He de reconocer que siento una atracción especial por Napoleón; su personalidad, ascenso, genio militar y triste final abandonado en Santa Helena, no tiene parangón con ningún otro personaje de su época. Afortunadamente para nosotros (o desgraciadamente, según se mire) corto fue el tiempo que permaneció en España. De esa visita siempre me ha llamado la atención la anécdota de su entrevista con la abadesa del monasterio de Santa Clara, en la Navidad de 1808, en Tordesillas.
Toda la historia tiene lugar tras abandonar Napoleón Madrid, y atravesar Guadarrama, en persecución del ejército inglés del general Moore: http://1808-1814escenarios.blogspot.com/2009/09/el-paso-del-puerto-de-guadarrama-por-la.html
El Emperador llega el día 25 de diciembre de 1808 a la localidad vallisoletana de Tordesillas, hospedándose en las casas pertenecientes al monasterio de Santa Clara.
Los edificios que se ven fueron los que albergaron a Napoleón durante su estancia en Tordesillas
En el archivo del Real Patronato de Santa Clara, caja 5, expediente 10, tenemos la documentación sobre la estancia y alojamiento de Napoleón y tropas francesas en las casas del monasterio. En dicho expediente está la narración de la entrevista entre Napoleón Bonaparte y doña Manuela Rascón, abadesa del monasterio. El documento no tiene fecha, pero por el tipo de letra debe estar escrito en el primer cuarto del S. XIX:
Después del glorioso alzamiento del 2 de mayo de 1808 contra el Emperador Napoleón y sus ejércitos, que desde Madrid se extendió como un relámpago por toda la nación, se formaron juntas de armamento y defensa en todas las ciudades y villas, y en la que se instaló en Tordesillas fue nombrado por aclamación Presidente de ella el presbítero don Víctor González Martín, quien por sus virtudes gozaba del mayor ascendente sobre todos sus convecinos, y a pesar de la resistencia que opuso para aceptar tal cargo, no le fue posible dejar de admitirle al ver la insistencia de toda la población.
En el día 24 de diciembre del mismo año de 1808 el citado don Víctor González como tal residente dirigió un parte oficial al jefe de la vanguardia del ejército inglés que desde la Coruña venía por la carretera de Galicia a Castila la Vieja, avisándole que el ejército francés que había salido de Madrid se acercaba a pasar el Duero por el puente de esta villa de Tordesillas. Éste parte lo conducía un soldado español, el que se quedó dormido en una calle de la Mota del Marqués, y le hizo prisionero una grande avanzada de caballería francesa, que había pasado por esta villa de Tordesillas en la tarde del mismo día 24, y registrado que fue se le cogió el pliego del parte oficial citado.
En el día 24 de diciembre del mismo año de 1808 el citado don Víctor González como tal residente dirigió un parte oficial al jefe de la vanguardia del ejército inglés que desde la Coruña venía por la carretera de Galicia a Castila la Vieja, avisándole que el ejército francés que había salido de Madrid se acercaba a pasar el Duero por el puente de esta villa de Tordesillas. Éste parte lo conducía un soldado español, el que se quedó dormido en una calle de la Mota del Marqués, y le hizo prisionero una grande avanzada de caballería francesa, que había pasado por esta villa de Tordesillas en la tarde del mismo día 24, y registrado que fue se le cogió el pliego del parte oficial citado.
Al anochecer del mismo 24 principió a entrar en esta villa el ejército francés, y al día siguiente 25 llegó el Emperador, y se alojó en la casa hospedería del Real Monasterio de Santa Clara que se halla en su patio exterior, en donde permaneció hasta que pasó la mayor parte de su grande ejército. También se alojaron dentro del monasterio y en las celdas de las religiosas los grandes mariscales del imperio, para lo cual fue preciso recoger a toda la comunidad y sus criadas en la iglesia interior y antecoro, poniendo una guardia para que nadie las incomodase.
Así que llegó el Emperador le entregaron el pliego cogido al soldado español y firmado por el don Víctor, y después de ser interrogado y reconvenido por Napoleón, mandó este que se le encerrase en la grada o locutorio del monasterio contiguo a la grada abadial, y que su puerta interior está en la parte del antecoro que ocupaban las religiosas, y en cuya grada se hallaban presos también el R.P. Guardián y un lego del convento de San Diego de esta Villa, como reos de estado por sus buenos oficios a favor de la causa nacional, y los que con el don Víctor fueron sentenciados a muerte.
En el día 27 por la mañana las criadas de la comunidad oyeron desde la puerta interior de la grada que en ella y por la parte de afuera hablaban algunas personas, y a el abrir con cuidado las criadas la puerta y averiguar quienes eran los que hablaban, los tres presos notaron el ruido y llamaron a las criadas que se acercaron a la reja, y las descubrieron su triste situación y que al día siguiente les iban a quitar la vida para lo que ya estaban dispuestos, pidiéndolas que les diesen algún alimento, y más que todo agua pues que ya hacía dos días que nada les daban, ni habían visto persona alguna más que a un gastador y hachero que estaba de centinela a la puerta de la grada que tenía cerrada, y el que les hizo saber la sentencia. Las criadas se lo participaron a las religiosas, las que llenas del mayor sentimiento pidieron a Dios con gran fervor que socorriese y amparase a los tres presos ¡Oh poder de la oración y grande misericordia de nuestro Dios y Señor! En aquel mismo día por la tarde dispuso el Emperador que la señora abadesa doña Maria Manuela Rascón, anciana de más de sesenta años, saliese de la clausura y acompañada de los mariscales del imperio fuese a visitarle en su habitación, en donde la esperaba vestido de grande uniforme con todas las insignias del imperio, y la dio asiento a su lado, permaneciendo de pie todo el acompañamiento de mariscales y dignatarios. A el Emperador y Abadesa se les sirvió el café, que por primera vez tomó dicha señora a instancia y dando principio el Emperador, quien la preguntó por la fundación del monasterio y su fundador, sus estatutos y regla, y al manifestarle que había sido el que la fundó el rey don Pedro el Justiciero, dijo el Emperador que este era uno de los reyes de España con quien mas simpatizaba. Mientras conversaba el Emperador con la Abadesa, ésta le registraba con la mayor inocencia y candidez las preciosas insignias que tenía puestas, lo que agradó mucho al Emperador, quien la entregó mil francos en oro para que diese en su nombre un refresco a las religiosas, encargándola que en lo sucesivo se titulase Abadesa Emperatriz y que desde luego le pidiese como tal la gracia que gustase. Sin detenerse le pidió que perdonase y mandase poner en libertad a los tres presos que se hallaban en la grada. Lo que la fue concedido inmediatamente. Despidiéronse y la señora Abadesa volvió al monasterio acompañada de los mismos mariscales. Sin la menor demora enteró de todo a las religiosas, quienes dieron gracias a Dios por el feliz resultado de la visita y en seguida procuraron de dar tan buena noticia a los tres presos, preparándoles para recibirla. Efectivamente así se verificó.
En la mañana del 28 todas las bandas de música que se hallaban en el patio del monasterio principiaron a tocar, anunciando la salida y marcha del Emperador; y en seguida el soldado gastador que estaba de guardia a la puerta de la grada, la abrió y mandó a los tres presos que saliesen de ella con toda libertad.
El emperador dejó en la casa hospedería un jefe del Estado Mayor para que cuidase del monasterio hasta que pasasen todas las tropas, mandando fijar en la puerta del arco a la entrada del patio del monasterio un edicto imponiendo la pena de muerte a cualquiera persona de todas clase, estado, condición y categoría que fuese, que perjudicase y molestase a las religiosas.
Así que llegó el Emperador le entregaron el pliego cogido al soldado español y firmado por el don Víctor, y después de ser interrogado y reconvenido por Napoleón, mandó este que se le encerrase en la grada o locutorio del monasterio contiguo a la grada abadial, y que su puerta interior está en la parte del antecoro que ocupaban las religiosas, y en cuya grada se hallaban presos también el R.P. Guardián y un lego del convento de San Diego de esta Villa, como reos de estado por sus buenos oficios a favor de la causa nacional, y los que con el don Víctor fueron sentenciados a muerte.
En el día 27 por la mañana las criadas de la comunidad oyeron desde la puerta interior de la grada que en ella y por la parte de afuera hablaban algunas personas, y a el abrir con cuidado las criadas la puerta y averiguar quienes eran los que hablaban, los tres presos notaron el ruido y llamaron a las criadas que se acercaron a la reja, y las descubrieron su triste situación y que al día siguiente les iban a quitar la vida para lo que ya estaban dispuestos, pidiéndolas que les diesen algún alimento, y más que todo agua pues que ya hacía dos días que nada les daban, ni habían visto persona alguna más que a un gastador y hachero que estaba de centinela a la puerta de la grada que tenía cerrada, y el que les hizo saber la sentencia. Las criadas se lo participaron a las religiosas, las que llenas del mayor sentimiento pidieron a Dios con gran fervor que socorriese y amparase a los tres presos ¡Oh poder de la oración y grande misericordia de nuestro Dios y Señor! En aquel mismo día por la tarde dispuso el Emperador que la señora abadesa doña Maria Manuela Rascón, anciana de más de sesenta años, saliese de la clausura y acompañada de los mariscales del imperio fuese a visitarle en su habitación, en donde la esperaba vestido de grande uniforme con todas las insignias del imperio, y la dio asiento a su lado, permaneciendo de pie todo el acompañamiento de mariscales y dignatarios. A el Emperador y Abadesa se les sirvió el café, que por primera vez tomó dicha señora a instancia y dando principio el Emperador, quien la preguntó por la fundación del monasterio y su fundador, sus estatutos y regla, y al manifestarle que había sido el que la fundó el rey don Pedro el Justiciero, dijo el Emperador que este era uno de los reyes de España con quien mas simpatizaba. Mientras conversaba el Emperador con la Abadesa, ésta le registraba con la mayor inocencia y candidez las preciosas insignias que tenía puestas, lo que agradó mucho al Emperador, quien la entregó mil francos en oro para que diese en su nombre un refresco a las religiosas, encargándola que en lo sucesivo se titulase Abadesa Emperatriz y que desde luego le pidiese como tal la gracia que gustase. Sin detenerse le pidió que perdonase y mandase poner en libertad a los tres presos que se hallaban en la grada. Lo que la fue concedido inmediatamente. Despidiéronse y la señora Abadesa volvió al monasterio acompañada de los mismos mariscales. Sin la menor demora enteró de todo a las religiosas, quienes dieron gracias a Dios por el feliz resultado de la visita y en seguida procuraron de dar tan buena noticia a los tres presos, preparándoles para recibirla. Efectivamente así se verificó.
En la mañana del 28 todas las bandas de música que se hallaban en el patio del monasterio principiaron a tocar, anunciando la salida y marcha del Emperador; y en seguida el soldado gastador que estaba de guardia a la puerta de la grada, la abrió y mandó a los tres presos que saliesen de ella con toda libertad.
El emperador dejó en la casa hospedería un jefe del Estado Mayor para que cuidase del monasterio hasta que pasasen todas las tropas, mandando fijar en la puerta del arco a la entrada del patio del monasterio un edicto imponiendo la pena de muerte a cualquiera persona de todas clase, estado, condición y categoría que fuese, que perjudicase y molestase a las religiosas.
Con la información que hay en la misma caja podemos saber el gasto del monasterio durante la estancia de las tropas francesas:
Cincuenta carneros de primera calidad valorados en 3.500 reales, una res vacuna valorada en 800 reales y 17.396 reales en metálico.
Para conocer el motivo de la captura de don Víctor González y su compañeros de presidio tenemos las memorias de don Juan López de Fraga, coronel de caballería española con la orden del marqués de la Romana para que se dirija al Duero y ejerza de observador, informando de los movimientos enemigos. Durante el paso del ejército inglés de Moore por la provincia de Valladolid, a últimos de diciembre, él se encuentra en Tordesillas.
Para conocer el motivo de la captura de don Víctor González y su compañeros de presidio tenemos las memorias de don Juan López de Fraga, coronel de caballería española con la orden del marqués de la Romana para que se dirija al Duero y ejerza de observador, informando de los movimientos enemigos. Durante el paso del ejército inglés de Moore por la provincia de Valladolid, a últimos de diciembre, él se encuentra en Tordesillas.
El ejemplar que he consultado está depositado en la Biblioteca de Santa Cruz, Valladolid:
… Sigue su marcha el ejército británico, y llega el señor Moore con su cuartel general a Castronuño, de donde destaca dos regimientos de caballería a Tordesillas: hacen una noche y se dirigen a Villalar. Pasan el Duero los aliados, y se ponen en dirección para Campos: en este tiempo llega un correo que venía de Francia a Madrid, dirigido a Buonaparte, y habiendo sido interceptado por don Juan Martín, el Empecinado, le remite a Tordesillas, y los conductores lo presentan a la Junta, quien me avisa, y de común acuerdo se remite al señor Moore por el regidor don Julián Marcado y el Administrador de Correos, que se ofrecieron a practicar esta diligencia: yo oficié al general aliado para que comunicarse su contenido al marqués de la Romana. El 19 de diciembre me avisa el recibidor Cabeza de Baca de que se aproximaban tropas en gran masa a Valladolid, y el corregidor de Ávila de que se observaba movimiento en las de Madrid. Repite el 22 ganando horas el parte de que Napoleón venía marchando rápidamente hacia Guadarrama. Doy aviso el 23 al general Moore y al marqués de estos movimientos; pero por desgracia, un soldado de Algarbe que conducía los pliegos se detiene en la Mota del Marqués, y el 24 a las tres de la tarde fue preso errando el caballo, e interceptados los pliegos por una avanzada de doscientos Husares. La conducta criminal de este soldado pudo causar considerable perjuicios, en atención a las circunstancias y premura del tiempo, de que iba bien instruido y provisto, por esta razón, de un excelente caballo; pero aun fue más bárbara y opuesta a la política militar la del oficial francés, comandante de la avanzada, en retener los pliegos hasta las doce de la noche, a cuya hora había entrado ya el mariscal Ney en Tordesillas con 1600 hombres. Recibe este los pliegos interceptados, y pregunta al Corregidor por los sujetos que los firman: se resiste; pero amenazado con la muerte declara que el Vicepresidente de la Junta don Víctor González y un capitán del ejército de la Romana. Al momento es preso don Víctor, y conducido a la presencia del Mariscal, quien le examina y hace cargos de la pena en que ha incurrido; pero contesta con serenidad y firmeza, “que no le espanta la muerte, antes se contempla feliz en morir por su patria, como sucedería a S.E. si se hallase en su lugar” Le pregunta por el capitán, y responde, que ignora si se halla en la villa: reconviene al Corregidor, es más débil, y declara que en el convento. Marcha al golpe un grueso destacamento y le cerca por la parte de la villa y fábrica, dejando al descubierto la que mira al Duero; otra brutalidad (sino fue disposición de la providencia) que me salvó la vida y a mis dependientes Pedro Angel y Manuel Medina. Yo me hallaba en la cocina con el Padre Guardián y algunos religiosos, cuando hizo señal la campana de la portería: asomase el portero, sin responder, y reconociendo que son granaderos baja con el aviso. Le encargo que no abra hasta estar seguro de nuestra salida, previniendo al guardián y religiosos que se mantuviesen quietos, pues el golpe iba dirigido a mí; pero el temor les arrastró en mi seguimiento: el donado Bruno González nos muestra y franquea una puerta sin uso, que facilitó nuestra salida. Avisado el portero abre, y entra un edecán de Ney, asociado de un español, el pérfido don Pablo Arribas, y dirigiéndose a la hospedería rompen la puerta, se apoderan de algún dinero y ropa interior que yo tenía allí, y no hallándome se llevaron cuatro religiosos, a quienes intimó el Mariscal serían fusilados. La protección divina se dejaba percibir de un modo visible en los sucesos de esta congojosa escena. Contiguo al convento por la parte accesoria se encuentra un estrecho o garganta, que se forma entre la margen del Duero y un vallado, que hace división del camino, y una huerta lindante, por donde emprendimos nuestra fuga; pero a pocos pasos nos acometen sable en mano algunos granaderos que robaban hortaliza, y nos obligan a retroceder a la villa. Nuestra ruina parecía inevitable, y en aquel momento de desconsuelo, exclamé: ¡somos perdidos! Pero observando que los granaderos se dirigían a robar la casa del hortelano, nos arrojamos en los brazos de la providencia y conseguimos escapara al abrigo del vallado que nos cubría…… En medio de tantas angustias y conflictos ninguna cosa hería con tanta vehemencia en mi exaltada imaginación, como la idea del peligro en que contemplaba a don Víctor y a los cuatro religiosos presos; pero aquella adorable Providencia que jamás desampara al inocente y virtuoso, arrancó estas preciosas víctimas, que la crueldad y la tiranía destinaban al sacrificio de las garras de la cruda muerte. Entra Napoleón en Tordesillas,y alojándose en la hospedería de Santa Clara, convida a la Abadesa a tomar café. Acepta esta señora, guiada por superior impulso, y habiendo captado la atención del tirano con su genio fecundo y atrayente, pide y obtiene el indulto y libertad de los presos. ¡Tanto influjo tiene la virtud en el corazón de un malvado!
Para conocer la versión francesa de este suceso tenemos a Constant, el fiel ayuda de cámara de Napoleón, que recordará años después en sus memorias la entrevista:
El emperador en Tordesillas estableció su Cuartel General en los edificios exteriores del convento de Santa Clara. La abadesa del convento fue presentada a su Majestad, ella tenía más de sesenta y cinco años y desde los diez no había abandonado el edificio del convento. Su conversación, ingeniosa y dulce, complació al emperador, quien le preguntó qué podía hacer por ella y le otorgó muchas gracias.
En las gacetas Napoleón mandó publicar el encuentro con la abadesa :
Cuando su Majestad estaba en Tordesillas, él instaló su cuartel general en los edificios externos del convento real de Santa Clara. En este convento la madre de Carlos V se había retirado, y en él ella murió, era apodada Juana la loca. El convento de Santa Clara fue construido sobre un palacio Moro, del cual aproximadamente dos baños y dos salas permanecen bien conservados. La abadesa fue presentada al Emperador, ella tiene 75 años, y hace 65 que ella no había salido de sus claustros. Ella estaba emocionada y conversó con el Emperador con mucha presencia de ánimo y obtuvo varios favores.
Meneval, su secretario, en sus memorias es el que mejor describe la entrevista:
Durante la corta campaña que dio el emperador en España en 1808, pasó dos días en Tordesillas, en un edificio dependiente por el Monasterio de Santa Clara, que estaba reservado para la habitación del obispo, cuando venía a visitar el convento.
Le dije erróneamente que la abadesa del convento era francesa. Esto es lo que me dijo el conde d'Hédouville, hermano del general, que era el oficial de la Orden del emperador en España, y sirvió como su intérprete.
El emperador, durante la cena, ordenó al oficial que le trajera a la superiora del convento. Esta monja, nacida en España, había entrado como religiosa a la edad de seis años. Ella al principio se negó a seguir el Sr. Hédouville, alegando que no se le permitía violar la clausura, y cruzar las puertas del claustro. Se le hizo la observación de que la orden de un soberano le servía como exención. Ella tomó a regañadientes el brazo de su conductor. Al llegar a la puerta, ella fue presa de un temblor que le impedía avanzar. El señor Hédouville la tuvo que sostener. Ella dijo que hacía más de sesenta años desde que entró al convento por aquella reja, y desde entonces no la había traspasado. Presentada al emperador, su primer impulso fue arrodillarse delante de él, por una señal del emperador fue levantada por el Sr. Hédouville. Lo que impresionó a la pobre y sencilla monja fue la placa y las condecoraciones del emperador, hacia las cuales no podía abstenerse de extender la mano que el Sr. Hédouville retenía, haciéndole ver la indiscreción de este movimiento de curiosidad. El emperador le hizo varias preguntas. Comenzó preguntando si ella era la abadesa del convento. Ella dijo que estaba allí en segundo lugar, y agregó: "Afortunadamente para mí! El Emperador quiso saber por qué, ella dijo que le gustaba más obedecer que mandar, que era más meritorio, y que su conciencia estaba más tranquila. El emperador no pudo evitar sonreír ante el ingenio de esta respuesta. Luego le preguntó si Juana la Loca, madre de Carlos V, murió en Tordesillas, y si estaba enterrada en el convento. Se quedó pensativa por un momento y finalmente respondió que había reinas y príncipes enterrados en la bóveda, pero no sabía sus nombres. Cuando le preguntaron si no tenía algún conocimiento de la historia española, dijo que solo conocía sus libros de liturgia y pasajes de la Biblia, y los que su confesor le permitía leer. El emperador, que le encontró los ojos vivaces a pesar de su edad, quería saber si había sido bonita. Ella dijo que ingenuamente lo pensaba, pero ella no había tenido nunca un espejo y que nadie se lo había dicho. La conversación se mantuvo por algún tiempo en ese tono, y las respuestas de la monja anunciaban el espíritu natural. El emperador, satisfecho con su inocencia e ingenuidad, dijo que quería otorgarla una gracia, y que ella podría pedir lo que quisiera. Antes de responder, la monja quería saber si iba a dar todo lo que pidiese, y la dijeron que el emperador no prometía en vano. Entonces ella solicitó la liberación del director del convento, que había sido apresado por unirse a las bandas rebeldes. El Emperador lo concedió, ya que él lo había prometido, y añadió que el monje debería evitar caer en el mismo error, porque ya no tendría el poder de volverle a perdonar. La monja le prometió que se ocuparía de que no volviera abandonar el convento, y que ella respondía por él. El emperador dijo entonces que había concedido un indulto a alguien que era un extraño a su familia, pero que para ella personalmente quería hacer algo. Como ella dudó en su respuesta, le preguntó si tenía parientes. Ella respondió que tenía un hermano en la orden ¿Acaso quiere que lo haga obispo? dijo el Emperador. Ella se arrodilló para darle las gracias por este inesperado ofrecimiento, pero la buena voluntad de Napoleón no podía ser cumplida, el monje estaba encerrado en Zaragoza. Antes que la priora se retirara dentro de su convento, el emperador la ofreció café. Ella no lo encontró bueno: nunca lo había probado, solo conocía el chocolate. La pobre monja, después de agradecer al emperador de nuevo las gracias que había recibido, y haber besado la mano, fue retornada por el Sr. Hédouville a su claustro, conmovida y agradecida.
Antes de que el emperador abandonara Tordesillas, el Sr. Hédouville vino a pedirme que le diera un centenar de napoleones para llevarlos a la superiora del convento. Fue a su llegada el tema de la curiosidad y la amabilidad de las hermanas, a las que la monja había narrado su entrevista. Todas ellas acudieron a verle, le tocaron la mano y le examinaron con la curiosidad de los isleños que han visto a los europeos por primera vez. Cuando el Sr. Hédouville entregó a la priora los cien napoleones, ésta se negó, diciendo que si ella los recibía, el convento perdería el crédito de su hospitalidad. No se la permitió rechazar el regalo de un soberano, ella estuvo de acuerdo en aceptar, y ordenó que esta suma fuera depositada en el tesoro de este capítulo, de modo que sería recurso sólo en circunstancias extraordinarias, tratando de mantener el mayor tiempo posible la prueba de la benevolencia del emperador. Después de haber preguntado si los documentos oficiales llevaban la efigie imperial, Hédouville le mostró algunos. Ella los tomó con entusiasmo, y se los enseñó con cuidado, asegurando a sus compañeras, que los miraban con curiosidad, que era el retrato del emperador.
El Sr. Hédouville de vuelta dio cuenta al emperador de su misión. Este príncipe había mostrado un verdadero interés con la visita de la religiosa, se le vio afectado. Lamentó que en lugar de cultivar sus disposiciones naturales, se la había impuesto en una edad temprana la educación monacal, el efecto sería de sofocar. Y, sin embargo, a pesar del estado de ignorancia en la que había languidecido, a pesar del horror del mundo inspirado en esta mente simple y crédula, a pesar de las prácticas meticulosas que no dejan ejercitar el juicio, la dulzura y el placer de su espíritu no había sido alterado, su carácter alegre se había resistido a estas influencias letárgicas. "Después de todo, agregó, esta criatura buena es feliz en su situación actual. Si los conventos a menudo tuvieron sus víctimas, también dieron consuelo”. Napoleón habló de la utilidad relativa de los conventos, y se extendió mucho sobre este tema. Era evidente que estos asilos de la meditación y la oración a menudo le habían ocupado sus pensamientos, dijo que había circunstancias en que su régimen podía ser beneficioso, que la vida claustral debía convenir, en algunos casos, almas tiernas, resignadas y desengañadas del mundo; que asilos de ancianos podrían ser abiertos, por ejemplo, a viudas de coroneles y de oficiales generales que, perdiendo por la muerte de sus maridos la holgura de la que habían gozado, reunirían en común sus pensiones y sus otros recursos, para proporcionarse comodidades, que no podrían conservar viviendo aisladamente; que, en su opinión, los votos perpetuos debían ser prohibidos, y que, en todos los casos, no se debería ser admitido antes de la edad de cuarenta años, etc., etc.
Pero también en el Ayuntamiento de Tordesillas ha quedado reflejado el paso de Napoleón. Éste a su llegada mandó que fueran revisados los Libros de Actas para ver si se habían registrado las minutas, decretos y proclamaciones por él ordenados desde su entrada en España. Como no se habían puesto, ordena que se transcriban todos, verificando que así se hace por el general Jomeini, como jefe del estado mayor de Ney.
Para conocer la versión francesa de este suceso tenemos a Constant, el fiel ayuda de cámara de Napoleón, que recordará años después en sus memorias la entrevista:
El emperador en Tordesillas estableció su Cuartel General en los edificios exteriores del convento de Santa Clara. La abadesa del convento fue presentada a su Majestad, ella tenía más de sesenta y cinco años y desde los diez no había abandonado el edificio del convento. Su conversación, ingeniosa y dulce, complació al emperador, quien le preguntó qué podía hacer por ella y le otorgó muchas gracias.
En las gacetas Napoleón mandó publicar el encuentro con la abadesa :
Cuando su Majestad estaba en Tordesillas, él instaló su cuartel general en los edificios externos del convento real de Santa Clara. En este convento la madre de Carlos V se había retirado, y en él ella murió, era apodada Juana la loca. El convento de Santa Clara fue construido sobre un palacio Moro, del cual aproximadamente dos baños y dos salas permanecen bien conservados. La abadesa fue presentada al Emperador, ella tiene 75 años, y hace 65 que ella no había salido de sus claustros. Ella estaba emocionada y conversó con el Emperador con mucha presencia de ánimo y obtuvo varios favores.
Meneval, su secretario, en sus memorias es el que mejor describe la entrevista:
Durante la corta campaña que dio el emperador en España en 1808, pasó dos días en Tordesillas, en un edificio dependiente por el Monasterio de Santa Clara, que estaba reservado para la habitación del obispo, cuando venía a visitar el convento.
Le dije erróneamente que la abadesa del convento era francesa. Esto es lo que me dijo el conde d'Hédouville, hermano del general, que era el oficial de la Orden del emperador en España, y sirvió como su intérprete.
El emperador, durante la cena, ordenó al oficial que le trajera a la superiora del convento. Esta monja, nacida en España, había entrado como religiosa a la edad de seis años. Ella al principio se negó a seguir el Sr. Hédouville, alegando que no se le permitía violar la clausura, y cruzar las puertas del claustro. Se le hizo la observación de que la orden de un soberano le servía como exención. Ella tomó a regañadientes el brazo de su conductor. Al llegar a la puerta, ella fue presa de un temblor que le impedía avanzar. El señor Hédouville la tuvo que sostener. Ella dijo que hacía más de sesenta años desde que entró al convento por aquella reja, y desde entonces no la había traspasado. Presentada al emperador, su primer impulso fue arrodillarse delante de él, por una señal del emperador fue levantada por el Sr. Hédouville. Lo que impresionó a la pobre y sencilla monja fue la placa y las condecoraciones del emperador, hacia las cuales no podía abstenerse de extender la mano que el Sr. Hédouville retenía, haciéndole ver la indiscreción de este movimiento de curiosidad. El emperador le hizo varias preguntas. Comenzó preguntando si ella era la abadesa del convento. Ella dijo que estaba allí en segundo lugar, y agregó: "Afortunadamente para mí! El Emperador quiso saber por qué, ella dijo que le gustaba más obedecer que mandar, que era más meritorio, y que su conciencia estaba más tranquila. El emperador no pudo evitar sonreír ante el ingenio de esta respuesta. Luego le preguntó si Juana la Loca, madre de Carlos V, murió en Tordesillas, y si estaba enterrada en el convento. Se quedó pensativa por un momento y finalmente respondió que había reinas y príncipes enterrados en la bóveda, pero no sabía sus nombres. Cuando le preguntaron si no tenía algún conocimiento de la historia española, dijo que solo conocía sus libros de liturgia y pasajes de la Biblia, y los que su confesor le permitía leer. El emperador, que le encontró los ojos vivaces a pesar de su edad, quería saber si había sido bonita. Ella dijo que ingenuamente lo pensaba, pero ella no había tenido nunca un espejo y que nadie se lo había dicho. La conversación se mantuvo por algún tiempo en ese tono, y las respuestas de la monja anunciaban el espíritu natural. El emperador, satisfecho con su inocencia e ingenuidad, dijo que quería otorgarla una gracia, y que ella podría pedir lo que quisiera. Antes de responder, la monja quería saber si iba a dar todo lo que pidiese, y la dijeron que el emperador no prometía en vano. Entonces ella solicitó la liberación del director del convento, que había sido apresado por unirse a las bandas rebeldes. El Emperador lo concedió, ya que él lo había prometido, y añadió que el monje debería evitar caer en el mismo error, porque ya no tendría el poder de volverle a perdonar. La monja le prometió que se ocuparía de que no volviera abandonar el convento, y que ella respondía por él. El emperador dijo entonces que había concedido un indulto a alguien que era un extraño a su familia, pero que para ella personalmente quería hacer algo. Como ella dudó en su respuesta, le preguntó si tenía parientes. Ella respondió que tenía un hermano en la orden ¿Acaso quiere que lo haga obispo? dijo el Emperador. Ella se arrodilló para darle las gracias por este inesperado ofrecimiento, pero la buena voluntad de Napoleón no podía ser cumplida, el monje estaba encerrado en Zaragoza. Antes que la priora se retirara dentro de su convento, el emperador la ofreció café. Ella no lo encontró bueno: nunca lo había probado, solo conocía el chocolate. La pobre monja, después de agradecer al emperador de nuevo las gracias que había recibido, y haber besado la mano, fue retornada por el Sr. Hédouville a su claustro, conmovida y agradecida.
Antes de que el emperador abandonara Tordesillas, el Sr. Hédouville vino a pedirme que le diera un centenar de napoleones para llevarlos a la superiora del convento. Fue a su llegada el tema de la curiosidad y la amabilidad de las hermanas, a las que la monja había narrado su entrevista. Todas ellas acudieron a verle, le tocaron la mano y le examinaron con la curiosidad de los isleños que han visto a los europeos por primera vez. Cuando el Sr. Hédouville entregó a la priora los cien napoleones, ésta se negó, diciendo que si ella los recibía, el convento perdería el crédito de su hospitalidad. No se la permitió rechazar el regalo de un soberano, ella estuvo de acuerdo en aceptar, y ordenó que esta suma fuera depositada en el tesoro de este capítulo, de modo que sería recurso sólo en circunstancias extraordinarias, tratando de mantener el mayor tiempo posible la prueba de la benevolencia del emperador. Después de haber preguntado si los documentos oficiales llevaban la efigie imperial, Hédouville le mostró algunos. Ella los tomó con entusiasmo, y se los enseñó con cuidado, asegurando a sus compañeras, que los miraban con curiosidad, que era el retrato del emperador.
El Sr. Hédouville de vuelta dio cuenta al emperador de su misión. Este príncipe había mostrado un verdadero interés con la visita de la religiosa, se le vio afectado. Lamentó que en lugar de cultivar sus disposiciones naturales, se la había impuesto en una edad temprana la educación monacal, el efecto sería de sofocar. Y, sin embargo, a pesar del estado de ignorancia en la que había languidecido, a pesar del horror del mundo inspirado en esta mente simple y crédula, a pesar de las prácticas meticulosas que no dejan ejercitar el juicio, la dulzura y el placer de su espíritu no había sido alterado, su carácter alegre se había resistido a estas influencias letárgicas. "Después de todo, agregó, esta criatura buena es feliz en su situación actual. Si los conventos a menudo tuvieron sus víctimas, también dieron consuelo”. Napoleón habló de la utilidad relativa de los conventos, y se extendió mucho sobre este tema. Era evidente que estos asilos de la meditación y la oración a menudo le habían ocupado sus pensamientos, dijo que había circunstancias en que su régimen podía ser beneficioso, que la vida claustral debía convenir, en algunos casos, almas tiernas, resignadas y desengañadas del mundo; que asilos de ancianos podrían ser abiertos, por ejemplo, a viudas de coroneles y de oficiales generales que, perdiendo por la muerte de sus maridos la holgura de la que habían gozado, reunirían en común sus pensiones y sus otros recursos, para proporcionarse comodidades, que no podrían conservar viviendo aisladamente; que, en su opinión, los votos perpetuos debían ser prohibidos, y que, en todos los casos, no se debería ser admitido antes de la edad de cuarenta años, etc., etc.
Pero también en el Ayuntamiento de Tordesillas ha quedado reflejado el paso de Napoleón. Éste a su llegada mandó que fueran revisados los Libros de Actas para ver si se habían registrado las minutas, decretos y proclamaciones por él ordenados desde su entrada en España. Como no se habían puesto, ordena que se transcriban todos, verificando que así se hace por el general Jomeini, como jefe del estado mayor de Ney.
Enhorabuena Miguel Angel por tu maravillos investigación!
ResponderEliminar¿Para cuando un próximo libro?
Un abrazo
Rafa
Muchas gracias por el artículo. Pasado mañana, día de Navidad, me acordaré del Sire y su paso por Tordesillas.
ResponderEliminarVolviendo las pasadas fiestas pasamos por la A6 cerca de Tordesillas y decidí llevar a la familia a visitar el monasterio. Había leído tu artículo y tenía curiosidad. ¡Es impresionante! y con el valor añadido de imaginar a Napoleón entrando en ese patio.
ResponderEliminarGracias por las sensaciones que me quedaron tras la visita.
Estimado señor, le agradezco la publicación de este artículo sobre Napoleón. Vivo en Tordesillas y siempre había oído algo sobre el paso de Napoleón pero nunca la historia completa. Incluso se dice que todo sucedió en Torrecilla de la Abadesa. Le doy las gracias por conocer, al fin, como ocurrió todo.
ResponderEliminarManuel
(Desde Tordesillas)
Una extraordinaria crónica de los hechos. Cuando vuelva a pasar por la A6 quiero entrar en Tordesillas y revivir un poco una esta parte de la historia.
ResponderEliminarUn saludo