Observando la lámina Nº 42 del excelente libro: Guerra de la Independencia. Retratos. Publicado por la Junta de Iconografía Nacional, uno se encuentra con Antonio García al que apodaban "El Inmortal o El Arcabuceado". Su curiosa historia me ha llamado siempre la atención y quiero aquí ampliar un poco más el texto que aparece junto con su lámina.
En el Nº 109 del año IV, el periódico decenal Castropol publica:
Célebre fue, en la guerra de la Independencia, este bizarro soldado; hombre de extraordinario valor; gran patriota; de ánimo esforzado; héroe y mártir á la vez de la causa, conocido con el sobrenombre de El inmortal y arcabuceado. Nació en Santa Eulalia de Presno, en 1791 [En realidad nació en Castañeirua, municipio de Castropol], y con ocasión de formar Asturias, en 1808 los regimientos municipales, ingresó en filas, sin que nos conste hoy por hoy haya pertenecido como recluta del Cuerpo armado de Castropol, según cabe colegir, teniendo en cuenta el Plan orgánico de defensa de la Junta, que dispuso fuese destinados todos los mozos de 16 á 40 años al regimiento que se formase entonces, en las respectivas demarcaciones concejiles y sus contérminos. No vamos á enumerar los muchos hechos de armas y las grandes proezas que realizó en el campo de batalla este valiente, porque nuestro fin es recordar su nombre. Recientemente en una lujosa obra que la Junta de Iconografía nacional publicó, aparece un incompleto extracto de ellos, mereciendo el que su retrato fuese colocado al lado del de otros prestigiosos y beneméritos caudillos de España. Basta saber que su cuerpo sufrió 32 heridas de balazos y arma blanca; que fue arcabuceado en unión de dos compañeros, salvándole la suerte; que obtuvo honores y premios de sus Jefes; que peleó cuerpo á cuerpo contra 17 enemigos para recuperar una bandera española y, en fin, que alcanzó tal popularidad hasta el extremo de que el Supremo Congreso Nacional de Cádiz lo llamara en 1813 con el objeto de darle las gracias públicamente en solemne sesión y concederle el grado de Alférez con uso perpetuo de uniforme de Húsar de Castilla, á la vez que la pensión mensual de 123 pesetas, en realidad recompensa bien escasa. Tanto la Gaceta de la Regencia, como los periódicos El Conciso y Redactor general de Cádiz, hablaron en 1813 ampliamente con elogio de este hombre heroico; publicándose, también, en su obsequio, un folleto de 12 páginas en 4°, impreso en Méjico, juntamente con buen número de artículos en revistas debidos á conocidos militares, entre otros, D. Arturo Cotarelo y D. Francisco de Borja C. Secades. Transcribamos, por curiosidad, el discurso que pronunció el Sr. Presidente en el Congreso de Cádiz, al tiempo de acercarse nuestro coterráneo á la barandilla de estrados: «Señor: El individuo que tiene el honor de presentarse en este día ante V. M., es el benemérito Sargento Antonio García, cuyos extraordinarios y particulares servicios V. M. ha tenido á bien premiar el día 12 del presente mes con la singular distinción de determinar que tan acreedor agraciado tenga la satisfacción de presentarse en el Congreso á recibir inmediatamente de V. M. y á presencia de todo el pueblo, un premio tan gloriosamente merecido. Esta sabia determinación será el testimonio más convincente para la Nación entera del interés que V. M. toma en la suerte de los ciudadanos que se han hecho dignos de la consideración de la Patria, igualmente que el aliciente más poderoso para hacer de cada español un héroe. Y vos, hijo benemérito de la Patria, si habéis tenido valor y constancia para ser útil á la causa de vuestros ciudadanos y para tomar tanta parte en su glorioso éxito, sin que os hubiesen arredrado tantos y tan repetidos riesgos para volver de nuevo á presentaros en vuestras banderas y nuevamente volar al combate y á la lid; ahora seréis recompensado con el premio más apreciable que pueden adquirir hombres de honor y de probidad, el amor de sus conciudadanos y la estimación pública; premios que todos los Monarcas no pueden conceder á ningún mortal. Todos vuestros conciudadanos representados por este augusto Congreso os felicitan del modo más solemne que lo pueden hacer y reconocen el mérito justamente debido á vuestras virtudes. Ya que vuestra salud no os permite continuar en la penosa carrera en que habéis conseguido tanta gloria, en el seno de vuestra familia y en el país de vuestra cuna, continuad desplegando nuevos sentimientos de otra especie y refiriendo á vuestros conocidos y vecinos la historia verdadera de vuestros sucesos; contribuid con el vivo ejemplo á entusiasmar más y más el calor patriótico de vuestros paisanos los asturianos. Expresadles, si os es posible, la dulce emoción que en este momento disfruta vuestra alma al contemplar que todo el pueblo se está congratulando de vuestras satisfacciones; decidles que nada puede igualar á este efecto encantador de la virtud; finalmente, asegurad á los jóvenes, que estos premios son inagotables y que los obtendrán cuantos imiten vuestras heroicas acciones. Acercaos, ahora, á recibir las credenciales de la recompensa, que la Patria os ha señalado.» Aplausos y vivas á España y al héroe, se siguieron en el salón, tributados con más vehemencia al finalizar su discurso de gracias el célebre García. Con numeroso séquito salió del Congreso, precedido de la música de Guardias españolas, para dirigirse á la Embajada inglesa, donde fue recibido con las vivas muestras de admiración y simpatía, ofreciéndosele uniforme y sable. También tomó parte en nuestras luchas civiles éste benemérito patriota, logrando, sino la misma suerte del Empecinado, al menos el que fuera atado á su jaula. Después emigró á Portugal, para presentarse otra vez en las filas constitucionales durante la guerra de los siete años, en cuyo tiempo perdió su honrosísima hoja de servicios con ocasión de sorprenderle el no menos famoso cura Merino. Estuvo casado con Dña. María Victoria González Valdés; residió algún tiempo en Oviedo y al fin murió olvidado y pobre en la Coruña, en el Hospital.
Y el 21 de julio de 1897, en el Nuevo Mundo, Francisco Barado escribe:
El día 16 de febrero de 1813 la ciudad de Cádiz, residencia a la sazón de las Cortes españolas, presenció un espectáculo que llenó de júbilo a los buenos patriotas y dio medida de la abnegación con que los hijos de España sabían defender su independencia.
Muy cerca del mediodía una comitiva formada por la música de guardias españolas, algunos militares y numeroso pueblo, dirigíase al edificio en que se reunían las Cortes. En el centro de esta comitiva y entre aquellos militares, iba un joven como de veintidós años, de rostro expresivo y enérgico y marcial apostara, que no se avenía mal con la modestia que, por decirlo así, deba el sello a su persona. Vestía uniforme de soldado de húsares no muy flamante, y el que de cerca le contemplase hubiera podido observar impresas en su cuello las huellas de profundas estocadas. Pero si estas denunciaban al valiente, los vítores y aclamaciones del pueblo que le seguía, bien a las claras daban a conocer que aquel soldado llegó con su valor hasta el heroísmo.
Con efecto a el iba a otorgar la nación en aquellos momentos la más alta y la más gloriosa de las recompensas.
Llegó la comitiva a las puertas del edificio del Congreso, engrosada por casi todos los vecinos de Cádiz y flanqueada la puerta al soldado, derramase aquella por las galerías y pasillos ganosa de presenciar el espectáculo, espectáculo bien sencillo por cierto, más no por eso menos importante y conmovedor. Ocupados escaños y galerías, invadidos pasillos y antesalas cuando el bizarro soldado cruzó el espacio que le separaba de la barandilla del Congreso, un murmullo de admiración y entusiasmo llenó los ámbitos.
Su aire modesto, el natural encogimiento del campesino y la dificultad con que se movía a causa de una herida, no del todo cerrada, contribuían a captarle las simpatías de cuantos le contemplaban.
Levántese entonces el presidente, y después de leer el decreto de las Cortes que motivaba el acto, y por virtud del cual se iba a recompensar al joven militar con la cruz de San Fernando, dijo estas palabras:
Señor: el individuo que tiene el honor de presentarse ante V.M. es el benemérito sargento Antonio García, cuyos extraordinarios y particulares servicios V.M. ha tenido a bien premiar…Esta sabia determinación será el testimonio más convincente para la nación entera del interés que V.M. toma en la suerte de sus conciudadanos, que se han hecho dignos de la consideración de la patria, igualmente que el aliciente más poderos para hacer de cada español un héroe.
Y dirigiéndose al sargento García:
Y vos, hijo benemérito de la patria, si habéis tenido valor y constancia para ser útil a la causa de vuestro conciudadanos y para tomar tanta parte en su glorioso éxito, sin que os hubiesen arredrado tantos y tan repetidos riesgos para volver de nuevo a presentaros en vuestras banderas y nuevamente volar al combate y a la lid; ahora seréis recompensado con el premio más apreciable que pueden adquirir hombres de honor y probidad, el amor de sus conciudadanos y la estimación pública, premios que todos los monarcas del mundo no pueden conceder a ningún mortal. Todos vuestro conciudadanos representados por este augusto Congreso, os felicitan del modo más solemne que lo pueden hacer y reconocen el mérito justamente debido a vuestras virtudes… Acercaos ahora a recibir las credenciales de la recompensa que la patria os ha señalado…
[Esta recompensa consistió en la concesión del uso perpetuo de uniforme con el grado de alférez, la pensión de 500 reales, mensuales y que, una vez justificado el hecho de haber recobrado una bandera española de los enemigos, se le diera la cruz de San Fernando]
Un aplauso unánime y prolongado ahogó la voz del presidente. Gritos de ¡Viva la Patria! ¡Vivan sus héroes! Llenaron el espacio.
García se acercó a la mesa y sólo acertó a pronunciar estas frases:
-Señor: yo estoy sumamente reconocido a los beneficios que S.M. me ha dispensado… (turbóse un poco y continuó). No deseo más que restablecerme de mis heridas, para volver a derramar hasta la última gota de mi sangre.
Saludó y retiróse entre los aplausos y aclamaciones de todos los presentes.
El acto oficial no pudo ser más sencillo solemne. El pueblo lo completó acompañando de nuevo al héroe, dando en su honor una función teatral y haciéndole objeto durante su estancia en Cádiz de los mayores agasajos (Desde las Cortes se dirigió García, acompañado de un alabardero y seguido de la música y pueblo, al Palacio de la regencia, donde presentó sus credenciales, luego subió a la Embajada inglesa, invitado por el representante de esta nación y recibió de sus manos un sable u un uniforme. El periódico gaditano de donde tomamos estas noticias, añade que el citado Embajador quiso honrar a García sentándole en su mesa y pone por nota En esta se cree que no ha habido plato alguna de berenjena). Más como es cosa corriente en nuestra patria, ni aquellos honores ni esta momentánea popularidad tuvieron para el héroe grandes alcances.
La historia militar de Antonio García puede compendiarse en breves líneas, pero pocas sin duda, como aquellas tan aprovechadas y gloriosas: Treinta y dos heridas, y de ellas nueve valazos pues las restantes fueron de arma blanca, acreditaron los merecimientos del húsar de Castilla. En los campos de Navia, en Balmaceda, en Oviedo, Ciudad Rodrigo, Alba de Tormes, Llerena… y en otras y otras batallas y combates midió sus armas en lo más caliente de la refriega. Pero Llerena quedó prisionero y, lo que es más triste, fue condenado a ser pasado por las armas.
Ya estaba formado el pelotón que debía arcabucear e él y a tres infelices camaradas, cuando un jefe francés le propuso la vida, la libertad, a cambio de alistarse en las banderas del rey José. ¡Nunca! ¡Jamás! Exclamaron a una los españoles.
Y aunque la oferta se repitió fue idéntica la respuesta.
Se cumplió la orden y una descarga confundió en sangriento grupo a las víctimas.
Cuatro balazos recibió García, y como a sus compañeros, dióle por muerto el enemigo. Empero la vida no le había abandonado. Treinta y seis horas después fue descubierto por un pastor, auxiliado por éste, y curado tan felizmente, que muy poco después en Castillejos y Frenegal de la Sierra sellaba de nuevo con sangre su lealtad, recibiendo un balazo y dos estocadas, en Albuela, algo más tarde, otra estocada y en Murviedro un balazo y una cuchillada. Todo ello le valió la condecoración de sargento primero vivo de caballería ligera.
Narrar sus actos de heroísmo sería cosa interminable. En Frenegal de la Sierra tuvo una doble suerte, coger al jefe francés que le había mandado fusilar y condenarle a la pena del Talión, y apoderarse de una bandera española que el enemigo había tomado, metiéndose entre diecisiete soldados enemigos.
¡Que hombre y que tiempos! El general Ballesteros le dio entonces una charretera de honor que el infeliz agraciado tuvo que vender para curarse de tres heridas. Así se luchaba por la patria. Y hablando de todos estros sacrificios solía decir García: He jurado derramar mi sangre por la nación y … si me mandan, serviré todavía otro par de años, o lo que Dios quiera. Lo que desgraciadamente ocurría, es que la patria ensalzada en constantes hechos, no podía atender a todos sus hijos. Y no fue esto lo más triste. Como tras la guerra de la Independencia, fue germinando la civil, García fue arrastrado por ésta, combatió a las órdenes del Empecinado, emigró a Portugal, volvió a luchar durante los siete años y… después de tantas proezas… murió pobre y olvidado en el hospital de la Coruña. De poco le sirvió su historia, su heroísmo y el alto honor que le dispensaron las Cortes españolas.
No es malo recordar estos contrastes, hoy que la prensa ha dedicado alguna atención a la muerte del héroe de Cascorro. Como Antonio García, el arcabuceado o el inmortal, según se le llamó en su tiempo.
EL CONCISO 01/02/1813
¡Vaya historia! Gracias por compartirla
ResponderEliminarRafa
Excelente trabajo de investigación, gracias por compartirlo. Lo comparto. En el Municipio de Castropol deberían ponerle un monumento.
ResponderEliminarGracias