Un mes más tarde, el duque de Mahón, comandante militar de Cuenca, encargó al ingeniero español Julián Albo —al servicio del ejército francés— la elaboración de un estudio detallado sobre las defensas de la ciudad y las medidas necesarias para reforzarlas, con el fin de evitar que se repitiera lo sucedido en mayo.
Éste es el contenido del informe:
Al duque de Mahón
Mi General,
En cumplimiento de la
orden que V. E. tuvo a bien dirigirme, me permito exponer mi opinión acerca de
los medios para fortificar el hospital y la altura de Santiago. Antes,
considero imprescindible hacer algunas reflexiones sobre la vinculación de este
punto con la situación general de Cuenca.
1.º Situación
general de Cuenca.
La plaza se halla en una posición sumamente
desfavorable para resistir un ataque de campo reglamentario por parte de un
enemigo que disponga de fuerzas superiores y de artillería suficiente para un
sitio prolongado—más de quince días—. Los reductos históricos de El Socorro,
Molina, Santiago, La Merced y San Julián, que dominan todo el entorno,
encierran la ciudad como una caja fuerte y facilitan al asaltante el
establecimiento de baterías envolventes y de flanco en todas direcciones, a
distancias inferiores al alcance eficaz de la artillería defensiva.
2.º Guarnición de
500–600 hombres.
Incluso admitiendo que el enemigo doblara o triplicara
el número de nuestra guarnición, 500 – 600 hombres bastarían para defender la
plaza durante al menos quince días y ganar tiempo para recibir auxilios. La
solidez de la posición, el apoyo del fuerte de la Inquisición y otros recursos
locales reforzarían nuestra resistencia.
3.º Guarnición de
sólo 200 hombres.
Con tan escasa tropa, la defensa debería limitarse al
fuerte de la Inquisición, que hoy, gracias a las obras realizadas, presenta un
estado muy respetable. Privado el enemigo de artillería y acosado por los
defensores, constituiría la posición el blanco principal de las acciones
minadoras, y nuestra guarnición podría sostenerla incluso frente a una batería
de calibre superior (4 libras), siempre que se mantenga a buena distancia de
disparo y cuente con las piezas de campaña restantes.
4.º Peligros de
dispersar la defensa.
Una fuerza dispersa deja puntos aislados y
vulnerables. En el caso de una guarnición reducida obligada a cubrir un frente
muy extenso, el enemigo hallaría fácil presa: es preferible un punto bien
defendido que dos mal defendidos. Si sólo contásemos con 300 – 400 hombres,
resultaría mucho más eficaz defender exteriormente Santiago en bloque que
pretender fortificar sucesivos reductos dominados, en última instancia, por las
baterías de La Merced.
— El edificio y la
plataforma de Santiago quedan a menos de doscientos pasos de la guarnición,
dependiente totalmente del fuerte de la Inquisición. Un enemigo solvente podría
cortar la comunicación con la ciudad y el suburbio, y las pequeñas reducciones de
Santiago no bastarían para impedirlo.
— Si las fuerzas no
permiten guarnecer Santiago según mi propuesta, es preferible no fortificarlo:
unas obras sin defensores suficientes se volverían contra nosotros y
perjudicarían la defensa de Cuenca. Aun aunando sus fuegos con los del fuerte
de la Inquisición, el enemigo acabaría ocupando la ciudad y el arrabal gracias
a la disposición de sus baterías.
5.º Alternativa:
San Cristóbal.
La altura y posición de San Cristóbal concentran todas
las virtudes defensivas y, al mismo tiempo, garantizan la existencia de la
guarnición en ese punto, ofreciéndole protección y vías de retirada:
1.
Es el punto más elevado de
todo el entorno y se halla dentro del alcance de fusil del fuerte de la
Inquisición.
2.
Una torre de cuarenta hombres
cubre ambos caminos de acceso y retirada hacia dicho fuerte.
3.
Ocupada por una guarnición
adecuada, puede considerarse parte integrante del fuerte —o incluso como dos
torres separadas—; y, llegado el caso, sus defensores podrían retirarse con
facilidad dejando preparada una mina para volar la posición.
4.
La ocupación de esta altura
ofrece una vía de retirada estrecha pero eficaz, idónea para interceptar a la
infantería enemiga en las montañas: ya sucedió en el pasado, cuando un socorro
llegó desde un punto mucho más lejano y logró impedir el asedio con escasos
medios.
5.
Para restaurar el edificio de
Santiago y reforzar la reduta bastarían unos 60 000 – 70 000 reales. En cambio,
erigir la torre fuerte de San Cristóbal costaría sólo 20 000 – 30 000, más
otros 10 000 para el depósito de municiones.
Además, si quisieran
emplazarse dos piezas de artillería en Santiago, podría defenderse
simultáneamente tanto el reducto como el fuerte de la Inquisición. Pero con las
dos torres de San Cristóbal, cubriríamos el fuerte frente a los únicos dos
ángulos que el enemigo podría aprovechar.
Dejo, pues, a las
virtudes militares y al sabio discernimiento de Su Excelencia la elección de la
opción que estime más conveniente y útil al servicio de Su Majestad.
Cuenca, 14 de junio
de 1812
Julián Albo (Jefe de Batallón, Ingeniero)
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