rescate de las piezas históricas
Antonio Alvarez~Barrios*
Tradicionalmente las colecciones de militaria han sido organizadas por los propios museos militares o las unidades militares. Desde hace unos años han proliferado en muchos países colecciones de personas privadas que han suplido con su interés, dedicación, contactos y medios materiales, las lagunas existentes en los museos militares.
Los militares en activo en los regimientos miran a los coleccionistas de militaria con compasión. Les suelen llamar «el loco de las lanzas», «el loco de los uniformes», «el loco de las banderas». Aún así, después de cultivar una amistad, a veces son condescendientes y les llevan al viejo almacén y el coleccionista recoge un cordón de corneta, una cartuchera, un palo de bandera roto. Para él son tesoros; para el militar, desechos inútiles.
Los museos militares de España suelen estar regidos por militares. Excelentes profesionales de la milicia, sometidos a la dictadura de los presupuestos escasos. Generalmente están condicionados a un destino corto en tiempo donde resulta difícil dejar huella. Los coleccionistas privados de militaria son—somos— una especie difícil de explicar, generalmente molesta para los museos. Siempre cabalgan bajo la bandera de la protesta:
"esta vitrina con el letrero «Smith& Wessen» debajo de ese arma que todos sabemos que es un Adams".
Y es precisamente esa especialización la que hace a los coleccionistas más interesantes como elemento rescatador de piezas históricas. El coleccionista de militaria es una especie relativamente reciente. Superados ya los traumas y secretismos del coleccionismo de parafernalia nazi, el coleccionismo militar ha florecido mundialmente con millares de entusiastas que dan vida a un mercado y a un intercambio realmente interesante.
Destaquemos aquí algunas de las virtudes que suelen rodear a esa especie del coleccionista militar.
1. Suele estar bastante bien informado.
2. Es de una curiosidad insaciable.
3. Está especializado en determinados temas (bayonetas de la guerra del 14, mantillas de caballería, paños de clarín o de corneta, sanidad militar...).
4. Dispone de algún dinero y no tiene que consultar con una Junta económica (A veces la esposa «es» la Junta).
5. Suele combinar sus viajes para hacer sus adquisiciones.
6. Conoce a casi todos sus rivales y colegas de afición.
7. Suele ir depurando sus colecciones para obtener mejores piezas y estar más especializado.
8. Su ambición no suele tener más línite que su bolsillo.
9. La investigación de la pieza dudosa se resuelve con la ayuda de los mejores expertos disponibles.
10. La colección suele tener una cierta coherencia unitaria.
¿Qué museo militar público podría hoy conseguir la colección de condecoraciones de J.M.C. en León, o la de cubrecabezas militares de S.G.A. en Tarragona, o la de galas de clarín del coronel Ch., o la de armas militares de G.L.B., o la de botones militares de l.G.B., o de banderas de somatén de L., o la de guardia civil de L.A.H? Cualquier museo estaría encantado de habilitar una sala especial para albergar cualquiera de estas colecciones.
Y sin embargo, poca esperanza hay de que pasen a engrosar los fondos de un museo. El problema principal de estas colecciones es el espacio y la continuidad. Los hijos de los coleccionistas pueden desear o no la continuacíon de la colección. Además existe el factor económico. La inteligente directora del Museo de Arte Reina Sofia de Madrid, María de Corral predicaba —por ahora en valde— la necesidad de una Ley de donaciones a los museos que tenga algunos incentivos económicos. Si la legislación existente fuera la adecuada, los museos recibirían con regularidad donaciones, especialmente a causa de herencias, como pago de los derechos sucesorios.
Si los museos militares y sus responsables utilizasen para engrosar sus fondos las mismas técnicas que utilizan las fundaciones de arte en Estados Unidos, pocas de las colecciones que se han deshecho habrían aparecido en los rastros, encantes, baratillos, jueves o mercados de las pulgas. Bastaría con «cultivar» al propietario de la colección para que éste se sintiera honrado de que su nombre —incluso en vida—figurase en las vitrinas de un museo. Solamente se me ocurre pensar en la colección de D. Juan Luis Calvó Pascual, especialista en armas que vive en Barcelona y cuya colección de cascos vive también en una vitrina de su amado castillo de Montjuich desde hace años.
El coleccionista privado es un rescatador de parcelas importantes de la historia del país. ¡Qué riqueza es la posibilidad de estudiar las unidades militares a través de los botones! El autor se enorgullece aquí de que su colección de uniformes sirviera de fiel modelo para la instauración de los uniformes de la actual Guardia Real. Desgraciadamente, el Museo del Ejército no disponía de los que hacia falta. Las nuevas generaciones de coleccionistas, los que hace 15 años tenían media docena de bayonetas, son la cantera que garantiza la continuidad en el interés por la militaria. ¡Cuántas lecciones estoy recibiendo los domingos en el Rastro madrileño de los especialistas en División Azul, tropas africanas, Legión Cóndor, tropa de ferrocarriles, laureadas bordadas! ¡Cuánta variedad, cuánta sorpresa, cuánto saben!
Cuando los militares historiadores (que los hay, jóvenes y buenos) estén en los puestos más idóneos, cuando la Ley de Donaciones permita que las viudas manden cajones y baúles a los museos a cuenta del Impuesto de Sucesiones, cuando los Parques de Artillería utilicen criterios racionales de conservación, cuando los carros de combate obsoletos no sean troceados sino intercambiados, florecerán los museos con maravillosas aportaciones.
El autor piensa que las corazas de la Escolta Real que fueron a la chatarra en 1931 eran la última barbaridad que se podía hacer con nuestro patrimonio. Después de ello han venido las ruinosas ventas de bienes militares a extranjeros, de motos Harley a avispados negociantes, de fusiles Mauser a casas de venta por catálogo en Estados Unidos. ¡Utilicen a los coleccionistas privados señores directores de museos! Pónganles a trabajar, aguanten su suficiencia. Después de todo su «locura» puede aportar una parte importante de la historia.
He tenido el honor de conocer a la Sra. Brown —ya fallecida— propietaria y donante a la universidad que lleva el nombre de su familia en Rhode Island, de la más colosal colección iconográfica militar que se conoce. Su ilusión fue siempre donarla para el estudio y disfrute de generaciones venideras.
Existen millares de pequeñas colecciones «brown» por el mundo. El objetivo debiera ser que todo lo bueno acabase en los museos de historia militar.
Y dicho esto, les confieso humildemente que yo aún no sé qué hacer con mi propia colección. Ayúdenme. por favor. Mil gracias.
(*) Coleccionista, Madrid, España.
¡Cuanta razón lleva el autor de ese artículo!. Le entiendo perfectamente, aunque yo solo soy un humilde 'loco de los soldaditos' sin ninguna trascendencia
ResponderEliminarUn abrazo
Rafa
Cuanta razón llevaba don Antonio en este artículo. La situación después de quince años algo ha mejorado, pero todavía nos falta mucho para equipararnos con el resto de países que tienen una larga tradición en el estudio de su historia militar. En las últimas exposiciones sobre la Guerra contra el francés, la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales manejó piezas de colecciones privadas que complementaban las aportadas por los centros públicos.
ResponderEliminarTampoco hay que olvidar que muchos de los catálogos sobre el tema son realizados por coleccionistas, catálogos que ven reflejada su experiencia en el estudio de las piezas y que sin ellos seguiríamos en el desconocimiento. Poco a poco se va haciendo camino.
Juan Carlos Moreno, Alicante
Coincido con los demas comentarios, y con el pensamiento de los que lo han leido, y yo mismo me hago esa pregunta final.
ResponderEliminarque hacer con tu coleccion al final de tu vida?
yo mismo a vcese me pregunto que sera de ella, al recibir una nueva pieza, pienso, y esto donde acabara?
Y por desgracia debo decir, que no acabara en los museos, no, porque las instituciones españolas me han demostrado que no han sentido ningun interes por preservar las piezas historicas; y es por ello, que decidi, que al final de mis dias, las piezas de familia, se queden en la familia, les guste a mis hijos o no.
Con el resto, intentare que caigan en manos de alguien que sienta lo mismo que yo, y sepa que las guardara otra generacion, pues aprecia el valor de cualquier pieza, desde un boton desenterrado en un campo de batalla, hasta un impecable casco.