El 19 de agosto de 2025 se cumplen los 200 años de la ejecución de Juan Martín Díez, El Empecinado.
Para la realización de esta entrada he utilizado el texto utilizado en la conferencia que impartí el pasado 1 de agosto en Castrillo de Duero (Valladolid). Así mismo, la fuente utilizada es el libro: El Empecinado, la vida de Juan Martín Díez. Editado en 2024 por el Foro para el Estudio de la Historia Militar de España (FEHME).
PRISIÓN Y EJECUCIÓN DE EL EMPECINADO
Una vez disuelto el Gobierno Constitucional el 30
de septiembre de 1823, el Ejército Constitucional de Extremadura, al que
pertenecía la división de El Empecinado, capituló; formalizándose el Convenio
de Almendralejo el 25 de octubre. Las tropas fueron licenciadas y a El
Empecinado se le ofreció elegir plaza de cuartel: escogió Aranda de Duero
(Burgos). No podía volver a su pueblo, pues Carlos O’Donnell había embargado
todos sus bienes cuando retomó el mando de la Capitanía de Castilla la Vieja.
Aranda de Duero, más alejada de la influencia de la capitanía vallisoletana, le
ofrecía además una posible vía de escape hacia Francia, adonde se fugaron
posteriormente otros generales constitucionales perseguidos por la restaurada
monarquía absoluta.
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EXTRACTO DEL CONVENIO DE ALMENDRALEJO |
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PASAPORTE DE UNO DE LOS ACOMPAÑANTES DE EL EMPECINADO DESDE EXTREMADURA |
El Empecinado se dirigió a Aranda de Duero acompañado por numerosos hombres que habían servido bajo sus órdenes, vecinos de distintos pueblos de Valladolid y Burgos. A medida que alcanzaban sus aldeas, muchos se iban quedando atrás. Cuando el grupo llegó a la villa de Alaejos (Valladolid), El Empecinado vaciló: la ruta más corta continuaba por Nava del Rey, Villaverde de Medina y Medina del Campo, pero en aquel verano de 1823, Juan Martín había recorrido esa comarca exigiendo contribuciones y llevándose ganado rumbo a Ciudad Rodrigo, atosigando durante una semana a los realistas; temía, pues, que los vecinos de esas poblaciones le salieran al paso. Decidió entonces desviarse hacia Pollos para cruzar el Duero en la barca allí situada.
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EN PRIMER TÉRMINO OLMOS DE PEÑAFIEL, AL FONDO CASTRILLO DE DUERO |
Aquella misma noche, un padre y un hijo de su
escolta —naturales de la cercana población de San Martín de Rubiales— partieron
hacia su pueblo. Al pasar por Nava de Roa evitaron entrar en la villa, pero
preguntaron a una mujer si había muchos voluntarios realistas por la zona. La
mujer, recelosa, los denunció; fueron apresados y declararon que pertenecían a
la columna de El Empecinado y que este se hallaba en una casa de Olmos de
Peñafiel.
No existía orden de captura: El Empecinado
llevaba un pasaporte en regla y estaba amparado por el Convenio de
Almendralejo. De hecho, una carta de Palacio fechada el 23 de noviembre de 1823
ordenaba al alcalde de Aranda de Duero que, en cuanto llegase el mariscal, se
hiciera llegar la noticia a Madrid. Por lo tanto, desde Madrid no se había dado
orden de su detención. Tampoco el capitán general interino de Castilla la Vieja
—dado que Carlos O’Donnell se hallaba en la corte participando en las
celebraciones por el regreso del rey— había recibido aviso de su tránsito por
el territorio de su Capitanía y mucho menos que se le hubiera de detener.
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CARTA ENVIADA AL ALCALDE DE ARANDA DESDE MADRID |
Olmos dependía de la comandancia de Peñafiel
(Valladolid), pero los voluntarios realistas que recibieron la denuncia
acudieron primero a Roa (Burgos), donde ejercía de corregidor Domingo
Fuentenebro. Este, viejo enemigo de El Empecinado desde tiempos de la Guerra de
la Independencia, cuando el entonces brigadier lo detuvo y estuvo a punto de
fusilarlo, envió fuerzas a Olmos de Peñafiel con la orden de detenerlo. Los
voluntarios realistas rodearon la casa en la noche, irrumpieron, lo sacaron del
lecho, lo golpearon, le robaron cuanto tenía y, medio desnudo y descalzo, lo
condujeron a Roa vía San Martín de Rubiales y Nava de Roa.
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LA CASA MARCADA ES DONDE SE PRODUJO LA DETENCIÓN |
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LISTADO DE LOS VOLUNTARIOS REALISTAS QUE PARTICIPARON EN LA DETENCIÓN |
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TRASLADO A ROA DE EL EMPECINADO POR PARTE DEL REGIDOR DECANO GREGORIO GONZÁLEZ |
Enterado de la detención de El Empecinado, el comandante de Peñafiel avisó al capitán general interino de Castilla la Vieja, quien ordenó su liberación: el mariscal venía con documentación válida y, a mayores, la justicia civil no debía arrestar a un militar. Una pequeña tropa salió de Peñafiel rumbo a Roa, pero Fuentenebro se negó a la liberación de El Empecinado; adujo que había pedido instrucciones a Palacio y se negó a entregarlo hasta recibir respuesta. La tropa regresó a Peñafiel y, pocos días después, llegó un correo de gabinete desde Madrid donde Fernando VII aprobaba la acción de Fuentenebro y disponía que el prisionero quedara «a disposición de Su Majestad» en Roa.
Catalina de la Fuente, esposa de El Empecinado, solicitó su libertad o, al menos, que se le trasladara a otra población (lejos de Domingo Fuentenebro) y que se le juzgara por la jurisdicción militar. El fiscal togado rechazó la solicitud: debía permanecer en Roa y someterse a la justicia ordinaria, pues lo primordial era descubrir las ramificaciones de la sociedad clandestina —la Confederación de Comuneros— a la que pertenecía Juan Martín Díez y que, según el fiscal, había llevado a España «al borde del precipicio». Con ello, la sentencia quedaba virtualmente decidida desde enero de 1824, aunque el juicio no comenzó hasta un año después.
Mientras aguardaba el proceso, El Empecinado hizo
llamar a su hijo mediano, Felipe, con el pretexto de tener compañía, pero su
intención era el de informarle sobre préstamos y bienes que tenía el mariscal
concedido a diversas personas; con la idea de que ese dinero sirviera para
sobornar a Fuentenebro o se gestionase un indulto a través del abogado
vallisoletano Mambrilla, también Comunero. Pero al joven le permitieron entrar
en la cárcel, pero no salir. El Empecinado intentó entonces confiar la misión a
un preso liberal próximo a ser excarcelado; pero este rehusó el realizar el
trámite.
Durante el cautiverio, Juan Martín reconoció ante
notario a su hijo mayor, Juan, nacido en 1811 de una joven en Sacedón
(Guadalajara). Otro hijo, Valentín, había venido al mundo en 1822, fruto de una
relación con una muchacha de Nava de Roa; para evitar problemas de reputación,
figura legalmente como hijo de su hermano Antonio.
Finalmente, en enero de 1825 se abrió la causa,
siendo nombrado como juez instructor a Domingo Fuentenebro, con cuatro cargos
principales:
1. Pertenencia a la Confederación de Comuneros Españoles y
ser el alcaide de la Torre número 8.
2. Asalto y saqueo de Cáceres, perpetrado después de
abolido el sistema constitucional y continuado tras el decreto real del 1 de
octubre de 1823.
3.
Asesinato del cura de Caspueñas en enero de 1823.
4.
Ejecución de varios dispersos de la columna realista de
Bessieres tras su ataque fallido a Aranda de Duero.
Por el saqueo de Cáceres pesaba sobre El
Empecinado la Real Orden que declaraba reos de lesa majestad y condenaba a
muerte a quienes, desde el 1 de octubre de 1823, sostuvieran las armas en favor
de la Constitución.
A ello se sumaba la acusación de ser comunero. Fernando VII, preocupado por la
influencia de la masonería y de los Comuneros, consultó a uno de sus consejos
qué pena merecían masones, comuneros y demás «sectarios». La respuesta fue
tajante: por el mero hecho de pertenecer a esas sociedades se les imputaba el
delito más execrable de lesa majestad divina y humana, traición al Rey y a la
religión; por tanto, debían sufrir la pena de muerte y la confiscación de sus
bienes.
Con estos antecedentes comenzó el proceso contra
El Empecinado. Se ordenó que fuera lo más rápido posible: abierto en enero de
1825, el 12 de junio ya estaba sentenciado. Domingo Fuentenebro llevó
personalmente la causa a Madrid y la presentó al monarca. El expediente hoy se
desconoce —tal vez extraviado—, pero el propio Fuentenebro dejó constancia,
años después, de que la Real Sala de Alcaldes aprobó la sentencia de horca
dictada el 12 de junio, conmutando solo el descuartizamiento y la demolición de
su casa (también el ser arrastrado). El Rey, además, dispuso que se publicara
un resumen de la causa en la prensa; tal anuncio nunca llegó a edición alguna.
El 16 de agosto se le notificó a El Empecinado la
condena, ya pasado el mediodía. Al ser la práctica habitual que el reo a muerte
pasara a capilla a las 12 del mediodía y fueran 48 horas, al comunicarle la
sentencia pasada esa hora tenía por delante Juan Martín la tarde y noche del
día 16, y hasta el mediodía del 17, antes de entrar formalmente en capilla (48
horas). Entonces hizo su aparición fray Ramón de la Presentación, carmelita
conocido suyo desde la guerra, amigo de Fuentenebro y ferviente absolutista.
Aquella primera noche el fraile intentó sonsacarle un inventario de bienes, ya
que Fuentenebro (antes de abandonar Roa para tomar posesión de su nuevo cargo
en Segovia) le había prevenido de los bienes que pudiera poseer el degradado
mariscal y, según ellos, pertenecían al Rey; El Empecinado respondió que su
hijo ya conocía todo y no tenía nada que decir. Al día siguiente, fray Ramón
insistió, prometiendo gestionar un posible indulto con el dinero que pudiera
reunir de los bienes que le dijera Juan Martín; finalmente, el reo redactó un
breve testamento a favor de su madre, Lucía, sin detallar propiedades. Durante
la madrugada del 18 al 19, el carmelita apremió a El Empecinado indicando que
no había mucho tiempo para poder conseguir el indulto, ya que al día siguiente
era el de la ejecución; Juan Martín, viendo que no le quedaban ya opciones,
confió en el fraile y dictó una lista de deudores y bienes de su pertenencia
—documento hoy mutilado porque el fraile, según confesó posteriormente, cortó
un pedazo de la hoja para liar un cigarro—; fray Ramón de la Presentación le
aseguró que con ese dinero intentaría salvarlo. Pero todo había sido un engaño
para conocer sus bienes.
Al mediodía del 19 de agosto de 1825 lo sacaron de la
celda. Frente a la puerta aguardaba un borrico; consideró humillante montarlo y
le propinó una patada, pero fue obligado a subir en él, recorrió así las calles
hasta la plaza de Roa, flanqueado por fray Ramón y otro fraile que no cesaban
de instarle al perdón. El Empecinado confiaba aún en el indulto prometido y no
intentó huir durante el trayecto hasta la plaza de Roa, donde se iba a realizar
la ejecución.
La horca —dos postes unidos por un travesaño y
una escalera apoyada en la parte superior— se alzaba en medio de la plaza. Al
llegar a los pies de los maderos y ver que nada ocurría, comprendió el engaño y
que no habría clemencia; rompió entonces las esposas que le sujetaban las manos
de un tirón y corrió hacia la colegiata en busca de sagrado; multitud de
voluntarios realistas, prevenidos, lo derribaron. Consiguieron levantarlo y
llevarlo hasta la horca, pero volvió a tirarse al suelo y no había manera de levantarlo;
entonces el nuevo corregidor ordenó que lo ataran con una soga y a rastras lo
subieron por la escalera hasta donde le aguardaba el verdugo; este se subió a
sus hombros, le pasó la cuerda, hizo el nudo bajo la mandíbula y, abrazándose a
El Empecinado, se lanzó al vacío desde lo alto de la escalera con el reo. De
esta forma el peso era mayor y el tirón mucho más fuerte. Fue tan brusco que
una alpargata salió despedida varios metros; falleciendo El Empecinado
inmediatamente.
La ejecución se consumó hacia las 12:45 h. El
corregidor despachó enseguida un parte a la Chancillería de Valladolid
describiendo los sucesos ocurridos previos al ahorcamiento. El cadáver quedó
colgado hasta la caída de la tarde, con una pequeña guardia. La Cofradía de la
Caridad se negó a intervenir —alegó que el reo murió impenitente—, de modo que
los demás presos liberales, conducidos ex profeso, tuvieron que descolgarlo y
llevarlo al cementerio, tras pasar bajo el patíbulo como escarmiento.
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COMUNICACIÓN A LA CHANCILLERÍA DE VALLADOLID, POR PARTE DEL CORREGIDOR DE ROA, DE LA EJECUCIÓN |
Posteriormente, con los bienes embargados, parte
fueron destinados al pago de los gastos generados por la ejecución.
Enterrado en Roa permaneció hasta que, por
iniciativa de su hijo mayor, Juan, fue exhumado con la idea de erigir un
mausoleo en Roa donde depositar sus restos; problemas económicos lo impidieron
y los restos acabaron en Burgos, donde actualmente reposan.
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