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domingo, 24 de agosto de 2025

LA ESTATUA DE EL EMPECINADO EN ROA DE DUERO (BURGOS)

Ayer se conmemoraron en Roa de Duero los 200 años de la ejecución de El Empecinado en esa villa, ejecución de la que traté en el artículo anterior publicado en este blog.

Uno de los diversos actos realizados fue la ofrenda ante la estatua de El Empecinado que allí se erige. Yo acudí a título personal, junto con varios amigos, a presenciar los actos entre el público. Durante la ofrenda se me acercó un hombre ya mayor, que se presentó como uno de los miembros de la comisión encargada en 1993 de la construcción e instalación del monumento. Me reconoció porque había asistido a la charla que di el pasado 1 de agosto en Castrillo de Duero.

El hombre me contó cómo lucharon por conseguir el monumento, quiénes participaron en la asociación que se ocupó de todo y la escasa atención que se les ha prestado estos días con motivo del bicentenario de la ejecución (alguno de ellos se concentraron junto a la estatua el pasado 19 de agosto para hacer un pequeño homenaje a Juan Martín Díez). Incluso me entregó fotocopias con el listado de personas que se implicaron en el proyecto. Le prometí que me encargaría de darles voz y que dedicaría una entrada en mi blog. Lo prometido es deuda, y aquí está esa publicación.

Además de adjuntar las hojas que me entregó, he investigado en varias hemerotecas y he recopilado las noticias que se publicaron en 1993 con referencias a la inauguración de la estatua.








Aprovecho esta entrada y la asistencia ayer en los actos de Roa para ir despidiéndome de El Empecinado. Hace poco más de un año que se publicó el libro, y durante todo este tiempo he estado dedicado a él. Desconocía el interés que aún despierta el personaje, y en diversas poblaciones y asociaciones que se enteraron de la biografía me han pedido dar una charla. Muchas de ellas han quedado grabadas y están en YouTube; otras han quedado recogidas en posteriores artículos publicados en revistas.

Creo que ha llegado el momento de dejar a El Empecinado continuar cabalgando con su División por tierras de la Alcarria y dedicarme a investigar para un nuevo libro sobre la Guerra de la Independencia.

Aquí dejo un resumen de las charlas impartidas; en cada una he intentado adaptarme al lugar en el que la daba, por lo que contienen contenido diferentes:

Utiel (Valencia)

Brihuega (Guadalajara) se puede leer un resumen de la misma en la revista: https://es.scribd.com/document/899553646/Separata-XXIII-Jornadas-Estudios-Briocenses-Rev-33#download&from_embed

El Casar (Guadalajara)

Cabezón de Pisuerga (Valladolid)

Valladolid

Peñafiel (Valladolid)

Castrillo de Duero (Valladolid) La charla está grabada y posiblemente se publique a través de la asociación Circulo Cultural Juan Martín El Empecinado

Alcalá de Henares: https://www.youtube.com/watch?v=7FCDkwvswwg

Madrid: https://www.youtube.com/watch?v=8Ct164rbZoo&t=4773s a mayores se publicará un artículo basada en la misma, en la Revista Torre de los Lujanes

Peñaranda de Duero (Burgos): https://www.youtube.com/watch?v=HacbB_bPWSI&t=33s

Tertulia en Barbecho (Online)

Bellumartis (Online): https://www.youtube.com/watch?v=H9TN-_hkfnc&t=106s

Prensa: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgodFf9OE0pyRdETsdJFQF6E7Dc6rSYGjdgXx1a4lOhyphenhyphenQhWUZ2m1P8NWjL5RMuf89Ah5XqElKfoQ-rR4protQ7O7rScThVFH1B_if47AmWcGcCIyau3c03zHn6pvtu1c6EIKeF_svl4TO9mcjgDX6vn8gu6xrsWXrhrimKFa21stpqxYI7kVgwjQXvTUq4/s2048/ENTREVISTA%20JAVIER%20PEREZ%20ANDRES%20EN%20EL%20MUNDO.jpg

TV: https://www.youtube.com/watch?v=Gr1acs6qZ_0&t=5s

Documental: https://www.primevideo.com/detail/Las-%C3%BAltimas-horas-de-El-Empecinado/0OBR1Q5IRPFC9NKJYYQBAO228B

Blog: 

https://www.batalladetrafalgar.com/2025/08/el-empecinado-su-ejecucion-en-roa.html

https://elrincondebyron.com/2025/02/28/miguel-angel-garcia-garcia-reviviendo-la-historia-de-1808-a-1814/

https://www.batalladetrafalgar.com/2024/11/alcala-de-henares-combate-en-el-puente.html




lunes, 18 de agosto de 2025

EL EMPECINADO - SU EJECUCIÓN EN ROA (BURGOS) EL 19 DE AGOSTO DE 1825

 El 19 de agosto de 2025 se cumplen los 200 años de la ejecución de Juan Martín Díez, El Empecinado.

Para la realización de esta entrada he utilizado el texto utilizado en la conferencia que impartí el pasado 1 de agosto en Castrillo de Duero (Valladolid). Así mismo, la fuente utilizada es el libro: El Empecinado, la vida de Juan Martín Díez. Editado en 2024 por el Foro para el Estudio de la Historia Militar de España (FEHME).

PRISIÓN Y EJECUCIÓN DE EL EMPECINADO

Una vez disuelto el Gobierno Constitucional el 30 de septiembre de 1823, el Ejército Constitucional de Extremadura, al que pertenecía la división de El Empecinado, capituló; formalizándose el Convenio de Almendralejo el 25 de octubre. Las tropas fueron licenciadas y a El Empecinado se le ofreció elegir plaza de cuartel: escogió Aranda de Duero (Burgos). No podía volver a su pueblo, pues Carlos O’Donnell había embargado todos sus bienes cuando retomó el mando de la Capitanía de Castilla la Vieja. Aranda de Duero, más alejada de la influencia de la capitanía vallisoletana, le ofrecía además una posible vía de escape hacia Francia, adonde se fugaron posteriormente otros generales constitucionales perseguidos por la restaurada monarquía absoluta.

EXTRACTO DEL CONVENIO DE ALMENDRALEJO

PASAPORTE DE UNO DE LOS ACOMPAÑANTES DE EL EMPECINADO DESDE EXTREMADURA 

El Empecinado se dirigió a Aranda de Duero acompañado por numerosos hombres que habían servido bajo sus órdenes, vecinos de distintos pueblos de Valladolid y Burgos. A medida que alcanzaban sus aldeas, muchos se iban quedando atrás. Cuando el grupo llegó a la villa de Alaejos (Valladolid), El Empecinado vaciló: la ruta más corta continuaba por Nava del Rey, Villaverde de Medina y Medina del Campo, pero en aquel verano de 1823, Juan Martín había recorrido esa comarca exigiendo contribuciones y llevándose ganado rumbo a Ciudad Rodrigo, atosigando durante una semana a los realistas; temía, pues, que los vecinos de esas poblaciones le salieran al paso. Decidió entonces desviarse hacia Pollos para cruzar el Duero en la barca allí situada.


La noticia de su presencia corrió y, al entrar en Pollos, lo rodeó gente llegada de Rueda, Nava del Rey y del propio pueblo; estuvieron a punto de asesinarlo. Lo salvó un ayudante del cura Merino, que se encontraba convaleciente de una enfermedad en Alaejos, y consiguió sacarlo de entre la multitud y llevarlo hasta la barca. El Empecinado continuó la marcha y, al anochecer del 21 de noviembre de 1823, llegó a Olmos de Peñafiel. Desde allí se divisaba su pueblo, Castrillo del Duero, pero ya no poseía casas ni bienes. Para no llamar la atención, se alojó en la vivienda de un pariente lejano, Gabriel Díez. Quiso informarse de la situación antes de proseguir hacia Aranda de Duero y mandó llamar a su hermano Manuel para que viniera desde Castrillo. Terminada la reunión, de madrugada, subió a descansar a una habitación del primer piso.

EN PRIMER TÉRMINO OLMOS DE PEÑAFIEL, AL FONDO CASTRILLO DE DUERO


Aquella misma noche, un padre y un hijo de su escolta —naturales de la cercana población de San Martín de Rubiales— partieron hacia su pueblo. Al pasar por Nava de Roa evitaron entrar en la villa, pero preguntaron a una mujer si había muchos voluntarios realistas por la zona. La mujer, recelosa, los denunció; fueron apresados y declararon que pertenecían a la columna de El Empecinado y que este se hallaba en una casa de Olmos de Peñafiel.

No existía orden de captura: El Empecinado llevaba un pasaporte en regla y estaba amparado por el Convenio de Almendralejo. De hecho, una carta de Palacio fechada el 23 de noviembre de 1823 ordenaba al alcalde de Aranda de Duero que, en cuanto llegase el mariscal, se hiciera llegar la noticia a Madrid. Por lo tanto, desde Madrid no se había dado orden de su detención. Tampoco el capitán general interino de Castilla la Vieja —dado que Carlos O’Donnell se hallaba en la corte participando en las celebraciones por el regreso del rey— había recibido aviso de su tránsito por el territorio de su Capitanía y mucho menos que se le hubiera de detener.

CARTA ENVIADA AL ALCALDE DE ARANDA DESDE MADRID


Olmos dependía de la comandancia de Peñafiel (Valladolid), pero los voluntarios realistas que recibieron la denuncia acudieron primero a Roa (Burgos), donde ejercía de corregidor Domingo Fuentenebro. Este, viejo enemigo de El Empecinado desde tiempos de la Guerra de la Independencia, cuando el entonces brigadier lo detuvo y estuvo a punto de fusilarlo, envió fuerzas a Olmos de Peñafiel con la orden de detenerlo. Los voluntarios realistas rodearon la casa en la noche, irrumpieron, lo sacaron del lecho, lo golpearon, le robaron cuanto tenía y, medio desnudo y descalzo, lo condujeron a Roa vía San Martín de Rubiales y Nava de Roa.

LA CASA MARCADA ES DONDE SE PRODUJO LA DETENCIÓN 

LISTADO DE LOS VOLUNTARIOS REALISTAS QUE PARTICIPARON EN LA DETENCIÓN

TRASLADO A ROA DE EL EMPECINADO POR PARTE DEL REGIDOR DECANO GREGORIO GONZÁLEZ

Enterado de la detención de El Empecinado, el comandante de Peñafiel avisó al capitán general interino de Castilla la Vieja, quien ordenó su liberación: el mariscal venía con documentación válida y, a mayores, la justicia civil no debía arrestar a un militar. Una pequeña tropa salió de Peñafiel rumbo a Roa, pero Fuentenebro se negó a la liberación de El Empecinado; adujo que había pedido instrucciones a Palacio y se negó a entregarlo hasta recibir respuesta. La tropa regresó a Peñafiel y, pocos días después, llegó un correo de gabinete desde Madrid donde Fernando VII aprobaba la acción de Fuentenebro y disponía que el prisionero quedara «a disposición de Su Majestad» en Roa.

Catalina de la Fuente, esposa de El Empecinado, solicitó su libertad o, al menos, que se le trasladara a otra población (lejos de Domingo Fuentenebro) y que se le juzgara por la jurisdicción militar. El fiscal togado rechazó la solicitud: debía permanecer en Roa y someterse a la justicia ordinaria, pues lo primordial era descubrir las ramificaciones de la sociedad clandestina —la Confederación de Comuneros— a la que pertenecía Juan Martín Díez y que, según el fiscal, había llevado a España «al borde del precipicio». Con ello, la sentencia quedaba virtualmente decidida desde enero de 1824, aunque el juicio no comenzó hasta un año después.






Mientras aguardaba el proceso, El Empecinado hizo llamar a su hijo mediano, Felipe, con el pretexto de tener compañía, pero su intención era el de informarle sobre préstamos y bienes que tenía el mariscal concedido a diversas personas; con la idea de que ese dinero sirviera para sobornar a Fuentenebro o se gestionase un indulto a través del abogado vallisoletano Mambrilla, también Comunero. Pero al joven le permitieron entrar en la cárcel, pero no salir. El Empecinado intentó entonces confiar la misión a un preso liberal próximo a ser excarcelado; pero este rehusó el realizar el trámite.



Durante el cautiverio, Juan Martín reconoció ante notario a su hijo mayor, Juan, nacido en 1811 de una joven en Sacedón (Guadalajara). Otro hijo, Valentín, había venido al mundo en 1822, fruto de una relación con una muchacha de Nava de Roa; para evitar problemas de reputación, figura legalmente como hijo de su hermano Antonio.

Finalmente, en enero de 1825 se abrió la causa, siendo nombrado como juez instructor a Domingo Fuentenebro, con cuatro cargos principales:

1.   Pertenencia a la Confederación de Comuneros Españoles y ser el alcaide de la Torre número 8.

2.    Asalto y saqueo de Cáceres, perpetrado después de abolido el sistema constitucional y continuado tras el decreto real del 1 de octubre de 1823.

3.     Asesinato del cura de Caspueñas en enero de 1823.

4.     Ejecución de varios dispersos de la columna realista de Bessieres tras su ataque fallido a Aranda de Duero.

Por el saqueo de Cáceres pesaba sobre El Empecinado la Real Orden que declaraba reos de lesa majestad y condenaba a muerte a quienes, desde el 1 de octubre de 1823, sostuvieran las armas en favor de la Constitución.
A ello se sumaba la acusación de ser comunero. Fernando VII, preocupado por la influencia de la masonería y de los Comuneros, consultó a uno de sus consejos qué pena merecían masones, comuneros y demás «sectarios». La respuesta fue tajante: por el mero hecho de pertenecer a esas sociedades se les imputaba el delito más execrable de lesa majestad divina y humana, traición al Rey y a la religión; por tanto, debían sufrir la pena de muerte y la confiscación de sus bienes.




Con estos antecedentes comenzó el proceso contra El Empecinado. Se ordenó que fuera lo más rápido posible: abierto en enero de 1825, el 12 de junio ya estaba sentenciado. Domingo Fuentenebro llevó personalmente la causa a Madrid y la presentó al monarca. El expediente hoy se desconoce —tal vez extraviado—, pero el propio Fuentenebro dejó constancia, años después, de que la Real Sala de Alcaldes aprobó la sentencia de horca dictada el 12 de junio, conmutando solo el descuartizamiento y la demolición de su casa (también el ser arrastrado). El Rey, además, dispuso que se publicara un resumen de la causa en la prensa; tal anuncio nunca llegó a edición alguna.



El 16 de agosto se le notificó a El Empecinado la condena, ya pasado el mediodía. Al ser la práctica habitual que el reo a muerte pasara a capilla a las 12 del mediodía y fueran 48 horas, al comunicarle la sentencia pasada esa hora tenía por delante Juan Martín la tarde y noche del día 16, y hasta el mediodía del 17, antes de entrar formalmente en capilla (48 horas). Entonces hizo su aparición fray Ramón de la Presentación, carmelita conocido suyo desde la guerra, amigo de Fuentenebro y ferviente absolutista. Aquella primera noche el fraile intentó sonsacarle un inventario de bienes, ya que Fuentenebro (antes de abandonar Roa para tomar posesión de su nuevo cargo en Segovia) le había prevenido de los bienes que pudiera poseer el degradado mariscal y, según ellos, pertenecían al Rey; El Empecinado respondió que su hijo ya conocía todo y no tenía nada que decir. Al día siguiente, fray Ramón insistió, prometiendo gestionar un posible indulto con el dinero que pudiera reunir de los bienes que le dijera Juan Martín; finalmente, el reo redactó un breve testamento a favor de su madre, Lucía, sin detallar propiedades. Durante la madrugada del 18 al 19, el carmelita apremió a El Empecinado indicando que no había mucho tiempo para poder conseguir el indulto, ya que al día siguiente era el de la ejecución; Juan Martín, viendo que no le quedaban ya opciones, confió en el fraile y dictó una lista de deudores y bienes de su pertenencia —documento hoy mutilado porque el fraile, según confesó posteriormente, cortó un pedazo de la hoja para liar un cigarro—; fray Ramón de la Presentación le aseguró que con ese dinero intentaría salvarlo. Pero todo había sido un engaño para conocer sus bienes.




Al mediodía del 19 de agosto de 1825 lo sacaron de la celda. Frente a la puerta aguardaba un borrico; consideró humillante montarlo y le propinó una patada, pero fue obligado a subir en él, recorrió así las calles hasta la plaza de Roa, flanqueado por fray Ramón y otro fraile que no cesaban de instarle al perdón. El Empecinado confiaba aún en el indulto prometido y no intentó huir durante el trayecto hasta la plaza de Roa, donde se iba a realizar la ejecución.




La horca —dos postes unidos por un travesaño y una escalera apoyada en la parte superior— se alzaba en medio de la plaza. Al llegar a los pies de los maderos y ver que nada ocurría, comprendió el engaño y que no habría clemencia; rompió entonces las esposas que le sujetaban las manos de un tirón y corrió hacia la colegiata en busca de sagrado; multitud de voluntarios realistas, prevenidos, lo derribaron. Consiguieron levantarlo y llevarlo hasta la horca, pero volvió a tirarse al suelo y no había manera de levantarlo; entonces el nuevo corregidor ordenó que lo ataran con una soga y a rastras lo subieron por la escalera hasta donde le aguardaba el verdugo; este se subió a sus hombros, le pasó la cuerda, hizo el nudo bajo la mandíbula y, abrazándose a El Empecinado, se lanzó al vacío desde lo alto de la escalera con el reo. De esta forma el peso era mayor y el tirón mucho más fuerte. Fue tan brusco que una alpargata salió despedida varios metros; falleciendo El Empecinado inmediatamente.


DOS EJEMPLOS DE EJECUCIÓN POR HORCA EN LA ÉPOCA DE EL EMPECINADO. A LA IZQUIERDA LA EJECUCIÓN DE RIEGO, EL SÍ FUE ARRASTRADO HASTA LA HORCA. A LA DERECHA EL DE UN LIBRERO POR CONSPIRAR CONTRA FERNANDO VII. 



La ejecución se consumó hacia las 12:45 h. El corregidor despachó enseguida un parte a la Chancillería de Valladolid describiendo los sucesos ocurridos previos al ahorcamiento. El cadáver quedó colgado hasta la caída de la tarde, con una pequeña guardia. La Cofradía de la Caridad se negó a intervenir —alegó que el reo murió impenitente—, de modo que los demás presos liberales, conducidos ex profeso, tuvieron que descolgarlo y llevarlo al cementerio, tras pasar bajo el patíbulo como escarmiento.

COMUNICACIÓN A LA CHANCILLERÍA DE VALLADOLID, POR PARTE DEL CORREGIDOR DE ROA, DE LA EJECUCIÓN


Posteriormente, con los bienes embargados, parte fueron destinados al pago de los gastos generados por la ejecución.



Enterrado en Roa permaneció hasta que, por iniciativa de su hijo mayor, Juan, fue exhumado con la idea de erigir un mausoleo en Roa donde depositar sus restos; problemas económicos lo impidieron y los restos acabaron en Burgos, donde actualmente reposan.





domingo, 20 de julio de 2025

PRIMERAS NOTICIAS QUE LE LLEGAN A NAPOLEÓN SOBRE LA DERROTA DEL EJÉRCITO DE MARMONT EN LOS ARAPILES (SALAMANCA) 1812

 


Primeras noticias que le llegan a Napoleón sobre la derrota del ejército de Marmont en Los Arapiles (Salamanca). El próximo martes 22 de julio será el aniversario de la batalla. La carta la dirige el Jefe del Estado Mayor de Marmont, Lamartinière, al ministro de la Guerra:

El Ejército Imperial de Portugal atacó al enemigo el día 22 del presente mes, a la vista de Salamanca, sobre la orilla izquierda del río Tormes. Lamento tener que anunciar a V. E. que resultó vencido, perdiendo doce piezas de artillería y dos águilas.
El señor mariscal duque de Ragusa sufrió la fractura de su brazo derecho a causa de una esquirla de obús; yo me hallaba a su lado cuando fue herido. Aunque, según he sabido, habría motivos para censurar los movimientos realizados durante la campaña—la situación del ejército, sus disposiciones y las causas de nuestros desastres—, no corresponde instruir a V. E. sobre ellos mientras el general en jefe sea aún capaz de dictar su propio informe.
Me apresuro a comunicar que el mando del ejército ha sido confiado a Su Excelencia el conde Clausel, por ser el general más antiguo. Es venturoso que este oficial, muy estimado por el ejército a pesar de su herida, goce de tan alta reputación por su capacidad.
No puedo dar a V. E. un cálculo exacto de nuestras pérdidas; me parece, sin embargo, que las bajas en el mismo campo de batalla ascienden a unos 3 000 hombres. He observado además una dispersión inmensa que, durante varios días, aumentará la incertidumbre que reina en los destacamentos.
Muchos hombres, abatidos por las fatigas y el hambre, se han quedado rezagados en los últimos puestos; ciertos camaradas malintencionados aseguran que ya no temen ni los castigos de la disciplina ni a las guerrillas. Saquean o amenazan, dejando a su paso la devastación, el incendio y el asesinato.
No ha sido posible obtener de ninguna unidad un parte de situación.
Hasta los ojos menos perspicaces reconocían desde hace tiempo que el Ejército de Portugal —siempre demasiado atrasado en el pago de la soldada, sin distribuciones regulares de víveres y vestido a retazos— veía formarse y crecer en su seno una horda de saqueadores, murmuradores, panaderos‑vivanderos, carreteros y toda esa grey que, a mi entender, constituye el vicio de tener soldados sin disciplina. Los buenos propósitos del general en jefe y su firmeza habían logrado aún sostener el orden; pero desde hace cinco o seis días, los castigos y demás medidas que dependen de los oficiales subalternos se han vuelto imposibles, cuando estos mismos ya no pueden vivir sino del pillaje.
Hoy el Ejército de Portugal, derrotado ignominiosamente y convertido en menos que un ejército, tardará mucho en volver la cara al enemigo. ¿Se recompondrán sus cuadros? ¿Se enviarán otros cuerpos para reforzarlo? Las nuevas levas y las tropas que se le añadiesen quedarían pronto impregnadas del espíritu de bandidaje, de licencia y de insubordinación adquirido en Portugal. Los dos primeros resortes de su fuerza —el honor y el apego al Soberano— se relajan. No es raro oír decir: «¿Qué me importa ser hecho prisionero? Estaré bien tratado, mejor alimentado, mejor pagado; por el honor, no tengo patria.»
¿Qué cabeza bastante firme, qué poder lo bastante extenso y qué medios habría para volver a poner en marcha la máquina, reanimarla con el sentimiento del honor, las armas del valor, examinarla y sanear su sistema? Sólo el Emperador podría obrar semejante prodigio. ¡Pero Su Majestad está lejos! Así pues, no queda más recurso que la disolución del ejército de Portugal y la tropa incorporada a él todavía no han contagiado a los demás Cuerpos de ejército; de propagarse la infección lo haría, en todo caso, por regimientos.
Tales son, señor, las reflexiones de quien ha sido testigo de nuestros desastres y ha podido ver sus causas principales. Las someto a Vuestra Excelencia convencido de que son fundadas y de que es mi deber llamar su atención sobre ellas.
Tengo el honor firmado— de Lamartinière.
P. D. Este acontecimiento, que se anunció como si se hubiesen perdido tres águilas, sólo ha costado dos: las de los 22.º y 62.º regimientos. Enviaré a V. E. la lista nominal de los hombres tomados prisioneros en la batalla del 22, con la indicación de los muertos y heridos.





miércoles, 2 de julio de 2025

ALMAZÁN, (SORIA) JULIO DE 1810 Y ENERO DE 1812

 

Almazán y su término en 1912

El 10 de julio de 1810, en la villa de Almazán (Soria), las tropas del cura Merino se enfrentaron a una columna francesa al mando del coronel de los marinos de la Guardia Imperial, Baste. Un joven Ramón Santillán —quien posteriormente llegó a ser gobernador del Banco de España— participó en esta acción como uno de los oficiales de Jerónimo Merino. En sus memorias dejó escrito lo ocurrido:

Yo fui nombrado teniente, y habiéndose creado tres meses después la quinta compañía de Caballería y encargándose de ella D. Eustaquio de San Cristóbal, Ayudante Mayor, entré a reemplazarle en este empleo, que desempeñé hasta diciembre de 1812.

Si dificultades grandes encontrábamos para organizar la Caballería, mucho mayores eran las que nos embarazaban para ordenar nuestra Infantería. No sólo carecíamos de un hombre dotado de conocimientos y de experiencia en el servicio de esta arma, para ordenarla en mejores circunstancias, sino que, aun trayéndole del ejército, era demasiado probable que no se resignase a dirigirla en una clase de guerra que, exigiendo incesantes y forzados movimientos en un teatro poco extenso, cruzado de líneas enemigas, parecía oponerse a toda disciplina. Todavía se tropezaba en otro obstáculo mayor que los que la guerra misma ofrecía: era la incapacidad de Merino para hacer buen uso de la Infantería. No tenía mucha habilidad para dirigir y emplear la Caballería, pero, al fin, ésta se salvaba por sus propios y naturales medios, aunque casi siempre a la desbandada, de los peligros, al paso que nuestra Infantería, careciendo de la firmeza que sólo se adquiere con la disciplina y la instrucción, se hallaba constantemente expuesta a una catástrofe. Este instintivo temor preocupó siempre y de tal modo a Merino, que, aun después de haberse organizado perfectamente, nuestros Batallones rara vez fueron empleados con utilidad.

De todos modos era preciso proveer el remedio del mal presente: nos encontrábamos con unos quinientos hombres de Infantería, que, por su desorden, no nos servía más que de embarazo; y en semejante estado su aumento no podía dejar de producir males en vez de utilidad. Convinó, pues, Merino con la Junta, en que ésta pidiese al General en Jefe del Ejército, que se hallaba en la parte de Ciudad Rodrigo, un jefe acreditado de Infantería para que organizase la que teníamos y la que podía además levantarse en el país. Hecho así, vino a pocos días un suceso que no dejó de tener influencia en otros posteriores de bastante importancia en nuestras operaciones.

Don Juan Tapia, clérigo de Astudillo, de estatura colosal, de poca instrucción, pero expansivo y popular, había formado una partida de unos cincuenta hombres de Infantería y treinta de Caballería, y después de sufrir una persecución, que le obligó a marchar hacia la parte libre de la provincia de Guadalajara, retrocedió a la de Burgos, y solicitó incorporarse con nosotros, haciéndose jefe de la Infantería. Merino accedió a esta pretensión, opuesto al suyo. Una ventaja nos proporcionó, sin embargo, esta unión, trayéndonos entre otros sujetos estimables, a Don Joaquín Machado y Don Antonio Ramos, que, procedentes del Cuerpo de Literarios de León, entraron de capitanes en la organización de nuestra Infantería, y fueron los que más contribuyeron, con el jefe que vino después, a poner esta Arma en el pie brillante con que llegó a presentarse en el ejército.

 Nada por este tiempo nos inquietaban los enemigos, que, encerrados en sus guarniciones de Burgos, Aranda y Soria, sólo hacían uso de la carretera de Lerma para revarse aquéllas, marchando en columnas de quinientos o más hombres y con las más exquisitas precauciones. Una de unos mil doscientos salió no obstante de aquella primera ciudad con dirección a la última, por Aranda y el Burgo de Osma, y desde luego creímos que su objeto era el de desbaratar el armamento que se organizaba al norte de la provincia de Soria por una Junta que allí se había establecido. Había ésta formado ya un batallón de Infantería y un escuadrón de Caballería sobre buen pie; y Merino, de acuerdo con Tapia, creyó conveniente llamar la atención de los enemigos dirigiéndose a Almazán. Llegamos a este pueblo en la tarde del 9 de julio y en él pernoctamos. El 10 de madrugada Merino se vio sorprendido como todos nosotros por un hombre, a quien él y todos creíamos muerto hacía muchos años. Era nada menos que su hermano Antonio, llamado el Malagueño, famoso contrabandista de quien ya se ha hecho mención, y fugado a América, había permanecido allí sin comunicarse con sus parientes, hasta que, con las noticias que por los periódicos adquirió de las proezas de su hermano, resolvió venirse a unir con éste y ayudarle en sus empresas. Admirados estábamos a las seis de la mañana oyendo al Malagueño varios oficiales que, sin saber su llegada, habíamos concurrido como de costumbre al alojamiento de nuestro comandante, cuando oímos los gritos de alarma que se daban por la calle, por avistarse una columna enemiga. Avisaron de esta novedad en efecto nuestros puestos avanzados y al toque de generala toda la tropa se formó, al mismo tiempo que llegaba, por otro camino, la de la provincia de Soria, cuyo comandante había anticipado también el aviso de su movimiento.


Las tropas francesas vienen al mando de Baste, coronel de los marinos de la Guardia Imperial, conde del Imperio y gobernador de la provincia de Soria. Cuenta con dos batallones poco adiestrados. Ha recibido noticias sobre la posición de los hombres de Merino y ha partido a su encuentro con la intención de castigar tanto a los bandoleros como a la ciudad, donde desde hacía tiempo no se obedecía a ninguna autoridad, donde se me amenazaba y donde toda la justicia se impartía en nombre de Fernando VII.


Almazán en 1929

El relato de Santillán continúa:


Prepáranosnos a una batalla. Los enemigos venían de Soria y para entrar en la población tenían que atravesar el arrabal de ésta y luego el puente que se halla sobre el Duero. La defensa de este paso es tanto más fácil cuanto que está el puente dominado por una Iglesia bastante elevada con un espacioso atrio rodeado de un pretil que forma un excelente parapeto. En este atrio se colocó el batallón de Soria como en reserva, situándose nuestra Infantería delante del arrabal, con una compañía dentro de un cercado que tocaba el camino que traían los enemigos. La Caballería se adelantó hacia éstos marchando yo con mi compañía en guerrilla. Se rompió el fuego de ésta como a un cuarto de legua de la población, con otra guerrilla enemiga de Infantería, pues que sólo traían unos veinte caballos, que no quisieron aventurarse al ver nuestra fuerza en esta arma, que se acercaba a cuatrocientos hombres. Pocos momentos después de roto el fuego y estando yo al frente de unos caballos, fui herido en el brazo izquierdo quedándome la bala dentro de él. Retiréme al puente, donde un cirujano me la sacó y me vendó; pero apenas había terminado esta operación, nuestra tropa vino en desorden sobre el arrabal y el puente. Indignado me coloqué en medio de éste con algunos soldados para impedir que los demás pasasen, y haciendo esfuerzos por que volviesen a batirse en el arrabal. Era ésta de mi parte una imprudencia que nos hubiera costado muchas víctimas, si el capitán Machado, con el que el que mandaba la compañía situada en el cercado, no hubiese tenido la serenidad de mantenerse en su puesto y hacer desde él una descarga a quemarropa, que obligó a los enemigos a retroceder. Así dio tiempo a que nuestra tropa atravesase el puente, cuyo paso dejé yo al fin libre, y se rehiciese colocándose la Infantería detrás de un largo pretil que desde aquél corre ascendiendo hacia la población. La Caballería, que también había atravesado en retirada el puente por disposición de Merino, atravesó el río por un vado para emerger a los enemigos por su espalda. El capitán Machado, con su compañía, ocupó el puente al descubierto y no le abandonó en todo el día hasta que, gravemente herido, tuvo que retirarse de aquel sitio en que mostró la más singular presencia de espíritu.



Ocuparon los enemigos el arrabal; pero, al desembocar en columna en una gran plazuela que separa las casas de aquel puente, los fuegos que en ella se cruzaron de nuestra Infantería les obligaron a guarecerse entre las casas con tal pérdida, que no volvieron a intentar el ataque al puesto hasta el anochecer.

En estos momentos ocurría un suceso que por mis circunstancias no podía dejar de hacerse singularmente notable. El hermano de Merino, que tan a tiempo había llegado de luengas tierras para dar muestra de su antigua bizarría como contrabandista, se había situado con unos cuatro o seis jinetes a la orilla izquierda del río, más bien como observador que como hombre de acción, pero sin observar que hallándose al descubierto y a medio tiro de fusil de las casas del arrabal, podía ser desde éstas impunemente fusilado. Lo fue en efecto, cayendo muerto en el acto a las dos horas de haber terminado su largo viaje y de abrazar a su hermano. No dio éste señales de un gran pesar por tan extraña desgracia, porque, tal vez, presintió que el Malagueño, más que de un auxilio le hubiera servido de estorbo, no siendo fácil que los dos hermanos hubiesen marchado de acuerdo, y mucho menos que el de más edad, con antecedentes como los que tenía, se subordinase al que bien pudiera llamarse su discípulo.

La acción, después del retroceso de los enemigos al abrigo de las casas del arrabal, se redujo a un fuego continuo que ellos hacían desde éstas y nuestra Infantería desde sus parapetos, manteniéndose toda nuestra Caballería al otro lado del río, amenazando la retaguardia de los franceses. Nuestros soldados tenían la ventaja de estar auxiliados por los habitantes del pueblo, que no cesaban de llevarles alimentos, y lo que más necesitaban, que era agua y vino, para soportar un sol abrasador que de otro modo les hubiera aplanado.

Los franceses, por el contrario, habían encontrado desiertas y desprovistas de todo las casas del arrabal, y no pudiendo llegarse a una fuente que estaba en la plazuela, ni tampoco al río porque el fuego de nuestra Infantería, por una parte, y la actitud de la Caballería, por otra, se lo impedían, se ahogaban de sed, y ésta fue la causa de una ocurrencia que sólo pudo tener lugar con gente tan inexperta como nosotros éramos.

Serían las tres de la tarde cuando los enemigos presentaron un pañuelo blanco; y creyendo nuestros soldados que era la señal de su rendición, se adelantaron algunos de los del puente y por la parte opuesta varios de Caballería y con la mayor candidez se mezclaron con los franceses, que, a su vez, aprovechando la suspensión del fuego en toda la línea, salieron a la plazuela a satisfacer su gran necesidad en la fuente, colocándose además, en aquélla, unos doscientos hombres formados como para proteger a los que se separaban de las filas.

Por largo rato estuvieron confundidos muchos soldados nuestros con los enemigos hablando o más bien entendiéndose por señas o ademanes como amigos, y aun algunos de nuestros oficiales entraron en el arrabal a preguntar a los franceses si en efecto se rendían. La contestación de éstos no fue muy satisfactoria, dejando conocer que lo que querían era descansar y reponerse. Uno de sus oficiales llegó a decir que ellos creían que éramos nosotros los que nos rendíamos.




Lo que ocurrió en realidad fue que Baste pretendía reforzarse con un destacamento de obreros que tenía posicionado en una altura cercana, junto con la cuarta compañía de marina. Ambos contingentes estaban encargados de proteger un convoy de plata que acompañaba a la columna francesa. El propio Baste, en un informe que manda al general Darmagnac, dice:


…tiempo que aproveché para reunir el batallón de obreros que estaba en la meseta, junto con la 4.ª Compañía de Marina, el tesoro y el convoy, y disponer todo para el asalto. Mi carta al corregidor —quien con toda seguridad no haría nada— dio resultado: me permitió reagrupar mis fuerzas y prepararme para castigar a los bandoleros y a la ciudad, donde hacía tiempo que no se obedecía a ninguna autoridad, donde se me amenazaba y donde toda la justicia se impartía en nombre de Fernando VII.

 

Al las 3 de la tarde manda un oficio al Corregidor español para que se rinda, sabedor de que no se aceptará, pero mientras tanto va ganando tiempo:

 

Campamento frente a Almazán, 10 de julio de 1810, 3 de la tarde.

Al señor Corregidor, en Almazán.

Señor Corregidor:

Si en el plazo de dos horas no cesa el fuego, me veré obligado a tomar su ciudad por la fuerza, y usted será responsable de los acontecimientos que pudieran ocurrir, los cuales serán, sin duda, terribles e inolvidables para la ciudad de Almazán. Por consideración hacia ella y sus habitantes, aún no estoy combatiendo ya en su plaza principal. Reflexione de inmediato, tenga a bien contestarme y envíeme sin tardanza a tres regidores o a tres de los principales vecinos de la ciudad.
Tengo el honor de saludarle con toda consideración.

El Capitán de Navío, coronel de los Marinos de la Guardia Imperial, conde del Imperio, gobernador de la provincia de Soria.

Battet

 

Las tropas españolas, situadas junto al puente, al ver el pañuelo blanco creen que se trata de una señal de rendición por parte de los franceses. Sin embargo, en realidad se trata de un alto el fuego para permitir que el parlamentario entre en el pueblo y entregue un oficio al corregidor. Este responde hora y media después:   


Almazán, 10 de julio de 1810, 4 y media de la tarde.

En esta ciudad no existe otra autoridad que la fuerza armada que mando, como comandante del 1.er Regimiento de Voluntarios Numantinos y subdelegado provisional de Soria. Debo advertirle, pues, que el fuego no cesará hasta que usted se rinda, con el entendimiento de que será tratado como se merece y en calidad de prisionero de guerra.

Que Dios le conserve muchos años. Su afectísimo y seguro servidor le besa las manos.
Firmado: Ramón Contentas.

 

Durante la hora y media que transcurre desde la redacción de la carta por parte de Baste hasta la respuesta del corregidor, las tropas españolas apostadas junto al puente confraternizan con las francesas del arrabal. Estas últimas aprovechan la tregua para abastecerse de agua en la fuente. Sin embargo, una vez descubierto el error —que no se trataba de una rendición, sino de una simple solicitud de parlamento—, la tensión vuelve de inmediato. Las tropas españolas se reagrupan y se preparan para el combate, mientras las fuerzas francesas abandonan cualquier gesto de conciliación. 


Bastante incomodado yo por mi herida, había tenido que retirarme al hospital a curarla y allí recibí la noticia de la supuesta rendición: inmediatamente monté a caballo y observando la actitud de los enemigos, después de haber oído a algunos de los nuestros que con ellos habían hablado, me convencí de la realidad de su plan; lo manifesté a los Jefes y Oficiales de nuestra Infantería, los cuales recogieron a sus soldados, y se prepararon a renovar el fuego. Aunque hicieron tocar llamada, los de Caballería, que estaban en la parte opuesta del arrabal y que, separados además por el río, no veían lo que pasaba en nuestras posiciones, continuaron entendiéndose con los franceses, porque todavía estaban en la creencia de que se rendían. Al fin, después de más de una hora de armisticio, nuestra Infantería, desde sus parapetos, rompió el fuego con una descarga cerrada y con tiro bien apuntado sobre los doscientos hombres formados en la plazuela del arrabal, los cuales quedaron en su mayor parte muertos o heridos. Sorprendidos así los enemigos echaron mano de unos doce hombres de nuestra Caballería que, con el alférez D. León Cebreros, se encontraba entre ellos; y volvióse a continuar la acción con nuevo ardimiento.

Merino había estado constantemente con la Caballería, que al anochecer se hallaba sumamente fatigada; la hizo pasar el río y, colocándola a la salida de la población, dispuso la retirada que ya se había hecho indispensable porque nuestros soldados estaban sin cartuchos y no había medio de reponérselos. Nuestro movimiento se hizo sin embarazo, porque los enemigos, sobre no tener Caballería para inquietarnos, quedaban demasiado maltratados, para que pensasen más que en descansar. Su pérdida debió ser considerable, aunque no pudimos conocerla, porque el pueblo quedó enteramente abandonado por sus habitantes, y quemado en su mayor parte al día siguiente por los franceses. La nuestra fue de unos veinte muertos, entre los cuales le fueron dos mujeres y un hombre del pueblo de los que con tanto arrojo anduvieron entre nuestras filas llevando alimento y bebidas a nuestros soldados. Heridos tuvimos algunos más.

Tal fue la acción de Almazán, en donde rivalizaron con el mayor entusiasmo y valor los soldados bisoños de las provincias de Burgos y Soria, a pesar de que en ella no hubo más dirección que la de los jefes y oficiales, cada uno según el puesto que le cupo en la retirada de la mañana. La Caballería con Merino pasó todo el día en pura expectación, bien que no podía hacer otra cosa.

Los enemigos se llevaron prisioneros al alférez D. León Cebreros y los doce soldados cogidos en el arrabal al romperse el fuego después de la suspensión y a pesar de que por su conservación intercedieron los jefes y oficiales aprehensores, el Comandante General de Burgos los hizo fusilar y colgar después a todos en las inmediaciones de aquella ciudad. A este horrible hecho no podíamos nosotros dejar de contestar con otros que nos vengasen con exceso.

 En la noche, las tropas de las dos provincias se separaron dirigiéndose las nuestras al día siguiente por las inmediaciones del Burgo de Osma hacia Salas de los Infantes.

 Yo también me separé de unas y otras en busca de un punto seguro donde curar mi herida, que ya había llegado a causarme fiebre. Me establecí en Madriguera, distante una legua de Riaza, pueblos ambos en que tenía amigos que velaban por mi seguridad. A los quince días, aunque no bien curado, me trasladé a Vilviestre, en donde se hallaba la Junta de Burgos, poco satisfecha de los miramientos que con ella tenía Merino, y mucho menos de los medios de su seguridad, de que la proveía.

 

Las bajas españolas, según Baste en el informe que manda al general Dorsenne fueron:


Abatimos en los fosos, en el pueblo y a bayoneta calada en la ciudad al menos a 400 hombres de infantería y caballería, e hicimos 36 prisioneros, entre ellos un capitán y un sargento mayor.


Las bajas de las tropas bajo su mando: El 44.º Batallón de flotilla sufrió 76 bajas fuera de combate: 4 muertos sobre el campo de batalla, 5 tenientes fallecidos a consecuencia de sus heridas y 67 heridos graves; varios heridos leves no figuran en la lista adjunta.

El 1.er Batallón de Obreros Militares de la Marina tuvo 29 hombres fuera de combate: 4 muertos en la acción, 2 fallecidos después de ella y 23 heridos graves; entre estos el valiente comandante Battaud o Butreaud, atravesado en el hombro izquierdo por una bala. Sabe usted que este batallón solo contaba con cuatro compañías, porque, por su orden, dejé dos en Pancorbo.

 










En enero de 1812, el conde de Montijo intenta atacar a las fuerzas francesas con la colaboración de los brigadieres Durán y Juan Martín "el Empecinado". Su objetivo es tomar la guarnición de Soria o interceptar un convoy enemigo. Sin embargo, ambos brigadieres rehúsan participar activamente, alegando problemas de salud, aunque permiten que parte de sus tropas se sumen a las de Montijo.

En Almazán se reúnen todas las fuerzas y se organiza la expedición. El 16 de enero, las tropas españolas se posicionan alrededor de Soria con intención de lanzar el ataque. A pesar de los preparativos, el asalto fracasa debido a la fuerte resistencia francesa, y Montijo se ve obligado a retirarse tras sufrir numerosas bajas. No obstante, Montijo planea un nuevo ataque, esta vez contra la guarnición de Aranda de Duero. Pero la reciente caída de Valencia, el 9 de enero, cambia por completo la situación estratégica. Tanto El Empecinado como Durán hacen llamar a sus tropas que operaban junto a Montijo, y se retiran para regresar a sus respectivos territorios. Montijo, actuando en solitario, vuelve a fracasar: no consigue tomar Aranda entre los días 28 y 29 de enero. Posteriormente, culpará públicamente a los brigadieres Durán y El Empecinado por la falta de apoyo, señalándolos como responsables directos de los fracasos sufridos durante la campaña.



Fuentes:

Memorias de don Ramón Santillán
Biblioteca del Senado: Signatura: Reg 508475 Sig FH C-314-7

El Conde del Imperio, gobernador de la provincia de Soria, dirige al General Dorseme, Comandante General de la Guardia Imperial y Gobernador del 5º Gobierno en España, parte de la toma de Almazán en 10 de Julio de 1810.ES.28079.AHN//DIVERSOS-COLECCIONES,133,N.20

El Empecinado, la vida de Juan Martín Díez. 
Miguel Ángel García García
Ed. Foro para el Estudio de la Historia Militar de España (2024)