LA BATALLA
Tras la caída de Madrid en diciembre de 1808, gran parte del ejército español del Centro, al mando del duque del Infantado, se encuentra en Cuenca. La vanguardia, al mando del general Venegas, se encuentra por su parte situada en Uclés. Venegas determinó atacar en la noche del 24 al 25 de diciembre á los franceses de Tarancón. El número de estos se reducía a 800 dragones. Distribuyó el general español su gente en dos columnas, una al mando de Don Pedro Agustín Girón debía amenazar por su frente al enemigo, otra capitaneada por el mismo general en persona y mas numerosa había de interponerse en el camino que de Tarancón va a Santa Cruz de la Zarza, con objeto de cortar a los franceses la retirada, si querían huir del ataque de Girón, o encerrarlos entre dos fuegos en caso de que resistiesen. La noche era cruda, sobreviniendo tras de nieve y ventiscas espesa niebla: lo cual retardó la marcha de Venegas, y fue causa del extravío de casi toda su caballería. Girón aunque salió mas tarde llegó sin tropiezo al punto que se le había señalado, ya por ser mejor y mas corto el camino, y ya por su cuidado y particular vigilancia.
Espantados los dragones franceses con la proximidad de este general, huían del lado de Santa Cruz , cuando se encontraron con algunas partidas de carabineros reales que iban a la cabeza de la tropa de Venegas y los atacaron furiosamente, obligándolos a abrigarse de la infantería. Hubiera podido esta desconcertarse, cogiéndola desprevenida, si afortunadamente un batallón de guardias españolas y otro de tiradores de España puestos ya en columna no hubiesen rechazado a los enemigos, desordenándolos completamente. Hizo gran falta la caballería, cuya principal fuerza extraviada en el camino no llegó hasta después: y entonces su jefe Don Rafael Zambrano desistió de todo perseguimiento por juzgarlo ya inútil y estar sus caballos muy cansados. La pérdida de los franceses entre muertos, heridos y prisioneros fue de unos 100 hombres. Hubo después contestaciones entre ciertos jefes, achacándose mutuamente la culpa de no haber salido con la empresa. Nos inclinamos a creer que la inexperiencia de algunos de ellos y lo bisoño de la tropa fueron en este caso como en otros muchos la causa principal de haberse en parte malogrado la embestida, sirviendo solo a despertar la atención de los franceses. Recelosos estos de que engrosadas con el tiempo las tropas del ejército del centro y mejor disciplinadas, pudieran no solo repetir otras tentativas como la de Tarancón, mas también en un rebate apoderarse de Madrid, cuya guarnición por atender a otros cuidados a veces se disminuía, pensaron seriamente en destruirlas y cortar el mal en su raíz. Para ello juntaron en Aranjuez y revistaron las fuerzas que mandaba en Toledo el mariscal Víctor, las cuales ascendían á 14,000 infantes y 3000 caballos. Sospechando Venegas los intentos del enemigo comunicó el 4 de enero sus temores al duque del Infantado, opinando que sería prudente, que todo el ejército se aproximase a su línea, o que él con la vanguardia se replegase a Cuenca. No pensó el duque que urgiese adoptar semejante medida, y ya fuese enemistad contra Venegas, o ya natural descuido, no contestó a su aviso, continuando en idear nuevos planes que tampoco tuvieron ejecución.
Apurando las circunstancias y no recibiendo instrucción alguna del general en jefe, juntó Venegas un consejo de guerra, en el que unánimemente se acordó pasar a Uclés como posición mas ventajosa, e incorporarse allí con Senra, en donde aguardarían ambos las órdenes del duque. Verificóse la retirada en la noche del 11 de enero, y unidos al amanecer del 12 los mencionados Venegas y Senra, contaron juntos unos 8 á 9000 infantes y 1500 caballos (en realidad 13.638 hombres y 2.284 caballos). Trató desde luego el primero de aprovecharse de las ventajas que le ofrecía la situación de Uclés, villa sujeta a la orden de Santiago y para batallas de mal pronóstico por la que en sus campos se perdió contra los moros en el reinado de Alonso el VI. La derecha de la posición era fuerte, consistiendo en varias alturas aisladas y divididas de otras por el riachuelo de Bedija. En el centro está el convento llamado alcázar, y desde allí por la izquierda corre un gran cerro de escabrosa subida del lado del pueblo, pero que termina por el opuesto en pendiente más suave y de fácil acceso. Venegas apostó en Tribaldos, pueblo cercano, algunas tropas al mando de Don Veremundo Ramírez de Arellano, que en la tarde y anochecer del 12 comenzaron ya a tirotearse con los franceses, replegándose a Uclés en la mañana siguiente, acometidas por sus superiores fuerzas.
Con aviso de que los enemigos se acercaban, el general Venegas, aunque amalado y con los primeros síntomas de una fiebre pútrida, se situó en el patio del convento de donde divisaba la posición y el llano que se abre al pie de Uclés, yendo a Tribaldos. Distribuyó sus infantes en las alturas de derecha e izquierda, y puso abajo en la llanura la caballería. Solo había un obús y tres cañones que se colocaron, uno en la izquierda, dos en el convento y otro en el llano con los jinetes.
El mariscal Víctor había salido de Aranjuez con el número de tropas indicado, y fue en busca de los españoles sin saber de fijo su paradero. Para descubrirle tiró el general Villatte con su división derecho á Uclés, y el mariscal Víctor con la del general Ruffin la vuelta de alcázar. Fue Villatte quien primero se encontró con los españoles, obligándolos a retirarse de Tribaldos, desde donde avanzó al llano con dos cuerpos de caballería y dos cañones. Al ver aquel movimiento creyó Venegas amagada su derecha, y por tanto atendió con particularidad a su defensa. Mas los franceses, a las diez de la mañana, tomando por el camino de Villarubio, se acercaron con fuerza considerable a las alturas de la izquierda, punto flaco de la posición, cubierto con menos gente y al que su caballería pudo subir a trote. Venegas, queriendo entonces sostener la tropa allí apostada que comenzaba a ciar, envió gente de refresco y para capitanearla a Don Antonio Senra. Ya era tarde: los enemigos avanzando rápidamente arrollaron a los nuestros, e inútilmente desde el convento quiso Venegas detenerlos. Contuso él mismo y ahuyentado con todo su estado mayor, dificultosamente pudo salvarse, cayendo a su lado muerto el bizarro oficial de artillería Don José Escalera. Deshecho nuestro costado izquierdo empezó a desfilar el derecho; y la caballería, que en su mayor parte permanecía en el llano, trató de retirarse por una garganta que forman las alturas de aquel lado. Consiguieron lo felizmente los dragones de Castilla, Lusitania y Tejas, mas no así los regimientos de la Reina, Príncipe y Borbón, cuyo mando había reasumido el marqués de Albudeite. Estos, no pudiendo ya pasar impedidos por los fuegos de los franceses, que dueños del convento coronaban las cimas, volvieron grupa al llano y faldeando los cerros caminaron de prisa y perseguidos la vía de Paredes. Desgraciadamente hacia el mismo lado tropezando la infantería con la división de Ruffin, había casi toda tenido que rendirse; de lo cual advertidos nuestros jinetes, en balde quisieron salvarse, atajados con el cauce de un molino y acribillados por el fuego de seis cañones enemigos que dirigía el general Senarmont. No hubo ya entonces sino confusión y destrozo, y sucedió con la caballería lo mismo que con los infantes: los más de sus individuos perecieron o fueron hechos prisioneros: contase entre los primeros al marqués de Albudeite. Tal fue el remate de la jornada de Uclés, una de las mas desastradas, y en la que, por decirlo así, se perdieron las tropas que antes mandaban Venegas y Senra. Solo se salvaron dos o tres cuerpos de caballería y también algunas otras reliquias que libertó la serenidad y esfuerzo de Don Pedro Agustín Girón, uniéndose todos al duque del Infantado que ya se hallaba en Carrascosa.
Justos cargos hubieran podido pesar sobre los jefes que empeñaron semejante acción, o fueron causa de que se malograse. El general Venegas y el del Infantado procuraron defenderse ante el público acusándose mutuamente. Pensamos que en la conducta de ambos hubo motivos bastantes de censura si ya no de responsabilidad. Aconsejaba la prudencia al primero retirarse mas allá de Uclés, e ir á unirse al cuerpo principal del ejército, no faltándole para ello ni oportunidad ni tiempo; y al segundo prescribíale su obligación dar las debidas instrucciones y contestar á los oficios del otro, no sacrificando a piques y mezquinas pasiones, el bien de la patria, el pundonor militar.
Ganado que hubieron la batalla, entraron los franceses en Uclés y cometieron con los vecinos inauditas crueldades. Atormentaron a muchos para averiguar si habían ocultado alhajas; robaron las que pudieron descubrir, y aparejando con albardas y aguaderas a manera de acémilas a algunos conventuales y sujetos distinguidos del pueblo, cargaron en sus hombros muebles y efectos inútiles para quemarlos después con grande algazara en los altos del alcázar No contentos con tan duro e innoble entretenimiento, remataron tan extraña fiesta con un acto de la mas insigne barbarie Fue que cogiendo a 69 habitantes de los principales y a monjas, y a clérigos y a los conventuales Parada, Cánova y Meiía, emparentados con las mas ilustres familias de la Mancha, atraillados y escarnecidos los degollaron con horrorosa inhumanidad, pereciendo algunos en la carnicería publica. Sordos ya a la compasión los feroces soldados desoyeron los ayes y clamores de mas de 300 mujeres de las que acorraladas y de montón abusaron con exquisita violencia. Prosiguieron los mismos escándalos en el campamento, y solo el cansancio, no los jefes, puso termino al horroroso desenfreno.
No cupo mejor suerte a los prisioneros españoles: los que de ellos rendidos a la fatiga se rezagaban, eran fusilados desapiadadamente.
El duque del Infantado que aunque tarde se adelantaba a Uclés, supo en Carrascosa, legua y media distante, la derrota padecida. Juntando allí los dispersos y cortas reliquias, se retiró por Horcajada a la venta de Cabrejas, en donde se decidió en consejo militar pasar á Valencia con todas las tropas. Entró el ejército en Cuenca el 14 por la noche, y al día siguiente continuó la marcha. Dirigióse la artillería por camino que pareció mas cómodo para volver después a unirse en Almodóvar del Pinar; pero atollada en parte v mal defendida por otros cuerpos que acudieron en su ayuda, fue en Tórtola cogida casi toda por los franceses. Prosiguió lo restante del ejército alejándose; y desistiendo Infantado de ir á Valencia, metióse en el reino de Murcia y llegó á Chinchilla el 21 de enero. Desde aquel punto hizo nuevo movimiento, faldeando la Sierra Morena, y al cabo se situó en Santa Cruz de Mudela. Allí según costumbre no cesó de idear sin gran resulta nuevos planes; hasta que en 17 de febrero fue relevado del mando por orden de la Junta Central y puesto en su lugar el conde de Cartaojal, que mandaba también las tropas de la Carolina.
Espantados los dragones franceses con la proximidad de este general, huían del lado de Santa Cruz , cuando se encontraron con algunas partidas de carabineros reales que iban a la cabeza de la tropa de Venegas y los atacaron furiosamente, obligándolos a abrigarse de la infantería. Hubiera podido esta desconcertarse, cogiéndola desprevenida, si afortunadamente un batallón de guardias españolas y otro de tiradores de España puestos ya en columna no hubiesen rechazado a los enemigos, desordenándolos completamente. Hizo gran falta la caballería, cuya principal fuerza extraviada en el camino no llegó hasta después: y entonces su jefe Don Rafael Zambrano desistió de todo perseguimiento por juzgarlo ya inútil y estar sus caballos muy cansados. La pérdida de los franceses entre muertos, heridos y prisioneros fue de unos 100 hombres. Hubo después contestaciones entre ciertos jefes, achacándose mutuamente la culpa de no haber salido con la empresa. Nos inclinamos a creer que la inexperiencia de algunos de ellos y lo bisoño de la tropa fueron en este caso como en otros muchos la causa principal de haberse en parte malogrado la embestida, sirviendo solo a despertar la atención de los franceses. Recelosos estos de que engrosadas con el tiempo las tropas del ejército del centro y mejor disciplinadas, pudieran no solo repetir otras tentativas como la de Tarancón, mas también en un rebate apoderarse de Madrid, cuya guarnición por atender a otros cuidados a veces se disminuía, pensaron seriamente en destruirlas y cortar el mal en su raíz. Para ello juntaron en Aranjuez y revistaron las fuerzas que mandaba en Toledo el mariscal Víctor, las cuales ascendían á 14,000 infantes y 3000 caballos. Sospechando Venegas los intentos del enemigo comunicó el 4 de enero sus temores al duque del Infantado, opinando que sería prudente, que todo el ejército se aproximase a su línea, o que él con la vanguardia se replegase a Cuenca. No pensó el duque que urgiese adoptar semejante medida, y ya fuese enemistad contra Venegas, o ya natural descuido, no contestó a su aviso, continuando en idear nuevos planes que tampoco tuvieron ejecución.
Apurando las circunstancias y no recibiendo instrucción alguna del general en jefe, juntó Venegas un consejo de guerra, en el que unánimemente se acordó pasar a Uclés como posición mas ventajosa, e incorporarse allí con Senra, en donde aguardarían ambos las órdenes del duque. Verificóse la retirada en la noche del 11 de enero, y unidos al amanecer del 12 los mencionados Venegas y Senra, contaron juntos unos 8 á 9000 infantes y 1500 caballos (en realidad 13.638 hombres y 2.284 caballos). Trató desde luego el primero de aprovecharse de las ventajas que le ofrecía la situación de Uclés, villa sujeta a la orden de Santiago y para batallas de mal pronóstico por la que en sus campos se perdió contra los moros en el reinado de Alonso el VI. La derecha de la posición era fuerte, consistiendo en varias alturas aisladas y divididas de otras por el riachuelo de Bedija. En el centro está el convento llamado alcázar, y desde allí por la izquierda corre un gran cerro de escabrosa subida del lado del pueblo, pero que termina por el opuesto en pendiente más suave y de fácil acceso. Venegas apostó en Tribaldos, pueblo cercano, algunas tropas al mando de Don Veremundo Ramírez de Arellano, que en la tarde y anochecer del 12 comenzaron ya a tirotearse con los franceses, replegándose a Uclés en la mañana siguiente, acometidas por sus superiores fuerzas.
Con aviso de que los enemigos se acercaban, el general Venegas, aunque amalado y con los primeros síntomas de una fiebre pútrida, se situó en el patio del convento de donde divisaba la posición y el llano que se abre al pie de Uclés, yendo a Tribaldos. Distribuyó sus infantes en las alturas de derecha e izquierda, y puso abajo en la llanura la caballería. Solo había un obús y tres cañones que se colocaron, uno en la izquierda, dos en el convento y otro en el llano con los jinetes.
El mariscal Víctor había salido de Aranjuez con el número de tropas indicado, y fue en busca de los españoles sin saber de fijo su paradero. Para descubrirle tiró el general Villatte con su división derecho á Uclés, y el mariscal Víctor con la del general Ruffin la vuelta de alcázar. Fue Villatte quien primero se encontró con los españoles, obligándolos a retirarse de Tribaldos, desde donde avanzó al llano con dos cuerpos de caballería y dos cañones. Al ver aquel movimiento creyó Venegas amagada su derecha, y por tanto atendió con particularidad a su defensa. Mas los franceses, a las diez de la mañana, tomando por el camino de Villarubio, se acercaron con fuerza considerable a las alturas de la izquierda, punto flaco de la posición, cubierto con menos gente y al que su caballería pudo subir a trote. Venegas, queriendo entonces sostener la tropa allí apostada que comenzaba a ciar, envió gente de refresco y para capitanearla a Don Antonio Senra. Ya era tarde: los enemigos avanzando rápidamente arrollaron a los nuestros, e inútilmente desde el convento quiso Venegas detenerlos. Contuso él mismo y ahuyentado con todo su estado mayor, dificultosamente pudo salvarse, cayendo a su lado muerto el bizarro oficial de artillería Don José Escalera. Deshecho nuestro costado izquierdo empezó a desfilar el derecho; y la caballería, que en su mayor parte permanecía en el llano, trató de retirarse por una garganta que forman las alturas de aquel lado. Consiguieron lo felizmente los dragones de Castilla, Lusitania y Tejas, mas no así los regimientos de la Reina, Príncipe y Borbón, cuyo mando había reasumido el marqués de Albudeite. Estos, no pudiendo ya pasar impedidos por los fuegos de los franceses, que dueños del convento coronaban las cimas, volvieron grupa al llano y faldeando los cerros caminaron de prisa y perseguidos la vía de Paredes. Desgraciadamente hacia el mismo lado tropezando la infantería con la división de Ruffin, había casi toda tenido que rendirse; de lo cual advertidos nuestros jinetes, en balde quisieron salvarse, atajados con el cauce de un molino y acribillados por el fuego de seis cañones enemigos que dirigía el general Senarmont. No hubo ya entonces sino confusión y destrozo, y sucedió con la caballería lo mismo que con los infantes: los más de sus individuos perecieron o fueron hechos prisioneros: contase entre los primeros al marqués de Albudeite. Tal fue el remate de la jornada de Uclés, una de las mas desastradas, y en la que, por decirlo así, se perdieron las tropas que antes mandaban Venegas y Senra. Solo se salvaron dos o tres cuerpos de caballería y también algunas otras reliquias que libertó la serenidad y esfuerzo de Don Pedro Agustín Girón, uniéndose todos al duque del Infantado que ya se hallaba en Carrascosa.
Justos cargos hubieran podido pesar sobre los jefes que empeñaron semejante acción, o fueron causa de que se malograse. El general Venegas y el del Infantado procuraron defenderse ante el público acusándose mutuamente. Pensamos que en la conducta de ambos hubo motivos bastantes de censura si ya no de responsabilidad. Aconsejaba la prudencia al primero retirarse mas allá de Uclés, e ir á unirse al cuerpo principal del ejército, no faltándole para ello ni oportunidad ni tiempo; y al segundo prescribíale su obligación dar las debidas instrucciones y contestar á los oficios del otro, no sacrificando a piques y mezquinas pasiones, el bien de la patria, el pundonor militar.
Ganado que hubieron la batalla, entraron los franceses en Uclés y cometieron con los vecinos inauditas crueldades. Atormentaron a muchos para averiguar si habían ocultado alhajas; robaron las que pudieron descubrir, y aparejando con albardas y aguaderas a manera de acémilas a algunos conventuales y sujetos distinguidos del pueblo, cargaron en sus hombros muebles y efectos inútiles para quemarlos después con grande algazara en los altos del alcázar No contentos con tan duro e innoble entretenimiento, remataron tan extraña fiesta con un acto de la mas insigne barbarie Fue que cogiendo a 69 habitantes de los principales y a monjas, y a clérigos y a los conventuales Parada, Cánova y Meiía, emparentados con las mas ilustres familias de la Mancha, atraillados y escarnecidos los degollaron con horrorosa inhumanidad, pereciendo algunos en la carnicería publica. Sordos ya a la compasión los feroces soldados desoyeron los ayes y clamores de mas de 300 mujeres de las que acorraladas y de montón abusaron con exquisita violencia. Prosiguieron los mismos escándalos en el campamento, y solo el cansancio, no los jefes, puso termino al horroroso desenfreno.
No cupo mejor suerte a los prisioneros españoles: los que de ellos rendidos a la fatiga se rezagaban, eran fusilados desapiadadamente.
El duque del Infantado que aunque tarde se adelantaba a Uclés, supo en Carrascosa, legua y media distante, la derrota padecida. Juntando allí los dispersos y cortas reliquias, se retiró por Horcajada a la venta de Cabrejas, en donde se decidió en consejo militar pasar á Valencia con todas las tropas. Entró el ejército en Cuenca el 14 por la noche, y al día siguiente continuó la marcha. Dirigióse la artillería por camino que pareció mas cómodo para volver después a unirse en Almodóvar del Pinar; pero atollada en parte v mal defendida por otros cuerpos que acudieron en su ayuda, fue en Tórtola cogida casi toda por los franceses. Prosiguió lo restante del ejército alejándose; y desistiendo Infantado de ir á Valencia, metióse en el reino de Murcia y llegó á Chinchilla el 21 de enero. Desde aquel punto hizo nuevo movimiento, faldeando la Sierra Morena, y al cabo se situó en Santa Cruz de Mudela. Allí según costumbre no cesó de idear sin gran resulta nuevos planes; hasta que en 17 de febrero fue relevado del mando por orden de la Junta Central y puesto en su lugar el conde de Cartaojal, que mandaba también las tropas de la Carolina.
Historia del levantamiento, Guerra y Revolución de España
José Maria Queipo de Llano Ruiz de Saravia Tereno (1835)
José Maria Queipo de Llano Ruiz de Saravia Tereno (1835)
TESTIMONIO DE DON FRANCISCO LAZO DE LA VEGA, OFICIAL ESPAÑOL HECHO PRISIONERO EN LA BATALLA
M. Y. Junta de Govº. De esta ciudad
Don Francisco Lazo de la Vega, Teniente de granaderos del regimiento provincial de Málaga, una de las que compone la 3ª división de Andalucía, con todo el respeto que debe cumple con la orden de V.S. que se sirvió darle en la noche de ayer cuando, en el instante que llegó a esta ciudad con la miseria y falta de fuerzas que era consiguiente a los trabajos de una marcha tan dilatada y falto de auxilios, se presentó a V.S. y al comandante de las armas para que hiciese relación sencilla de la acción en que fue hecho prisionero por los franceses y de todo lo principal que le ha ocurrido hasta su arribo a esta ciudad.
Habiendo batido los franceses el día 13 de enero en Uclés la división de vanguardia que estaba al mando del general D. Francisco Javier de Venegas con fuerzas muy superiores particularmente de caballería, habiendo durado la acción desde el amanecer hasta las 3 de la tarde, habiendo principiado por el pueblo de Tribaldos, rodeados por todas partes de enemigos y después de los esfuerzos mas valerosos que hizo el brigadier don Pedro Agustín Girón que mandaba mi citado batallón en que yo hacía de Ayudante y Sargento Mayor Interino para abrir paso, vieron que era inútil todo esfuerzo para salvar las tropas de infantería que estaban cercadas por la caballería e infantería enemiga se retiró con los oficiales que tenían caballos, habiendo montado en uno que le tenía un criado después de haberle muerto los enemigos el que montó en la acción y con un valor propio de un héroe yendo al frente de todos con sable en mano abrieron paso y se salvaron, a nosotros los que tuvimos la desgracia de ser prisioneros, nos robaron inmediatamente los soldados franceses, no solo el equipaje sino el dinero, relojes y hasta el sombrero y botas de muchos; a mí solo me quitaron cuanto tenía sin perdonar el sombrero sino también el pañuelo que tenía al cuello. Aquella noche durmieron las tropas prisioneras en el campo y a mí y a otros oficiales nos llevaron a la iglesia de Alcázar de Huete; entre nosotros había algunos heridos y no tuvieron otro socorro que el de ponerles algunas vendas en las heridas que hicieron con los manteles de los altares de la misma iglesia. Al día siguiente nos llevaron a Uclés donde vimos el horroroso espectáculo de muchos venerables canónigos ahorcados en los cuartos altos del celebre convento de la religión del Apostol Santiago en que habitaban y otros pasados por las armas. Al otro día nos dirigieron a Madrid adonde llegamos después de ocho días de marcha siempre a pie, sin otro auxilio de parte de los enemigos que habernos dado dos veces pan y una corta porción de tocino el primer día, mismo de nuestras provisiones. En Madrid nos recibieron sus tropas con la mayor altanería al compás de su música militar y nos alojaron a los capitanes y oficiales subalternos en el coliseo del Retiro, donde estuvimos tres días sin mas camas que las tablas, ni mas alimento que pan de munición. Pasado dicho tiempo se presentó un oficial llamado Casa Palacios que servía a nuestro Rey el Sr. don Fernando 7º de coronel de granaderos de Estado, según oía decir a otros oficiales y entonces traía divisa de general francés, este nos persuadió eficacísimamente a que nos pasásemos al servicio del Rey José ofreciéndonos mercedes y asegurándonos que ya no podía servir lo contrario sino de una obstinación sin fruto por estar casi todas las provincias rendidas a las armas francesas, nuestros ejércitos batidos y desechos en todas partes como quería hacer creer con la expresión de una gaceta que llevaba en la mano. Muchos oficiales y soldados, con esta seducción y engaño, adoptaron el partido que les proponía y de ellos se decía que iban a formar regimientos, pero muchos oficiales y soldados preferimos vivir en la esclavitud fieles a nuestro amado Rey el señor don Fernando 7º y aun morir entre los tormentos que se nos preparaban antes que reconocer otro soberano y así, aunque se repitieron las seducciones por el mismo y por otros, permanecimos con la firmeza y constancia que exige el honor de los oficiales españoles y el acendrado amor a nuestro legítimo Rey y señor. A los ocho días nos sacaron a pie para conducirnos a Francia habiendo vuelto en aquel instante a repetir la seducción para que prestásemos obediencia y juramento de fidelidad a José, pero todo fue en vano y marchamos con dirección a Francia, recibiendo la muerte todo aquel que se rendía a el cansancio o que no podía marchar a el paso de los demás por enfermo o desmayado lo mismo ejecutaron en el transito desde Uclés a Madrid, la primera jornada fue de 8 leguas y llegamos tan estropeados y rendidos que casi no podíamos alimentar, los pies llagados y entumecidos por lo que al tercer día nos dejaron descansar dos día en la ciudad de Segovia, alojándonos en un convento de Santo Domingo donde un piadoso religioso, cuyo nombre va en la nota separada para evitar que llegue a noticia de los franceses en tanto que sigue ocupada aquella ciudad, me ocultó en los desvanes del convento hasta la noche en que me llevo a su celda, y me disfrazó poniéndome zapatos, medias y chaleco suyo; la chaqueta de un paisano que había adquirido un sobrino ropa y sombrero de canal de clérigo. En estos términos salí por la puerta de la botica de dicho convento y me llevó un honrado paisano a casa de un catalán a donde estuve algunas horas y desde allí fui conducido a la del benéfico vecino, cuyo nombre se contiene también en la nota separada, allí estuve oculto ocho días hasta que me proporciono pasaporte de aquel corregidor y permiso de un general francés que mandaba en aquella ciudad para que fuese en busca de tres caballerías mayores que se pretextó había llevado las tropas francesas cargadas de paño, dándome el supuesto nombre de Cayetano Gutiérrez y a mi asistente, Juan Lozano, que también había tenido la dicha de escapar y estaba en otra casa, el de Juan Diez como criado de Cayetano Román y consta todo en dicho pasaporte que exhibo. En la villa del Barco de Ávila tome otro pasaporte con mi propio nombre y graduación agregando a él además de mi expresado asistente un soldado del regimiento provincial de Jaén asistente de un capitán prisionero que igualmente se libertó en Segovia, así seguí por Navaconcejo y Plasencia adonde se quedó enfermo dicho mi asistente, continué hasta Pozoblanco, en que esta puesta la última nota en el pasaporte, tan falto de fuerzas tan extenuado y en tanta indecencia que no pudiendo presentarme a nadie determine venir a esta ciudad a proveerme de alguna ropa para marchar inmediatamente a la ciudad de Sevilla a presentarme a S.M. La Junta Central Gubernativa del Reino para que me destine a donde sea de su real agrado y ruego a Vs. Me den el correspondiente pasaporte para poderlo hacer como corresponde.
Vélez-Málaga y marzo 8 de 1809 = Francisco Lazo de la Vega.
Don Francisco Lazo de la Vega, Teniente de granaderos del regimiento provincial de Málaga, una de las que compone la 3ª división de Andalucía, con todo el respeto que debe cumple con la orden de V.S. que se sirvió darle en la noche de ayer cuando, en el instante que llegó a esta ciudad con la miseria y falta de fuerzas que era consiguiente a los trabajos de una marcha tan dilatada y falto de auxilios, se presentó a V.S. y al comandante de las armas para que hiciese relación sencilla de la acción en que fue hecho prisionero por los franceses y de todo lo principal que le ha ocurrido hasta su arribo a esta ciudad.
Habiendo batido los franceses el día 13 de enero en Uclés la división de vanguardia que estaba al mando del general D. Francisco Javier de Venegas con fuerzas muy superiores particularmente de caballería, habiendo durado la acción desde el amanecer hasta las 3 de la tarde, habiendo principiado por el pueblo de Tribaldos, rodeados por todas partes de enemigos y después de los esfuerzos mas valerosos que hizo el brigadier don Pedro Agustín Girón que mandaba mi citado batallón en que yo hacía de Ayudante y Sargento Mayor Interino para abrir paso, vieron que era inútil todo esfuerzo para salvar las tropas de infantería que estaban cercadas por la caballería e infantería enemiga se retiró con los oficiales que tenían caballos, habiendo montado en uno que le tenía un criado después de haberle muerto los enemigos el que montó en la acción y con un valor propio de un héroe yendo al frente de todos con sable en mano abrieron paso y se salvaron, a nosotros los que tuvimos la desgracia de ser prisioneros, nos robaron inmediatamente los soldados franceses, no solo el equipaje sino el dinero, relojes y hasta el sombrero y botas de muchos; a mí solo me quitaron cuanto tenía sin perdonar el sombrero sino también el pañuelo que tenía al cuello. Aquella noche durmieron las tropas prisioneras en el campo y a mí y a otros oficiales nos llevaron a la iglesia de Alcázar de Huete; entre nosotros había algunos heridos y no tuvieron otro socorro que el de ponerles algunas vendas en las heridas que hicieron con los manteles de los altares de la misma iglesia. Al día siguiente nos llevaron a Uclés donde vimos el horroroso espectáculo de muchos venerables canónigos ahorcados en los cuartos altos del celebre convento de la religión del Apostol Santiago en que habitaban y otros pasados por las armas. Al otro día nos dirigieron a Madrid adonde llegamos después de ocho días de marcha siempre a pie, sin otro auxilio de parte de los enemigos que habernos dado dos veces pan y una corta porción de tocino el primer día, mismo de nuestras provisiones. En Madrid nos recibieron sus tropas con la mayor altanería al compás de su música militar y nos alojaron a los capitanes y oficiales subalternos en el coliseo del Retiro, donde estuvimos tres días sin mas camas que las tablas, ni mas alimento que pan de munición. Pasado dicho tiempo se presentó un oficial llamado Casa Palacios que servía a nuestro Rey el Sr. don Fernando 7º de coronel de granaderos de Estado, según oía decir a otros oficiales y entonces traía divisa de general francés, este nos persuadió eficacísimamente a que nos pasásemos al servicio del Rey José ofreciéndonos mercedes y asegurándonos que ya no podía servir lo contrario sino de una obstinación sin fruto por estar casi todas las provincias rendidas a las armas francesas, nuestros ejércitos batidos y desechos en todas partes como quería hacer creer con la expresión de una gaceta que llevaba en la mano. Muchos oficiales y soldados, con esta seducción y engaño, adoptaron el partido que les proponía y de ellos se decía que iban a formar regimientos, pero muchos oficiales y soldados preferimos vivir en la esclavitud fieles a nuestro amado Rey el señor don Fernando 7º y aun morir entre los tormentos que se nos preparaban antes que reconocer otro soberano y así, aunque se repitieron las seducciones por el mismo y por otros, permanecimos con la firmeza y constancia que exige el honor de los oficiales españoles y el acendrado amor a nuestro legítimo Rey y señor. A los ocho días nos sacaron a pie para conducirnos a Francia habiendo vuelto en aquel instante a repetir la seducción para que prestásemos obediencia y juramento de fidelidad a José, pero todo fue en vano y marchamos con dirección a Francia, recibiendo la muerte todo aquel que se rendía a el cansancio o que no podía marchar a el paso de los demás por enfermo o desmayado lo mismo ejecutaron en el transito desde Uclés a Madrid, la primera jornada fue de 8 leguas y llegamos tan estropeados y rendidos que casi no podíamos alimentar, los pies llagados y entumecidos por lo que al tercer día nos dejaron descansar dos día en la ciudad de Segovia, alojándonos en un convento de Santo Domingo donde un piadoso religioso, cuyo nombre va en la nota separada para evitar que llegue a noticia de los franceses en tanto que sigue ocupada aquella ciudad, me ocultó en los desvanes del convento hasta la noche en que me llevo a su celda, y me disfrazó poniéndome zapatos, medias y chaleco suyo; la chaqueta de un paisano que había adquirido un sobrino ropa y sombrero de canal de clérigo. En estos términos salí por la puerta de la botica de dicho convento y me llevó un honrado paisano a casa de un catalán a donde estuve algunas horas y desde allí fui conducido a la del benéfico vecino, cuyo nombre se contiene también en la nota separada, allí estuve oculto ocho días hasta que me proporciono pasaporte de aquel corregidor y permiso de un general francés que mandaba en aquella ciudad para que fuese en busca de tres caballerías mayores que se pretextó había llevado las tropas francesas cargadas de paño, dándome el supuesto nombre de Cayetano Gutiérrez y a mi asistente, Juan Lozano, que también había tenido la dicha de escapar y estaba en otra casa, el de Juan Diez como criado de Cayetano Román y consta todo en dicho pasaporte que exhibo. En la villa del Barco de Ávila tome otro pasaporte con mi propio nombre y graduación agregando a él además de mi expresado asistente un soldado del regimiento provincial de Jaén asistente de un capitán prisionero que igualmente se libertó en Segovia, así seguí por Navaconcejo y Plasencia adonde se quedó enfermo dicho mi asistente, continué hasta Pozoblanco, en que esta puesta la última nota en el pasaporte, tan falto de fuerzas tan extenuado y en tanta indecencia que no pudiendo presentarme a nadie determine venir a esta ciudad a proveerme de alguna ropa para marchar inmediatamente a la ciudad de Sevilla a presentarme a S.M. La Junta Central Gubernativa del Reino para que me destine a donde sea de su real agrado y ruego a Vs. Me den el correspondiente pasaporte para poderlo hacer como corresponde.
Vélez-Málaga y marzo 8 de 1809 = Francisco Lazo de la Vega.
Archivo Histórico Nacional
Junta Central Suprema Gubernativa del Reino
"Control de Juntas territoriales. Vélez-Málaga"
TERRAZA DEL MONASTERIO DE UCLÉS, PUESTO DE MANDO DEL GENERAL VENEGAS
PATIO DEL MONASTERIO, ESCENARIO DEL SAQUEO FRANCÉS
ENTRADA PRINCIPAL AL MONASTERIO
CAMINO DE TRIBALDOS A UCLÉS
CAMINO DE TRIBALDOS A UCLÉS
El testimonio del oficial es típico de la época. Los franceses nunca vencieron a los españoles auqnue los derrotaran tantas veces en el campo de batalla. Una accción como Uclés en otro escenario, p.e. Centro-Europa, hubiera conducido a la inmediata rendición del país.
ResponderEliminarBuen trabajo...